Mérida, Venezuela (Foto Unsplash/Jhon Vielma)

Venezuela. «En este camino no estoy sola»

En un país herido por la inestabilidad política y social, las vacaciones comunitarias han sido un momento precioso para juzgar juntos la realidad. Así lo cuentan algunos de sus protagonistas
Maria Acqua Simi

Llegaban desde Caracas, Mérida, El Tocuyo, invirtiendo tiempo –doce horas en autobús–, dinero –«el poco dinero que hemos conseguido con nuestro sudor»– y muchas energías afectivas: «¿Cómo voy a irme si en casa me necesitan y no están bien?». Pero no ha sido en vano. Las vacaciones de verano de la comunidad de CL en Venezuela nunca habían sido tan bellas y «realmente fraternales», según cuenta Leonardo Marius, responsable del movimiento en este país. Desde los más ancianos a los más jóvenes, aceptaron el reto que planteaba el lema sobre la libertad como dependencia de Dios y la propuesta sobre la compañía como lugar vocacional y de juicio.

Entre ellos estaba Simón, artista que conoció el movimiento en 2002 gracias a su hermana, pero después de una breve experiencia se alejó. Hace dos años se enamoró de una mujer del movimiento, que no le presionó en absoluto, pero despertó en él el deseo de apuntarse a los Ejercicios de la Fraternidad y después a las vacaciones. «Doy gracias a Comunión y Liberación por la libertad que me da, y a don Giussani porque su método tiene la capacidad de despertar la pregunta del sentido de la vida, a través de la música, la pintura, la escultura o la historia de poetas que han sufrido y también dudado. Como yo. Verdaderamente, el sentido religioso se sitúa al nivel de la experiencia elemental de cualquiera allí donde un yo se pregunta por el sentido de la vida, de la realidad y de todo lo que suceda».

Rosalba llega herida por la inestabilidad política en su país. «Soy profesora ya jubilada y una de las peores cosas de esta crisis es no poder recibir un salario decente que nos permita tener una vida digna». Pero esa sensación de injusticia empieza a convertirse en ofrenda gracias al trabajo en la Escuela de comunidad. «Este año he participado en un proyecto social donde se dan tres días de clase gratis en colegios públicos» que han cerrado o trabajan a media jornada. «Ver a esos niños con un deseo tan grande de aprender ha sido como una bofetada y me puse a planificar el trabajo lo mejor que pude, de forma lúdica y pedagógica, según el nivel cognitivo de cada uno, con entusiasmo y alegría. Mientras tanto, en la Escuela de comunidad estábamos trabajando el capítulo quinto y no dejaba de preguntarme: ¿para qué estoy yo aquí, en esta vida? Ser profesora no es un mérito por mi esfuerzo, sino un don que se me ha regalado, así que, ¿cómo no voy a seguir lo que el Señor me ha pedido sirviendo a otros, y sobre todo más necesitados que yo? Estoy convencida de una cosa: todo lo que hago con amor se convierte en milagro y yo estoy aquí, en este mundo, para que se cumpla Su voluntad».

Entre los jóvenes que participaron en las vacaciones estaba Isabel, que se ha dado cuenta de que «es hora de asumir más responsabilidad en mi vida y en mi fe». No son frases vacías, pues lo experimenta a diario, en la fatiga de su enfermedad y la de su hermana, en el intento de juzgar con amigos y compañeros el complejo contexto venezolano (donde también está en riesgo el sistema sanitario en el que trabaja) sin ceder al rencor, sino con el deseo de tender hacia el bien. «Muchas veces tengo la tentación de car en la queja continua, pero la memoria de la educación que recibo continuamente en el movimiento, a través de conversaciones y testimonios, me permite vivir mi enfermedad, la de mi hermana y cualquier circunstancia de un modo distinto».

Para Isabel es «fundamental rezar e ir a misa, aunque a veces me cueste, porque me ayuda a crecer y a entender mejor lo que vivo». Entonces, ¿todo arreglado? «No –dice–, no todo es perfecto ni está resuelto. A veces todavía siento rabia, impotencia, impulsividad, pero no dejo de hacerme preguntas y de seguir buscando a Cristo cada día más. Quiero responder a su llamada, y lo estoy aprendiendo de mis amigos, de rostros concretos que me abrazan y me educan constantemente. Así comprendo que mi vida no es mía, sino de Otro que me la da».

Ana Sofía es una adolescente que este año ha tenido que sufrir varios duelos, como la muerte de su mejor amiga, sus abuelos y una tía. «Todo eso ha puesto en cuestión mi fe, he llegado a pensar que Dios no existe. Fui a las vacaciones casi como un capricho. Hablando con varios amigos sobre mis proyectos de futuro, surgía la pregunta: “Esos son tus proyectos, pero ¿y los de Dios?”». Le ayudaron mucho las «palabras de Isabel, porque realmente la fe es un camino que se recorre y se construye poco a poco. Él siempre está ahí, esperando a que lo encontremos en nuestra vida. Me siento feliz por hacer este camino con la comunidad de CL porque sé que no estoy sola, sino acompañada por personas que también están descubriendo cada día más su fe».

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Aimara discutió mucho con sus amigos para decidir si participar o no en las vacaciones comunitarias. Le costaba ir pensando en lo complicada que era la situación del país. «Pero en esa discusión varios amigos destacaron el valor de la amistad, una amistad que se nos da. Y es verdad, para mí estos no son solo amigos sino compañeros hacia el destino. Las vacaciones pueden convertirse en una distracción de la realidad de cada día, pero con estos amigos es distinto porque siempre me enseñan que la realidad es nuestra aliada, incluso cuando parece que te bloquea. Porque en la realidad es donde Cristo nos llama. La realidad es una provocación a mi libertad y me hace desear ver Su iniciativa en acción. ¿Dónde está mi esperanza? ¿En los resultados electorales? Por supuesto que no debemos dejar de rezar para que salga a la luz la verdad y la justicia, pero mi esperanza va más allá y eso es lo que me hace libre, hasta de irme de vacaciones a pesar de todo. Porque ya no vivo esclava de las circunstancias sino que vivo de y para Otro».