El dominico Adrien Candiard (Foto: Archivo Meeting Rimini)

¿El final de los tiempos o el fin de los tiempos?

Guerra, terremoto, cambio climático… El último libro del dominico francés Adrien Candiard acerca al lector el tema del Apocalipsis y el destino último de la humanidad. Que no es una cuestión temporal
Paola Ronconi

Al empezar la Semana Santa, resuenan en mi mente las notas del Réquiem de Mozart que don Giussani nos enseñó a escuchar en Viernes Santo. ¿Qué podemos decir ese día al Creador? ¿Qué podemos implorar más que la piedad al Rey de tamaña majestad? Dies irae, dies illa. «Día de ira, aquel día / en que los siglos serán reducidos a cenizas / como profetizó David con la Sibila. / Cuánto terror habrá en el futuro / cuando venga el juez / a exigirnos cuentas rigurosamente».
Hoy basta con abrir el periódico y la visión de san Juan en el Libro del Apocalipsis no parece tan lejos: guerras, terremotos, naufragios, sequía, crisis energética y ambiental…
El fin del mundo es el hilo conductor del libro que el padre Adrien Candiard acaba de publicar, Unas palabras antes del Apocalipsis. Leer el evangelio en tiempos de crisis (Ediciones Encuentro). Me encuentro con el dominico francés, estudioso del islam, entre los muros del convento de Santa María de las Gracias en Milán, recién llegado de El Cairo, donde vive, para presentar este nuevo ensayo, que ofrece sobre todo un excursus por muchos momentos de la historia en que los hombres pensaron que el mundo se iba a acabar: la destrucción del templo de Jerusalén en el 70, el saqueo de Roma en el 410, la peste negra del siglo XIV… Pero es evidente que la historia no acabó entonces. Por tanto, nos tocaría interpretar los signos y esperar el fin. En realidad, el padre Candiard relee el capítulo 13 del evangelio de Marcos, donde Jesús anuncia devastaciones, tribulaciones y nos pide estar vigilantes. El dominico nos toma de la mano y con un lenguaje sencillo e inmediato nos lleva a dejar a un lado nuestras convicciones (más o menos religiosas, más o menos milenarias) en esta materia. En griego, apocalipsis significa “desvelación” y estas palabras de Jesús, que tuvieron que asustar bastante a los apóstoles, en realidad no se refieren a un momento del tiempo. No se trata de lúgubres profecías en el calendario sino de una ayuda para «descubrir el sentido de la historia humana, es decir, su significación». No el final, nos dice Candiard, sino el fin, «el objetivo hacia el que tiende toda la historia humana». Objetivo que no estará al final sino que comienza hoy para todo ser humano, «está presente a lo largo de toda la historia» y consiste en tomar conciencia de ser amados. Amados por un amor divino.

Dice en su libro que no son los acontecimientos lo que nos permite leer y entender el discurso apocalíptico de Jesús, sino al contrario, sus palabras nos permiten «comprender lo que pasa en nuestro mundo… el fin del mundo y de todo hombre es el amor». Si es así, no hay nada que temer, todos deseamos ser amados.
Naturalmente, pero nada es más desestabilizador que el amor. Cuando nos encontramos delante del amor, nos cuesta aceptarlo. Me refiero al amor de verdad, al amor divino, ese del que los hombres encuentran su fuente en Dios. Ese es el verdadero misterio del mal y de nuestra vida. Perdemos un montón de tiempo, por ejemplo en las homilías, sobre el esfuerzo de amar, tomamos el camino de en medio para hacerlo más aceptable, pero no hablamos de la dificultad real: ser amados. Esto nos daría la clave para la siguiente pregunta: cómo amar. Pero antes necesitamos aceptar que somos amados. Esto siempre nos cuesta. En el evangelio, los que llevan a Jesús a la muerte lo hacen porque no aceptan su amor a los pecadores. Incluso los discípulos, ante el gesto de Jesús en el lavatorio de pies, la primera reacción de Pedro es negarse. «Puedo lavar los pies de quien quieras, pero déjame en paz, no vengas a lavarme mis pies sucios. ¡No! Mis pies no son dignos de ti». Este es el pecado de no aceptar el amor divino.

¿Por qué cree que lo rechazamos?
Este amor incondicional, total, es literalmente sobrecogedor. Creo que la gratuidad del amor nos da miedo. Cuando un don es gratuito, no es nuestro. Sin merecerlo o comprarlo, no será nuestro. Los judíos en el desierto, después de salir de Egipto, cuando Dios les manda el maná, se ponen a hacer provisiones. Dicen: «Si acaba el amor de Dios, si nos deja solos, habrá que tener reservas». Queremos merecernos las cosas para que sean nuestras, pero la relación con Dios se basa en la gratuidad del don. Cuando aceptamos que la santidad nunca la merecemos pero se nos da igualmente, entonces empieza algo nuevo en nosotros. En este punto podemos amar al prójimo porque el amor con que lo amamos es de Dios, no nuestro. «Amaos los unos a los otros, como yo os he amado». Este “como” –en griego se entiende mejor– es “con el amor con que os he amado”. “Amad con el amor que os doy amándoos”. Objeción: “Entonces tendré que estar a la altura…”. Y así nos va.

Dice que la venida de Jesús es «apocalipsis, desvelamiento de lo que está oculto en el corazón del hombre – tanto de lo mejor como de lo peor». Hay quien no acepta a Jesús y lo mata y luego están los discípulos que lo siguieron, pero en todos nosotros coexisten ambas posturas.
Estamos en el medio, aceptando y rechazando este amor, intentando aceptar y seguir. Y nuestra decisión nunca es definitiva. Por eso no podemos decir: el mundo ha rechazado el amor de Dios. No. Yo también estoy ahí metido.

Cuando habla de la conversión, dice que no se trata de entrar en el “club de los cristianos”, «no es la adopción de una identidad cristiana, sino la acogida del amor de Dios ofrecido en Jesús».
Podemos dar un color cristiano, folclórico o cultural a valores completamente mundanos. Podemos vivir el cristianismo como una identidad entre otras, que debemos defender como nuestra, que debemos proteger porque está amenazada por el islam y el secularismo. Podemos colgar en nuestras paredes imágenes de Cristo, pero si no aceptamos el amor de Dios, total y gratuito, entonces hablamos de otra cosa. Podemos alzar la cruz como una bandera, pero se corre el riesgo de negar la misma cruz. ¡Y menos mal! Si hago que dos personas se conozcan y se enamoran, menos mal que no depende de mí. Sería terrible. Lo que convierte es el encuentro con Jesucristo. Él es quien actúa. Creo que siempre nos da un poco de miedo dejarle espacio, pero si tenemos miedo de lo que Dios pueda hacernos, mejor dejarlo.

En este periodo la palabra “apocalipsis” suena muy actual: la guerra, el terremoto… pero nos acostumbramos a vivir estas situaciones, o a sentirlas como algo lejano.
La pandemia ha sido una experiencia muy significativa. Hemos visto que todos estamos en la misma barca, nos hemos encontrado ante un mundo que se paraba. Luego está la cuestión climática. Estamos viviendo una época de sequías que hace diez años parecían imposibles. El sentimiento de estar a salvo se desmorona. La guerra de Ucrania también nos muestra que todos estamos relacionados. Un conflicto local, una invasión, tiene repercusiones en el comercio y la inflación al otro lado del mundo. Además, el riesgo nuclear es considerable en todo el planeta.

¿Y cuál es la tarea del cristiano ante todo esto?
El vínculo que existe entre mi corazón y la historia de la humanidad nos ofrece una primera respuesta. Puedo dejar que venza el amor de Dios en mi vida, y eso no es algo egoísta o personal. Si acepto esta aventura de ser amado por Dios, no sé dónde me llevará, ya lo veremos. Cuando los apóstoles aceptaron seguir a Jesús nunca se habrían imaginado que su vida acabaría a tres mil kilómetros de distancia, en Roma. Todo estaba completamente fuera de lo previsto. Por tanto, lo importante no es hacer grandes proyectos. Él se encargar de buscar el camino. Yo empiezo por este amor, empiezo a compartirlo… y ya veremos. Si me lleva a casa, puede ser muy importante.

“A casa”, ¿en qué sentido?
De nada sirve amar África y soñar con ayudar a los niños que mueren de hambre si en casa soy duro y violento. Amar es un verbo que se conjuga en singular. Amamos a las personas una a una. Amamos a las personas que vemos. Nos encontramos delante de “prójimos” que antes no podíamos imaginar. Y se trata de amar justo a esos, no a los que se nos parecen.

La salvación se juega en el corazón de cada uno, ¿eso es el Apocalipsis?
El Apocalipsis revela que el corazón es el lugar de la salvación y la salvación es Jesucristo. Lo más radical no es “el juicio de Dios” al final del mundo, sino Su amor, porque el amor es lo más exigente que hay, mucho más que la mera “obediencia”. El amor que nos ofrece Dios lo existe todo.