Un Papa aferrado por Cristo

Paolo Brocato

Con fuerza, audacia y coherencia Juan Pablo II volvió a proponer al mundo qué significa ser cristianos hoy. Una herencia luminosa, dinámica, transformadora del beato Wojtyla. Lo subraya Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación (CL), en esta entrevista concedida a nuestro periódico. Al dirigirse, en numerosas ocasiones, a los movimientos, a las asociaciones y a los grupos eclesiales —recuerda el sucesor de don Giussani, fundador de CL—, el beato Karol Wojtyla los indicó como «primavera del espíritu», dado que en la Iglesia la dimensión carismática es «co-esencial» a la institucional.

La beatificación de Juan Pablo II, «fiesta de la fe» grande y universal, como la ha definido su inmediato sucesor Benedicto XVI en un mensaje autógrafo enviado para la ocasión a nuestro periódico.
Con las palabras enviadas a L’Osservatore Romano el Santo Padre nos ofrece el sentido profundo de la fiesta de la fe que ha sido la beatificación de Juan Pablo II, es decir una «fuerte invitación» a la conversión, a abrir las puertas a Cristo para comenzar a seguir las huellas del nuevo beato. Es la urgencia de esta conversión, junto a la gratitud profunda, que hemos percibido todos nosotros, que hemos acudido a Roma para participar en la ceremonia en la plaza de San Pedro.

Juan Pablo II abrazó la joven historia de Comunión y Liberación durante casi 27 años. ¿Qué deuda de gratitud tienen con el nuevo beato, padre y compañero del camino de fe y de testimonio en el presente y de cara al futuro?
El hecho de fuera Juan Pablo II quien reconoció la Fraternidad de Comunión y Liberación, los Memores Domini, la Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos Borromeo, las Hermanas de la Caridad de la Asunción, como frutos diversos surgidos del carisma de don Giussani, permanecerá siempre en la memoria de quienes somos miembros de ellos. Como tuve ocasión de recordar a todos mis amigos del movimiento en la carta que envié al saber de la beatificación, a la enorme deuda de gratitud debemos añadir la conciencia de la interpretación autorizada que, del reconocimiento pontificio, nos ofreció el propio Juan Pablo II: «Cuando un movimiento es reconocido por la Iglesia, se convierte en un instrumento privilegiado para una personal y siempre nueva adhesión al misterio de Cristo» (Castelgandolfo, 12 de septiembre de 1985). Y nosotros bien sabemos cuánto necesitamos de la identificación con el carisma que nos ha fascinado para continuar en el camino emprendido y para poder responder a la invitación que el beato Juan Pablo II nos había dirigido durante la audiencia por el trigésimo aniversario de nuestro movimiento: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz, que se encuentra en Cristo Redentor» (Aula Pablo VI, 29 septiembre de 1984).

Juan Pablo II, con audacia contagiosa, en situaciones históricas particularmente difíciles, ofreció a todos las razones de la fe y de la esperanza, donando a la Iglesia y al mundo las semillas de la renovación a la luz del Concilio Vaticano II, despejando el campo de interpretaciones reductivas, a veces distorsionadas, que pretendían ofuscar su alcance.
Juan Pablo II reconoció la situación en que se halla el cristianismo en nuestra época y juzgó como urgencia más importante ofrecer los motivos adecuados que hacen razonable la adhesión a Cristo en el contexto cultural y social en el que nosotros, cristianos, nos encontramos viviendo, un contexto en el que todo dice lo contrario. De este modo el nuevo beato brindó la contribución más preciosa que necesitan los cristianos: el testimonio de aquello en lo que se convierte la vida de un hombre que se deja aferrar y llevar por Cristo. Y el hecho de que aprehendió el punto esencial se ve en que, a través de él, muchos hombres han reencontrado el interés por el cristianismo -y, por lo tanto, por la gran tradición de la Iglesia- que habían perdido. De este modo Juan Pablo II proporcionó a todos la interpretación auténtica del Concilio Vaticano II: la renovación de la Iglesia, en la continuidad.

Juan Pablo II y don Giussani: un camino fundado en el encuentro misterioso e inefable con una persona, Cristo, «Aquel en quien todo fue hecho y todo consiste», por lo tanto el principio interpretativo del hombre y de su historia.
Es difícil darse cuenta ahora del impacto que la encíclica Redemptor hominis tuvo sobre don Giussani y, a través de él, sobre todo el movimiento. Hasta el punto de que él hizo imprimir una edición especial de la misma que durante todo un año fue el texto de la Escuela de comunidad, es decir, la catequesis semanal de Comunión y Liberación. Don Giussani siempre había enseñado que Cristo es la clave interpretativa para entender la realidad y la historia. La encíclica confirmaba esta intuición profunda. «El Redentor del hombre, Jesucristo, es centro del cosmos y de la historia»: las primerísimas palabras de la Redemptor hominis sintetizaban la certeza de la que don Giussani había partido, veinticinco años antes, en su intento de educación cristiana entre los jóvenes de Milán. Como recordó Benedicto XVI en la homilía del domingo, Juan Pablo II «nos devolvió la fuerza de creer en Cristo, porque Cristo es Redemptor hominis, […] plenitud del hombre y cumplimiento de sus anhelos».

Entrevista publicada en L'Osservatore Romano