Sister Zeph: «Educar es responsabilidad de todos, juntos»
Ha pasado de ser una estudiante autodidacta a dirigir una obra que educa a miles de niños en Pakistán. Desde el Meeting, la historia de la ganadora del premio Global Teacher 2023Una vida dedicada a educar. Riffat Arif, más conocida como Sister Zeph, es una educadora pakistaní que recibió en 2023 el premio Global Teacher que entrega la Fundación Varkey. Cuarenta años, cristiana, Zeph dejó los estudios con 13 en 1997 porque «nadie sabía responder a mis preguntas», según explicó en el Meeting de Rímini, en un encuentro con Rose Busingye. «Nunca había sido tan feliz, me he pasado llorando toda la misa porque aquí me siento en familia, con mi familia en Cristo». Su familia de origen es humilde, con tres hermanas, su madre y su padre, que tuvo la suerte de «recibir educación primaria», algo que no puede darse por descontado en Pakistán, donde «más de 26 millones de niños no van a clase y solo el 22% de las mujeres logran emanciparse». Zeph continuó su formación de forma autodidacta hasta conseguir dos másteres en ciencias políticas e historia. Luego fundó Zephaniah, la obra que dirige y de la que habla como si fuera un «hijo». Instalada en el patio de su casa, en Gujranwala, al noreste del Punjab, garantiza el derecho a la educación a tres mil niños y ha ayudado a emanciparse a seis mil mujeres. Empezó sin cobrar, trabajando ocho horas al día y dando clases vespertinas otras cuatro. Construyó el primer edificio de esta escuela con lo que ganó en un premio recibido en 2014. Ahora trabajan allí 28 profesores –muchos han estudiado con ella– y todos los cursos son gratuitos.
¿Cómo concibe usted la educación y qué es lo que la ha llevado a recibir estos premios?
Una persona que vive sin recibir educación es como si no viviera realmente. Porque cuando te falta la educación, te falta el aire. Es como si nuestra voz se quedara bloqueada en nuestro interior sin que nadie la pueda oír. En cambio, cuando hay educación, aprendemos qué es la vida, aprendemos a expresarnos y podemos ser mejores personas. De hecho, la vida está hecha de relaciones, es como una indagación en la realidad para hacer del mundo un lugar mejor. La educación da esperanza porque permite percibir el sentido del mundo y nos ofrece palabras para describirlo. Pero sin educación, no hay esperanza, no podemos tener el coraje de soñar porque ni siquiera sabemos encontrar el camino para cumplir nuestros sueños. Así es como concibo la educación.
El encuentro con Rose se titulaba “Para educar hace falta un pueblo”, una frase que le gusta mucho al papa Francisco y que comparte el pueblo del Meeting. ¿Usted también la comparte?
Cuando educamos a un niño, le ayudamos a aprender a vivir en una comunidad, a pertenecer. Es un proceso en el que todos estamos implicados y, sobre todo para los que se comprometen en crear cierto tipo de comunidades, es importante que todos se sientan responsables porque la educación no es solo responsabilidad de uno, o de un grupo. Lo vemos aquí, en el Meeting, donde hay una amistad que une a personas de todo el mundo. De hecho, solo juntos podemos marcar la diferencia, construir la paz, la amistad y la solidaridad. Así que sí, para educar hace falta un pueblo. Si queremos que las generaciones futuras sean realmente capaces de afrontar desafíos tan complejos como la pobreza, el compromiso por la paz o el cambio climático, debemos estar unidos.
Me gustaría dar un paso atrás y preguntarle más sobre el camino de su vida y de su obra.
La inteligencia del niño está dictada por su curiosidad: quiere conocer todo lo que le rodea y por eso pregunta a las personas que tiene al lado en busca de respuestas. Pero si los padres o maestros no le permiten expresar sus preguntas, bloquean su creatividad, su pasión. Eso es lo que me pasó a mí, que soñaba con ser abogada, pero en mi colegio no estaba permitido hacer preguntas y mis profesores no estaban comprometidos en un proceso de aprendizaje continuo. Entonces pensé que había llegado el momento de dejar el colegio y así lo hice, decidí hacerme profesora por mí misma y me prometí que nunca volvería a ninguna otra institución escolar. Invité a varios amigos al patio de mi casa y empezamos a estudiar juntos. Pero a los pocos días me di cuenta de que, si quería ofrecer gratuitamente una educación a otros, necesitaba recursos que no tenía. Así que fui a casa de una vecina y aprendí a bordar. Estuve trabajando y dando clases a la vez hasta los 27 años.
¿Qué se enseña en vuestra escuela?
Enseñamos alfabetización digital, pero también materias más generales como matemáticas e inglés. También hay clases de arte, costura y cursos de estética. Enseñamos la importancia de los derechos humanos, el respeto a las diversas culturas y religiones, el cuidado del medio ambiente, para que nuestros alumnos puedan ser ciudadanos globales. A nuestras alumnas les enseñamos cosas muy concretas, como por ejemplo técnicas de autodefensa, física y mental, o en el ámbito de la educación sanitaria, la importancia de la lactancia materna. Nuestros docentes enseñan a usar internet, a leer la prensa de manera crítica y a usar adecuadamente las redes sociales. En definitiva, nos ayudamos a entender mejor los desafíos del mundo, pero sobre todo ofrecemos a nuestros alumnos la posibilidad de una amistad.
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¿Ha seguido algún modelo, o a algún maestro?
La figura de la madre Teresa siempre me ha inspirado por su amor incondicional a todos. Acogía a cualquier, sin elegir a unos u otros en función de su opinión o su pertenencia. Como intentamos hacer en Zephaniah: si viene un niño es porque necesita educación. Punto. Lo demás no importa. Lo que importa es dar una oportunidad a nuestros alumnos. Porque el primer derecho es la educación. Como dice el fundador del premio Global Teacher, «No importa cuál sea la pregunta, la respuesta es siempre la educación».