Albino Americo Mazzotta

Americo Mazzotta. Hasta el fondo de su amiga realidad

Pintor nacido en 1941, murió hace unos días. Su trabajo por toda Italia, también en Nairobi y Auschwitz, su encuentro con Tarkovski... Pero sobre todo una fe sin la cual «¿qué iba a hacer yo?». Así le recuerda un gran amigo
Andrea Antelli

El viernes 13 de noviembre de 2020, en el cementerio monumental de la Antella, en la localidad de Bagno a Ripoli, cerca de Florencia, se celebró el funeral del pintor Albino Americo Mazzotta, que nació el 12 de julio de 1941.

La última vez que estuvo en mi casa, mientras le acompañaba en coche, me dijo: «Andrea, tengo que conseguir unas gafas porque no veo con nitidez y si no me llega bien algún detalle del mundo que me rodea, ¿cómo me voy a despertar y a ponerme en marcha?». Cuando estuvo en el hospital de Bibbiena para su primera intervención y luego en el de San Felice para los cuidados paliativos, me enseñó el paisaje exterior y me contaba el comportamiento de los animales que veía, domésticos o salvajes, de todos los detalles que percibía. La concreción de la realidad siempre le interesaba y le resultaba familiar.

Mazzotta trabajando en la vidriera de una iglesia en Mazara del Vallo

La última vez que salimos juntos fue para ir comprar tabaco y me habló de su encuentro con Andrei Tarkovski. Concretamente el episodio de cuando, en un momento dado, delante de una botella de buen vino, Andrei le contó que le habría gustado realizar algún gesto de clamoroso sacrificio. Americo me confesó que le costó mantener aquella conversación, que no sabía cómo afrontarla, y que se puso a enumerar a su amigo el listado de consecuencias mediáticas, sociales y políticas de un gesto así, dejando clara evidencia de que todo aquello era poca cosa en comparación con el deseo que albergaba el alma de Andrei.

Su actitud de tenaz observador de la realidad dotaba a Americo de una genialidad totalmente suya a la hora de captar el deseo y el ímpetu humano de quien se encontraba con él. A veces era un poco gruñón, incluso con aspereza, pero en último término su mirada era de asombro y de afecto, sin olvidarse de la provocación de la realidad, que a veces resultaba terrible. Es difícil no hacerse amigo de alguien que sabía acompañar a tu corazón.

Pongo otro ejemplo utilizando sus propias palabras, que encontré en el catálogo de la exposición “La dimensión de la memoria”, donde describe uno de los momentos de su estudio previo a la realización de su trabajo en la iglesia de San José en Auschwitz: «Y luego esas visitas al campo… para ver esos rostros tan hermosos; descubrir, con estupor, las semejanzas con nuestro tiempo… La conmoción ante esas caras fue el primer golpe. Mirándolas, pensaba qué es lo que constituye la vida de cada hombre, su procedencia, sus afectos y esperanzas, sus amistades, su trabajo, su estudio, los deseos que cada uno lleva dentro y que constituyen nuestra identidad. Allí todo quedaba informe y desparecía tragado por los hornos. Pero esas caras seguían mirándote. No acabaría nunca de contemplarlas, como haces con las personas que quieres cuando las tienes lejos».



Otro giro importante en su vida, también en la profesional, fue la decisión de trasladarse durante un tiempo bastante largo a Sicilia. Conoció a Calogero Zuppardo entre otros en un encuentro de la Compañía de las Obras y le propusieron trabajar en Palermo. Me llamó y me dijo que quería tomar esa decisión conmigo, más aún, que seguiría la indicación que yo le diera. Era mi mejor amigo, una de las primeras personas con las que compartí, siendo adulto, la evidencia de que el Señor está presente aquí y ahora, que vive entre nosotros. Siempre le miré con respeto porque era mayor que yo y había sufrido en la vida más que yo hasta aquel momento. Organizó su trabajo, buscó sus referentes, su manera de vivir allí, pero marcharse era para él una promesa. Estaba en juego un horizonte más grande y verdadero para su trabajo, eso estaba claro. Introducir el método de la comunión a la hora de mirar y desarrollar su trabajo artístico suponía una ocasión preciosa para mirar la realidad más a fondo. Era una llamada, así que se fue, y se quedó unos años.

La promesa era verdadera y el horizonte se abrió de par en par, de manera increíble: trabajos en al menos 36 iglesias italianas, preparación y realización del proyecto iconográfico de la iglesia de San José en Auschwitz y en Nairobi, un fresco para la Universidad Lateranense donde conoció personalmente a Juan Pablo II, un periodo de trabajo en la universidad Regina Apostolorum, donde impartía el taller de proyección iconográfica del máster de arquitectura.

Cuando terminó los preparativos de su viaje a Polonia y Kenia, estaba tenso y preocupado. Estar lejos de casa durante un largo periodo de tiempo le causaba un cierto vértigo incluso a alguien tan emprendedor y libre como él. Más tarde verificó que la disponibilidad para tener una mirada abierta y una comparación intensa con la realidad es algo verdaderamente conveniente. En su relación con personas y entidades del ámbito cristiano y humano florecieron varias amistades.

No fue fácil entrar en el momento que el Misterio le puso delante después con la enfermedad, y aún era menos banal acompañarle. Un día, volviendo del hospital de Siena, al término de la visita, cuando íbamos a subirnos al coche, le pregunté: «Americo, ¿para ti la fe sigue siendo un hecho humano concreto?». Se paró, apoyado en su bastón, me miró y, con tono humilde pero firme, me dijo: «¿Qué iba a hacer yo si no tuviera fe?». En julio, el día de su último cumpleaños, fuimos algunos amigos a celebrarlo y Americo, conmovido, nos entregó su testamento personal diciéndonos, lleno de conmoción: «Mi vida ha sido preciosa, he servido con orgullo a mi Señor, y también tengo el orgullo de tener muchos amigos».

Dos últimos regalos. Antes del último ingreso, el padre Silvano Seghi bendijo a Americo y le dio la unción de enfermos. Fue un momento lleno de ternura y de gracia, estaba exultante por el esplendor de la victoria de Cristo. Dos años y medio después, volvió a trabajar, humilde pero seria y apasionadamente, dándonos a entender que, una vez más, volvía a mirar la realidad entera hasta el fondo y con total libertad. Hasta el fondo.