(Foto Unsplash/Hannah Cauhepe)

El mal y un amor que salva

Ante la tragedia de un joven que mata a su familia, «el problema no es tanto enseñar una forma de vida, sino a preguntarse por qué, y para qué, vivir». El manifiesto de Comunión y Liberación

El trágico caso de Riccardo, joven italiano de 17 años que ha matado a sus padres y a su hermano sin razón aparente, nos impresiona e interpela*. Por lo que parece, no ha indicado ningún otro motivo aparte de un malestar personal del que quería librarse. Hay un misterio tan insondable ante la manifestación de un mal tan inhumano que la primera reacción es un silencio sobrecogedor. El dolor por las víctimas (y por el culpable, que se enfrenta ahora a toda una vida marcada por lo que ha hecho) se amplifica al dirigir la mirada a tantos jóvenes que sienten un malestar parecido y que muchos expresan de varias maneras, pero otros muchos lo esconden por dentro. Ese malestar adopta la forma de un vacío interior y un aislamiento radical que no se limita a casos particulares sino al contrario, verdaderamente nadie queda exento.

La primera exigencia que surge, más allá de las noticias de los informativos, es interrogarse e intentar comprender qué puede dar origen a ciertos fenómenos, siendo conscientes de que en el fondo permanece un misterio intangible. Muchos intelectuales, periodistas y expertos han hablado del tema, algunos concretamente han considerado oportuno recordar, a «una sociedad que se niega a ver el abismo que tiene delante», que «en el mundo existe la presencia activa del mal» (Susanna Tamaro, Corriere della Sera, 4 de septiembre). «Un mal insondable y por tanto cercano y posible también en nosotros» (Maurizio Crippa, Il Foglio, 4 de septiembre).

Aunque invadidos, como todos, por una sensación de confusión, habría que preguntarse si este malestar no encuentra terreno abonado en el concepto de libertad en que vivimos inmersos. Libertad entendida como autonomía total, como pretensión de que yo me baste a mí mismo, donde el único horizonte admisible para mi cumplimiento es la realización de mis deseos y mis proyectos, derivados a menudo de expectativas impuestas por la sociedad. Según esta perspectiva, el otro no solo no tiene derecho a ayudarme a entender quién soy, sino que tiende incluso a convertirse en enemigo. El dramático resultado, sin distinción de edad, es la ruptura de vínculos: tal vez no nos aislemos físicamente, pero se pierde el sentido de esos vínculos, con el riesgo de caer en el aburrimiento o incluso en la depresión, cada vez más vacíos y solos porque somos incapaces de reconocer que la relación con el otro nos define como personas.

En este contexto, afirmar que lo que urge es una educación significa interesarse por el destino de todos nosotros. Escuchar a los jóvenes y tomar en serio sus preguntas es decisivo, pero no basta si no hay alguien que indique un camino y lo comparta con ellos, como nos testimonian con sencillez los abuelos de Riccardo, que no lo han abandonado. Nada es más necesario que padres y profesores que propongan a los jóvenes una hipótesis de sentido para su vida. En clase, concretamente, habría que favorecer esa implicación, de tal modo que los chicos y chicas puedan verificar realmente las propuestas educativas. En cambio, la tendencia parece ser la de silenciar esas voces, en nombre de una concepción mal entendida de laicidad como neutralidad. El problema no es tanto enseñar una forma de vida, sino enseñar a preguntarse por qué, y para qué, vivir. Esa necesidad de sentido que intentamos enmascarar de tantas maneras es de hecho una aspiración inextirpable, incluso en sus expresiones más duras o incluso trágicas. Lo que deseamos, más o menos conscientemente, es alguien que nos ame, que reconozca nuestro valor, que nos libre del mal.

Un amor así parece imposible. Sin embargo, ha habido un momento en la historia en que se ha hecho presente y ha pretendido hacerlo en los rasgos de un rostro con un nombre muy preciso: Jesús de Nazaret. Como le sucedió a la samaritana de la que habla el Evangelio: Jesús decidió recorrer el camino más duro, atravesando el desierto, y llegar al pozo a una hora del día a la que no iba nadie, y lo hizo adrede para hablar con esa mujer. Ese encuentro la salva. El mismo Dios se molestó por ella. Es el inicio de una vida nueva, la posibilidad de una mirada a sí misma y a la realidad cargada de esperanza. Así es también para nosotros. Frágiles y limitados como todos, frente al abismo insondable del mal no tenemos nada más que ofrecer al mundo que este amor que recibimos y una amistad como lugar donde experimentarlo.

Septiembre 2024

Comunión y Liberación

*Se refiere a un suceso que ha tenido lugar en Paderno Dugnano, una localidad de la provincia de Milán, donde un joven de 17 años ha matado a sus padres y a su hermano menor de 12 años. Un chico aparentemente sin dificultades especiales, que tenía una familia normal, como tantas otras, pero que ha cometido una masacre que ni siquiera él parece saber explicar.