Andrea Monda, director del Osservatore Romano (Foto: Filmati Milanesi)

«Si estamos tan vencidos, ¿cómo podemos vencer?»

Presentado en el Centro Cultural de Milán el libro del mes, Señor del mundo, de Robert H. Benson. Un texto profético escrito hace más de un siglo. ¿Novela distópica? Más bien, un thriller...
Silvia Guidi

Más que una novela distópica, un thriller, porque entender quién es el culpable –y sobre todo quiénes son los buenos o, mejor, qué quiere decir ser buenos– es menos fácil de lo que parece. También es una lente para ver mejor aspectos del presente que se nos escapan. Y un mensaje en la botella contenido en un título aparentemente sencillo –Señor del mundo– pero con resonancias significativas en otros títulos famosos como El señor de las moscas o El señor de los anillos, aparte del espesor que ya de por sí tiene para un creyente la palabra “Señor”.

Se abren así nuevas perspectivas de lectura –y posibles itinerarios de aproximación– tras la presentación del libro del mes propuesto por Comunión y Liberación, un encuentro organizado por el Centro Cultural de Milán el 7 de febrero, con la participación de Pierluigi Banna, profesor de Teología en la Universidad Católica de Milán, Elisa Buzzi, docente de teología moral en la Universidad de Brescia, Giacomo Fornasieri, investigador de filosofía, y Andrea Monda, director del Osservatore Romano.

Un clásico es un libro que nunca deja de decir lo que dice, que va rejuveneciendo con el paso del tiempo, creciendo en profundidad y en espesor de generación en generación, con cada lector que se suma a la multitud que lo precede. Así es también con la historia de cada uno de nosotros. «Los libros que se releen en varios momentos de la vida nos dicen cosas distintas», empezó diciendo Alessandro Banfi, moderados del encuentro, presentando un texto escrito en 1907 que, en cierto sentido, contiene más “presente” que una noticia recién salida de agencia. Un libro sorprendente ya por el hecho de que su autor –Robert H. Benson era hijo del arzobispo de Canterbury; luego se convirtió al catolicismo y se hizo sacerdote– sabe describir perfectamente tanto los totalitarismos del siglo recién terminado como la tendencia mediática globalizada actual, con una claridad que llega hasta el detalle. Desde el eslogan “manos limpias” hasta temas como la eutanasia o el suicidio asistido, el efecto profecía resulta impresionando. En el siglo XXI el enemigo ya no es el tótem del Estado nacional (que llenó el siglo pasado de campos de concentración) sino un poder económico sin rostro, un imperialismo internacional del dinero que se sabe mover de manera sofisticada. Señor del mundo es un libro sobre la esperanza porque habla de lo “novísimo”, las últimas cosas (la muerte, el juicio, el paraíso y el infierno), y porque no teme resultar «deprimente para los cristianos optimistas». Benson, según Elisa Buzzi, nunca dora la píldora de la esperanza, no es tranquilizador, habla de la desesperación común de los abandonados (Péguy), de un estado de plácido aturdimiento en un mundo sin Dios, confrontando (con una síntesis genial) dos alternativas radicales, martirio y eutanasia. Ambas formas de elegir de manera voluntaria la muerte, pero opuestas tanto en sus motivaciones como en sus resultados, como una línea oscura que marca el límite entre la esperanza o la desesperación “encarnada” en dos personajes, Mable y Percy. ¿A quién pertenece el ser humano?, se preguntaba Guardini: «¿A la familia? ¿Al estado? ¿A sí mismo?». La respuesta a esta pregunta genera las “dos ciudades” de san Agustín, distintas según cómo se conciban, un mundo “auto-organizado” o un mundo consciente de haber sido creado.



Benson, según Giacomo Fornasieri, identifica uno de los rasgos de nuestro tiempo que menos percibimos: el espiritualismo, la negación de la tierra para afirmar un cielo construido por el hombre. No tanto en contra sino “sin” la Iglesia, rehuyendo el escándalo de la carne. La época más consumista de la historia es también, paradójicamente, la época que más miedo tiene a la materia. «No será tan fácil distinguir al señor del mundo de Cristo», afirmaba provocadoramente Pierluigi Banna; al lector le toca identificar los criterios con los que formular su propio juicio. «Por eso, más que una novela distópica es un thriller. Desde Constantino en adelante, el ataque directo ya no es el peligro más grave, sino un cristianismo sin Cristo. Se puede “ganar fácilmente”, como pasa con los seguidores de Julian Felsemburgh, pero con la condición de negar al menos la mitad de la naturaleza humana, ese oxímoron hecho de fragilidad y valor que se llama libertad.
«Si estamos tan vencidos, ¿cómo podemos vencer?». Banna cita aquí a don Giussani: «Hace falta que venga alguien de fuera. Hace falta algo sobrehumano que venga a iluminarnos», como una traducción de la afirmación evangélica de «sin mí no podéis hacer nada». Esta obra maestra de Benson es una de las lecturas preferidas del papa Francisco, señaló Andrea Monda, director del Osservatore Romano; a la que suele referirse cuando señala al mundo el sentido auténtico de una globalización “buena”, no la esfera (en la que todos los puntos quedan homologados) sino el poliedro, donde cada cara conserva su forma única e irrepetible, su identidad.



Del Burgess de La naranja mecánica al Stevenson de El extraño caso del doctor Jekyll y Mr Hyde, la literatura inglesa está plagada de distopías morales que tratan de extirpar el mal del mundo con sus propias fuerzas, cuando en cambio «el heroísmo necesario es el de la paciencia». El riesgo de una deriva gnóstica y pelagiana de nuestra visión del mundo fue el leitmotiv del encuentro, que Banfi cerró con una cita de John Henry Newman que vale la pena retomar: «El cristianismo ha estado tan a menudo en lo que parecía un peligro mortal, que ahora debemos temer cualquier nueva adversidad. Hasta aquí es cierto. Pero, por otro lado, lo que es incierto, y en estas grandes contiendas es generalmente incierto, y lo que es comúnmente una gran sorpresa cuando se ve, es el modo particular por el cual la Providencia rescata y salva a su herencia elegida, tal como resulta. Algunas veces nuestro enemigo se vuelve amigo, algunas veces es despojado de esa especial virulencia del mal que es tan amenazante, algunas veces cae en pedazos, algunas veces hace solo lo que es beneficioso y luego es removido. Generalmente, la Iglesia no tiene nada más que hacer que continuar en sus propios deberes, con confianza y en paz, mantenerse tranquila y ver la salvación de Dios».