¿Qué nos dice hoy la Rusia de 1917?

En una semana, la caída de un régimen. Cien años después, un relato que refuta con datos algunos de los tópicos sobre el subdesarrollo ruso en aquella época. Una historia que tiene varios puntos en común con la actualidad. La propuesta del libro del mes
Ana de Haro Arbona

En 1917 se produce la Revolución de Octubre en Rusia. Ese año termina la monarquía zarista que gobernaba una sexta parte del mundo y es el origen de lo que luego sería la Unión Soviética. Entre el 27 de febrero y 5 de marzo de ese año, en apenas siete días, cae un régimen. ¿Qué provoca y acelera esos acontecimientos?

Los autores, Marta Carletti, Adriano Dell`Asta, Giovanna Parravicini, intentan explicarlo en su libro Rusia 1917. Estos autores contradicen con datos la tesis de que Rusia era un Estado al borde del abismo. Muestran cómo Rusia era un país en pleno desarrollo industrial y con problemas muy similares a los de sus vecinos europeos. Se puede destacar que Rusia llegó a ser en los años previos a 1917 el exportador del 40% del trigo mundial. La Revolución Rusa no se produjo por falta de pan.

¿Si Rusia en ese momento gozaba de una cierta prosperidad, aunque en ella hubiese dificultades y abusos, qué es lo que provocó que el Estado cayese de la tarde a la mañana? El libro presenta una serie de problemas de la sociedad rusa que no son ajenos al momento en que vivimos: se describe una población que ha perdido el afecto por el zar y por la Iglesia Ortodoxa. Estos dos eran hasta el momento los dos pilares de Rusia. Los jóvenes odian y atentan teorizando la nada. Las instituciones, débiles y aferradas al pasado, son incapaces de leer el momento histórico. La Iglesia Ortodoxa al convertirse en un anexo del Estado pierde su misión. La semana del 27 de febrero al 5 de marzo no cayó un Estado, se desplomó el cadáver de un sistema al que la enfermedad del nihilismo había corroído por dentro.

Cien años después seguimos cometiendo el error de pensar que el Estado, las reglas de juego de la sociedad en la que vivimos y que hemos heredado, se mantienen vigentes independientemente del sujeto que vive dentro de ellas. Las instituciones, el Derecho, la Justicia, el Estado viven y son mientras haya un sujeto, una identidad que las construya y las mantenga. En el momento en el que el sujeto de una sociedad desaparece, las instituciones se mantienen por inercia durante un período, pero terminan cayendo. Eso es lo que sucede en la Revolución de Octubre. El Estado vive de los sujetos que conforman la sociedad. Es más, irá cambiando según cambie la sociedad. El problema no es el cambio sino el vacío. El vacío que deja un sujeto social aletargado, una carencia de grupos e identidades que construyan.

En la Rusia de 1917 no hay un cambio de paradigma. No es comparable a la Revolución Francesa en la que se luchaba por introducir nuevos derechos. En Rusia, al abdicar Nicolás II, se produce un vacío de poder. Su hermano Mijaíl no quiere el trono, la Duma no toma las riendas del poder… Lenin, a pesar de ser la parte extrema y menos influyente del partido bolchevique que era a su vez el partido minoritario durante la Revolución, se hace con el control. Ante la ausencia de una identidad que proponga un sentido, termina imponiéndose la ideología. Esta dinámica la hemos visto reproducirse estos últimos años con el auge de populismos y movimientos extremos. La cuestión es darnos cuenta de que la imposición de esquemas muertos, por muy justos que estos hayan sido, no es suficiente para plantar cara a los desafíos que la vida nos pone delante.