Antonio Machado

Antonio Machado. «A orillas del gran silencio»

Deseo y angustia, rebeldía y esperanza. Su corazón está herido pero «despierto, despierto». Un viaje por los versos del gran poeta español, que no deja de interpelarnos
Isabel García Serrano

Los poetas que hablan de su nostalgia, de su melancolía, de su ansia de una vida grande, de su búsqueda de Dios, hablan de nosotros. Antonio Machado (Sevilla, 1875-Colliure, 1939) vivió con la pregunta siempre despierta, herido por un deseo ante el que no encontraba respuesta. Ese Machado nos hace hoy gustar de la belleza de la palabra y de la belleza de la verdad.

Es una tarde cenicienta y mustia,
destartalada, como el alma mía;
y es esta vieja angustia
que habita mi usual hipocondría.
La causa de esta angustia no consigo
ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
—Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.

***

Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
tú eres nostalgia de la vida buena
y soledad de corazón sombrío,
de barco sin naufragio y sin estrella.
Como perro olvidado que no tiene
huella ni olfato y yerra
por los caminos, sin camino, como
el niño que en la noche de una fiesta
se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
y pobre hombre en sueños,
siempre buscando a Dios entre la niebla.
Poesías completas, LXXVII


El autor identifica su propio estado anímico de tristeza y nostalgia con una tarde cenicienta, mustia y destartalada. Se propone desvelar la causa de la angustia que le acompaña desde niño. En un primer momento niega conocerla; a continuación, se corrige, dialoga con su propio dolor y confiesa, por fin, los dos elementos que la provocan: su deseo de una «vida buena», y su soledad, la soledad de quien está perdido y navega sin rumbo, aunque no acaba de naufragar.

Utiliza a continuación dos imágenes convergentes para describir la naturaleza de su soledad. El «perro olvidado» resulta trágico porque interpretamos su desorientación y desamparo en términos humanos. El niño es visto y sentido como pobre perro perdido. Machado es un niño angustiado, asombrado, y perro errante, sin huella y sin olfato. Y así, cuando se mira a sí mismo, y alude a su andar sin rumbo, esas simples expresiones —«borracho melancólico», «guitarrista lunático»…— nos dicen quién es él y la causa de su penar: se ha sentido siempre perdido, sin rumbo. Pero, ¿por qué ese sentirse perdido? En el último verso descubre la causa de su angustia: la falta de Dios. Siempre estuvo «buscando a Dios» sin encontrarlo, desorientado, «entre la niebla».


¿Mi corazón se ha dormido?
Colmenares de mis sueños,
¿ya no labráis? ¿Está seca
la noria del pensamiento,
los cangilones vacíos,
girando, de sombra llenos?
No; mi corazón no duerme.
Está despierto, despierto.
Ni duerme ni sueña; mira,
los claros ojos abiertos,
señas lejanas y escucha
a orillas del gran silencio.
Poesías completas, LX


El poeta descubre que su corazón está sereno. Se sorprende por esta quietud, pero se da cuenta de que está más despierto que nunca —«despierto, despierto»—. Levanta los ojos y mira. Es la atención y la escucha en el silencio, a la espera de un signo, una señal que venga de lejos—aunque parece que nunca llegó para él—. Algo o Alguien a quien dirigir sus preguntas, que responda a sus anhelos.
En el poema CXIX se lamenta por la muerte de su mujer, Leonor Izquierdo, una joven de 15 años con la que se casa en 1909 y que fallece tres años después aquejada de tuberculosis. La muerte de la joven dejó al autor en la más absoluta desolación.

Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
Poesías completas, CXIX


En estos dramáticos momentos el poeta se dirige a un «Señor», un Dios que le ha «arrancado» al amor de su vida a pesar de su clamor. Otra vez se encuentra solo con su deseo insatisfecho. Solo frente al mar, símbolo en esta ocasión de ese lugar misterioso donde se pierden los muertos, o del drama de la vida que termina en la muerte.
Pocas semanas antes de la muerte de Leonor, concluye uno de sus poemas más bellos:

Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo,
algunas hojas verdes le han salido.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Poesías completas, CXV


Estando Leonor gravemente enferma, Machado observa cómo del tronco de un viejo olmo moribundo, brota una tierna rama verde. Describe la belleza marchita del olmo y su triste futuro pero pone sus ojos en esa rama. Repite con insistencia el adverbio de tiempo antes como primera palabra de varios versos, como si quisiera parar el tiempo antes del desenlace funesto, y dialoga con el olmo: quiero hacer mía «la gracia de tu rama verdecida». El milagro de que de la muerte del tronco surja la vida es señal de una esperanza. La curación de Leonor, «otro milagro de la primavera». Este es Machado y este soy yo: angustia, anhelo, búsqueda, rebeldía y esperanza.

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