Carrón a los jóvenes de CL: «Vamos a Roma como mendigos a ver al Papa»

El 11 y 12 de agosto, el papa Francisco se encontrará con los jóvenes para rezar juntos antes del Sínodo de octubre. El presidente de la Fraternidad ha escrito a los 740 chavales que participarán en una peregrinación previa a esos días
Julián Carrón

El 11 y 12 de agosto, el papa Francisco se encontrará, antes de la Vigilia de oración en el Circo Massimo y la Misa posterior en la plaza San Pedro, con los jóvenes de cara al Sínodo de octubre ("Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional"). Para esta ocasión, Comunión y Liberación ha organizado una peregrinación de cinco días a las basílicas Papales de Roma, en la que participarán 740 estudiantes de último curso, tanto del instituto como de la universidad. A ellos Julián Carrón ha dirigido este mensaje.


¿Por qué ir a Roma en medio del verano? Porque alguien nos ha convocado: el Papa. No es algo que nos hayamos sacado del sombrero. Nos ha invitado alguien de quien nos fiamos.
¿Qué razones tenemos para fiarnos? Debemos mirar nuestra experiencia. Nos lo recordaba el papa Francisco con «las palabras que Jesús dijo un día a los discípulos que le preguntaban: “Rabbí […] ¿dónde vives?”. Él les respondió: “Venid y lo veréis” (Jn 1,38). También a ustedes Jesús dirige su mirada y los invita a ir hacia Él. ¿Han encontrado esta mirada, queridos jóvenes?» (Carta a los jóvenes como preparación del Sínodo, 13 de enero de 2017).

El encuentro con el movimiento ha supuesto para cada uno de nosotros toparse con una mirada que encierra una promesa, con una propuesta que hemos percibido como una novedad, pues no coincidía con las imágenes que nos habíamos hecho de nuestro camino. Pensemos en los discípulos, también a ellos les sucedería lo mismo después de haberse encontrado con Jesús: ¿por qué tenían que seguir a aquel hombre? Le siguieron porque correspondía a su espera. Una vez que percibieron esta correspondencia, secundarla significó ir a encontrarse con Él al día siguiente, y al otro, y al otro. Y cuanto más crecía la certeza con relación a Él, más crecía su deseo y más razones tenían para fiarse de Él y para seguirle: se levantaban por la mañana sin saber a dónde se le ocurriría ir, y alguno de ellos habría podido decir: «¿Por qué no vamos a la sinagoga a escuchar a ese rabino que lee el Antiguo Testamento y así nos acercamos más al Misterio? ¿Por qué tiene que pasar mi relación con el Misterio por ir a pescar con este tipo?». Vosotros, ¿qué habríais hecho ante la invitación a subir a la barca para ir a pescar?

La realidad es la modalidad a través de la cual el Misterio me alcanza y me convoca para que Le siga. En El sentido religioso, don Giussani describe así esta dinámica: «Durante toda la vida […] pendientes de cualquier seña de este desconocido “señor” […]. El hombre, la vida racional, debería estar pendiente del instante, pendiente en todo momento de estos signos tan aparentemente volubles, tan casuales, como son las circunstancias a través de las cuales me arrastra ese desconocido “señor” y me convoca a sus designios […], simplemente obedeciendo a la presión de las circunstancias. Es una posición que da vértigo» (El sentido religioso, Encuentro, Madrid 2008, p. 195), que resulta insostenible por nuestra parte. Por eso, el desconocido señor se ha hecho carne en un hombre que se movía de un modo imprevisible que no coincidía con el que imaginaban aquellos que se encontraban con Él, y que quizá pensarían: «Yo hoy habría ido a pescar, y en cambio Él dice que tenemos que ir a Cafarnaúm». ¡Imaginad cuántas veces les pasaría esto a los apóstoles! Es estupendo poder leerlo en los Evangelios, porque así podemos percibir qué es el cristianismo: un hecho que ha entrado en la historia y que se realiza dentro de las circunstancias, en aquella época y también hoy.
Es cierto que cada hombre puede imaginar un modo de entrar en relación con el Misterio, y esto forma parte de la dinámica del sentido religioso: un intento de construir un puente hacia el desconocido señor. Pero ha sucedido algo que ha cambiado radicalmente el método: existe otra modalidad –más sencilla, más audaz, más bonita, más razonable– para entrar en relación con el Misterio, y es toparse con una diferencia humana –en la escuela, en la universidad, en el trabajo– que nos Lo hace presente en el presente. Esta modalidad está al alcance de todos, pero solo la reconocen los sencillos. El sencillo es aquel que, al encontrarse con Él, se da cuenta inmediatamente de que se ha abierto una carpeta nueva y de que ese Cristo con el que se ha topado no es uno más del panteón imaginado por los hombres de todas las épocas.

Por eso tenemos que volver una y otra vez a los episodios del Evangelio. Imagina que eres Marta o María: ¿es mejor afanarse por servir la mesa o quedarse escuchando a Jesús? Y si alguna vez te tocase servir, ¿te quejarías por ello? Si estuvieses en una comida con Jesús, ¿te molestaría servir a esa presencia excepcional? ¡Te sentirías honrada de hacerlo! Solo podremos gozar de todo lo que hacemos si comprendemos las razones. En caso contrario, lucharemos siempre con imágenes que están en nuestra cabeza, teniendo que eliminar de nuestra memoria todo lo que hemos vivido. Por eso es estupendo que, después de todo lo que habéis vivido en estos años, al convocaros en Roma junto al Papa, el Señor os ponga a cada uno de vosotros frente a la gran pregunta que dirigió a Pedro en la orilla del lago, aquella mañana en la que había cocinado pescado para sus amigos: «¿Me amas?». Es precioso que no os la ahorre en este momento de vuestra vida.
Sois amigos para esto, para ayudaros unos a otros a responder personalmente y con sencillez a la pregunta de Jesús. Y no habrá gesto más amistoso entre vosotros que secundar a Aquel que nos lleva al destino. Si no generamos relaciones a este nivel con personas con las que uno se iría al fin del mundo –porque la única razón por la que estamos juntos es caminar hacia el destino–, os desafío a que verifiquéis cuánto tiempo duran vuestras amistades.

¿Qué rostro tiene hoy este destino? Volvamos al punto de partida: ¿qué rostro tiene hoy Cristo para nosotros, según una imagen que no esté dictada por lo que «pensamos» sobre Él? Su rostro nos alcanza hoy a través del gesto de la peregrinación a Roma, a la que hemos sido llamados precisamente por Cristo presente en la historia a través de su vicario, el obispo de Roma.
La modalidad mediante la cual te llama el Misterio es un hecho histórico, una circunstancia concretísima: en este momento, la guía establecida por Cristo como punto autorizado último para nuestra vida de fe, es decir, el Papa, nos convoca en Roma. Este verano el Misterio os interpela a través de esta modalidad, y Él sabrá cómo ayudaros a responder a las preguntas que tenéis sobre vuestro futuro: pienso sobre todo en quienes han terminado la enseñanza superior y la universidad.
El único modo de prepararme para afrontar el futuro es secundar este método, porque el Misterio me ofrecerá los signos para encontrar mi camino. Pero solo lo encontraré si permanezco inmerso en este lugar que es el movimiento dentro de la Iglesia, porque solo así Cristo determinará de tal modo mi forma de mirar que empezaré a ver. «Fue mirado, y entonces vio», dice san Agustín hablando de Zaqueo. Solo si estamos literalmente «en remojo» en un lugar en donde Cristo sucede constantemente, podremos experimentar un conocimiento de la realidad que nos permita captar los indicios a través de los cuales el Misterio aclara cuál es nuestro camino; si no es así, resultará imposible ver lo que tenemos delante de nuestras narices.

Los discípulos pudieron comprender mejor qué es la vida, qué es la vocación, qué tenían que hacer porque secundaron la relación con Jesús, que hacía emerger con una claridad cada vez mayor quiénes eran ellos mismos y quién podía responder a su corazón. Y de este modo adquirieron una mirada suficientemente amplia como para reconocer los signos de la vocación. ¿Somos conscientes de la novedad que ha introducido Cristo en la vida?
Cuando no comprendemos que todo se aclara siguiendo Su presencia, empezamos a complicarnos la vida. ¿En qué consiste el problema del afecto? ¿Y el del futuro? ¿Y el de la vocación? Todo se juega en la relación con un lugar en donde Él se hace presente. Por eso yo solo podré tener un conocimiento verdadero, nuevo, original, abierto a todo si Cristo es una presencia contemporánea. Ir a Roma es un modo a través del cual Cristo se vuelve contemporáneo para cada uno de vosotros.

Nuestra única certeza es que, si no vamos detrás de Aquel que hemos encontrado, todas nuestras certezas caerán una tras otra. La certeza no tiene que ver con qué estudios haréis, con qué trabajo encontraréis o con quién os casaréis; y si habéis preparado ya las invitaciones para la boda, elegido el restaurante y el menú de la celebración, ¿qué podéis hacer con todo esto si os falta Él?
Una peregrinación es siempre un gesto de petición. Por eso vamos a Roma como mendigos, para que Cristo ponga su mano sobre nuestra cabeza. Lo que necesitamos es aprender el sentido del Misterio, que se comunica en el tiempo a través de un punto histórico concreto y que nos llama a seguirlo, secundándolo. Os conviene seguir, en lugar de someter la presencia histórica de Cristo al examen de vuestra medida decidiendo vosotros «cómo» debe hacerse presente en vuestra vida; no os comportéis como Pedro que, ante la invitación de Jesús: «Vamos a Jerusalén, porque el Hijo del hombre tiene que sufrir», reacciona bruscamente: «¡No! ¡A Jerusalén no, por favor!» (cf. Mt 16,21-23), haciendo sentar a Jesús en el banquillo de los imputados.

Por eso, cuando vayáis a ver al Papa, pedid, mendigad el conocimiento nuevo que Cristo ha prometido a quienes Le siguen con la sencillez de un niño. Como dice san Pablo, nosotros ni siquiera sabemos qué pedir. Con el deseo de tener una actitud de súplica, pedid a Cristo: «Concédeme tener esta actitud, porque no me la sé dar a mí mismo». Por eso empezamos cada gesto de la vida del movimiento suplicando al Espíritu, porque es el Espíritu quien viene en nuestra ayuda –dice san Pablo– para darnos lo que no podemos ni siquiera imaginar, para ponernos en esa posición de petición que nos permita reconocer la respuesta cuando llegue. Como veis, no podemos dar nada por descontado, ni siquiera que tenemos esta posición. Por eso incluso la posición última de petición es fruto de un encuentro, como nos testimonia el Innominado de Manzoni que, ante la pregunta del cardenal: «Volveréis, ¿no es cierto?», responde inmediatamente: «¿Que si volveré? […] Aun cuando vos me rechazarais, me quedaría porfiado a vuestra puerta, como un mendigo» (A. Manzoni, Los novios, cap. XXIII). A medida que crece la familiaridad con Él, brota con más claridad nuestra pobreza y se vuelve evidente Quién responde a ella.

La peregrinación a Roma os permitirá profundizar todavía más en todo lo que habéis vivido durante estos años. Un gesto como este educa más que muchos discursos que pudiéramos hacer. Por ello, os deseo una buena verificación y que experimentéis el ciento por uno.