Don Giussani y Giovanni Testori (Foto Fraternità CL)

«¡Qué potente sentimiento tenías de esta palabra: perdón!»

El 16 de marzo de 1993 murió Giovanni Testori. Treinta años después, el recuerdo de don Giussani de su amigo, narrado en la biografía de Alberto Savorana
Alberto Savorana

El 16 de marzo de 1993 moría Giovanni Testori, fulminado por un tumor a los setenta años de edad. Desde hacía quince había estrechado una profunda amistad con Giussani. Se siguieron viendo hasta el final, como recordaba el sacerdote en una entrevista concedida al informativo de mediodía de la RAI dos días después de la muerte, el 18 de marzo: «El otro día, cuando le vi por última vez, le decía: “Si te perdemos, perdemos padre y madre”. Sí, porque se ha ido, además de maestro, el comunicador de un verdadero impulso. Era un apasionado de la vida, una pasión que suscitaba especialmente en los jóvenes, una voluntad de obrar, una voluntad de compromiso, una voluntad creativa».

Giussani rindió homenaje a su amigo escritor en el diario Avvenire del 17 de marzo: «Testori ha sido el primer hombre de cultura que nos ha sentido cercanos y partícipes de su naturaleza cristiana. Esta era sensible a la fragilidad humana que se debe al pecado original, y sabía que dicha fragilidad sería una esquizofrenia insalvable y desesperante si no fuera el umbral en el que se presenta, tan insospechada como inconscientemente deseada, la misericordia». La fe, añadía, «le ha rejuvenecido y reanimado sorprendentemente. La misma vehemencia de su naturaleza humana se ha purificado y hecho indómita por una autenticidad sin sombras», hasta el punto de comunicarse «a nuestra timidez e incertidumbre y empujarnos al riesgo de ser una presencia creadora en el mundo de hoy». Giussani reconocía que Testori había vivido todo esto «dentro de un sufrimiento sin lamentos y totalmente dispuesto a participar en la muerte de Cristo, que es la salvación de esta humanidad que está a merced de la mentira. Mentira que Testori ha denunciado siempre sin presunción y mirando a la gente con un grito de profeta en el corazón».



Fue Giussani quien celebró el funeral de Testori, en Novate Milanese, su pueblo natal, el 18 de marzo, y pronunció la homilía: «¡Gracias! En esta palabra se resume todo –pensamientos, sentimientos– lo que se agita y bulle en nosotros al mirar a tu persona que, gracias a Dios, ya no nos faltará como compañía para siempre». Era una gratitud sobre todo por los jóvenes «a los que has conocido, en un periodo de desolación, un periodo de soledad y por tanto de desaliento. Has conocido a jóvenes en los que estaba presente el mal del mundo, y de qué modo, igual que en cualquier hombre. Pero tú has sabido descubrir en ellos una emanación de transparencia, como decías un día del cuadro de Cézanne, la Sainte-Victoire, esa montaña que sería pesada si no le hubiera dado transparencia una luz excepcional, milagrosa». Testori se había convertido en «padre de aquellos jóvenes, que en su extravío encontraron un punto de referencia, como tú encontraste un punto de referencia en ellos, un punto de esperanza en ellos».

Y gracias también de parte de todos los hombres, continuaba Giussani, «a los que has hablado, de los que has hablado (…), apuntando enseguida al denominador común de todos –para ti el más impresionante: hasta ese punto lo vivías en tu alma–: el dolor. También el dolor banal porque nada es mezquino. Pero sobre todo el dolor agudo que experimentamos frecuentemente por el mal». Giussani tenía un deseo: que ese dolor por el pecado, que fue tan atormentador en la vida de Testori, «pase a nosotros: es un tormento justo, un tormento que purifica de nuevo. Hace daño y purifica, hace daño y hace bien en torno a uno mismo, en un momento como este, tan trágico para nuestra gente, “la gente nuestra”, como tú decías».

Giussani se dirigía a su amigo: «No solo has clamado como profeta contra el ataque a la verdad de un pueblo, sino que has suscitado de nuevo en torno a ti luz y calor como un humilde santo». Y después contaba un episodio de la infancia de Testori: «El niño Jesús te había traído muchos regalos, tú se los enseñaste con altanería al hijo del portero y le dijiste: “¡Soy el hijo del patrón!”. Y él se marchó llorando. Al verle llorar, tu padre, para quien los obreros eran parte de su carne y de su cuerpo, como su familia, preguntó por qué. Y aquel niño le contó el motivo, de modo que al día siguiente tú, puesto de rodillas por tu padre delante de todos los obreros, tuviste que decir: “¡Perdón, perdón!”». Giussani añadió: «¡Qué potente sentimiento tenías de esta palabra: “perdón”! Ya no eras un niño, sino grande, grande ante los ojos y el corazón y la conciencia de tanta gente, delante de la sociedad entera, aun cuando no estaba de acuerdo contigo, grande de verdad. (…) Es esto lo que te ha salvado, en la vida, sí, esta palabra te ha salvado».

Y dirigiéndose siempre al amigo desaparecido exclamaba: «La blasfemia fundamental es el olvido, porque si Dios ha creado el mundo, si este Dios, además, se ha convertido en uno de nosotros, olvidar esto es verdaderamente el mayor mal, la blasfemia más grande. Cuántas veces te lo he oído decir: el amor a Cristo, a Cristo, a Cristo Dios». Este es el motivo último por el que «no te perdemos para siempre, porque nos has ayudado a conocer más a Cristo, y a amar y a trabajar por él»

Luigi Giussani. Su vida, Encuentro, Madrid 2015, pp. 912-914