Michele Zanetti (Foto Meeting Rimini)

Hacerse cargo del dolor ajeno

Michele Zanetti cuenta su amistad con el médico que reformaría todo el sistema de atención psiquiátrico italiano
Maria Acqua Simi

Uno de los primeros fue un chaval que se dio un fuerte golpe en la cabeza mientras trabajaba en una barca en el puerto de Trieste. Tal vez fue un ancla o algún gancho del remolque. El caso es que el impacto tuvo graves consecuencias y acabó en un manicomio. Se le calificó como un caso incurable. Pero pronto llegaría un nuevo director al centro, muy distinto de los anteriores. Se llamaba Franco Basaglia. Hizo algo que nunca nadie había hecho antes. Empezó a hablar con aquel chico –y con todos los pacientes– y a llevárselo de paseo en coche, hasta que acabó colocándolo como su chófer. Al final ese chaval, hoy anciano, se jubiló tras ser el chófer de todos los directores sanitarios que pasaron por allí aquellos años. Lo mismo pasó con otro paciente que llegó a ser el responsable de la cafetería.

«Así era Franco. Un hombre culto, preparado, libre. Apostaba por la persona. Quería demostrar que la enfermedad mental se puede tratar sin encerrar a la gente, sin electroshocks, sino apostando por la libertad y dignidad humana. Por eso lo elegí para dirigir el hospital psiquiátrico San Juan en los años 70, unos años complicados». Lo cuenta Michele Zanetti, presidente de la Provincia de Trieste entre 1970 y 1977 y líder local de la Democracia Cristiana. En esa época, las provincias tenían las competencias de la atención psiquiátrica y en la mayoría de los casos confinaban a los enfermos en manicomios en unas condiciones brutales. Ese médico que llevó a cabo la reforma más radical de la psiquiatría en Italia y el cierre de los manicomios cumpliría ahora cien años. Pero pocos saben que su amistad con Zanetti supuso el motor de una auténtica revolución cultural y médica.

«Yo era, y lo soy, profundamente católico. Me crie con los scout y la educación cristiana me marcó para toda la vida. Franco no, o al menos no públicamente. Pero tenía claro que la vida de una persona era sagrada. Y en ese punto nos encontramos. Yo también tuve ocasión de visitar un manicomio por un examen de medicina legal y la experiencia fue terrible. Salí de allí profundamente turbado, durante unos días fui incapaz de comer con normalidad. Había hombres considerados peligrosos, atados a la cama o con camisa de fuerza, lobotomizados, tratados con grandes dosis de psicofármacos, cuando no con electroshock. La planta de mujeres también me impactó mucho. Iban sucias, desaliñadas… Luego me enteré de que había un médico que tenía un enfoque distinto, que hablaba con los “locos”, los sacaba de paseo, les daba helados y organizaba para ellos sesiones de música y arte. Un visionario. Porque eso era Franco. Siempre miraba hacia el paso siguiente, aunque le pusieran obstáculos. Nos hicimos amigos, venía a cenar a casa con su mujer, nos tomábamos una copa y discutíamos durante horas. Era un hombre fascinante y exigente». En esa época, a las personas con alteraciones psíquicas se las consideraba peligrosas y se las apartaba del resto de la sociedad. «No había tratamiento, solo control. Un poco reductivo, ¿no?».

En 1971, Basaglia ganó la plaza de director del hospital psiquiátrico de Trieste y Zanetti le garantizó plena libertad de acción, apoyando su proyecto de reforma y organización territorial de la atención psiquiátrica. «Teníamos en contra a la clase media, entre otros. Pero la Providencia, y un gran trabajo por nuestra parte, y por parte de muchos que creyeron en nuestro proyecto, nos llevaron por el buen camino». Seis años después, el manicomio cerraría sus puertas y en 1978 se aprobaría la ley 180, la llamada “Ley Basaglia”. Se desmantelaron todos los manicomios y se sustituyeron por servicios territoriales, ambulatorios y comunidades terapéuticas. La reforma puso fin a décadas de internamiento forzoso y estigmatización de estos enfermos, dando paso a una visión de la enfermedad mental basada en la asistencia, inclusión social y derechos humanos.

«Todavía queda mucho por hacer, aunque ahora existen proyectos preciosos, con comunidades y cooperativas que hacen un trabajo muy interesante en el ámbito de la rehabilitación psiquiátrica. Actualmente, los trastornos psíquicos están mucho más presentes, sobre todo entre los jóvenes, que sufren en muchos casos ansiedad o depresión. El problema no es que falten leyes, sino que no se aplican. Lo que falta es personal. Sin los profesionales adecuados, ¿cómo se va a cuidar a la persona? Me duele ver la soledad del hombre moderno. Hay gente que prefiere estar ingresada antes que sola en casa. Basaglia y los suyos no se equivocaban cuando lo apostaban todo por una relación. Hoy somos tremendamente pobres en relaciones y creo que si no aprendemos a proponer una asistencia comunitaria, si no nos hacemos cargo del dolor de los demás, será difícil que las cosas mejoren. Si conoces a un enfermo mental, si hablas con él, como médico tal vez puedas llegar a identificar posibles desencadenantes de crisis y trabajar para prevenirlas. Pero si los pacientes no son más que números y protocolos…».

Suspira. Michele Zanetti ya ha cumplido ochenta años y ha hecho de todo en la vida. Aparte de presidente provincial, dirigió durante un tiempo el puerto de Trieste y allí conoció a don Giussani. «Eran los años 80, había cerca una comunidad de Comunión y Liberación muy numerosa, aunque aquí todavía no, pero algo estaba naciendo y él vino de visita. Se alojaba en un hotelito de mar que ya no existe, quería ver el puerto y yo fui a buscarlo con una barca. No le gustó mucho que le llevara a ver el embarcadero en lugar del astillero. “Me gustaría ver las naves, ver a los hombres trabajando”, dijo. Se veía que era un apasionado del motor, pero sobre todo del motor humano como algo único». Ahora que se enfrenta a la última etapa de su vida, Zanetti dice que es tiempo de hacer balance serenamente. «“Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando”, dice un pasaje del evangelio de Lucas. Y yo me lo repito mucho, es tiempo de dar cuenta de todo lo que he recibido. El evangelio habla del administrador infiel… ¡y cuántas veces me habré equivocado! Me gustaría dejar como legado parte del bien que he intentado hacer con otros: con Franco, con mi mujer, con mi familia. Solo me presentaré allí arriba con eso. Esperemos que sea suficiente».