Nairobi, los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes (Foto Ansa/Kanyiri Wahito/ZUMA Press Wire)

Kenia. La mayor revolución

Las protestas juveniles y la violencia del pasado mes de junio, una provocación de la que surgen muchas preguntas y un juicio común, en un manifiesto firmado por los universitarios de CL
Stefano Filippi

Las violentas protestas juveniles que estallaron a mediados de junio en Kenia han cesado. No hay precedentes en este tipo de altercados en un país donde todavía hay hostilidad entre tribus, etnias y clases sociales, pero que no conoce manifestaciones como estas, ni mucho menos la violenta represión: según las autoridades, 50 personas han perdido la vida en las calles, y algunas de ellas han sido calificadas como “víctimas de accidentes de tráfico”. «Eran manifestaciones repentinas y muy coordinadas por redes sociales, que pillaron a todos por sorpresa, empezando por el gobierno», dice Peter Mathenge, responsable de CL en Kenia, con el que hablamos durante la Asamblea internacional de responsables en La Thuile, junto a Silvio Kaliunga y Pascal Ouma. El objetivo de la lucha era una corrupción endémica y la subida de impuestos. «Aunque las manifestaciones fueran sofocadas enseguida –añade Peter– causaron una gran preocupación, en primer lugar a mí, pero también en nuestra comunidad. Hubo dos episodios en concreto que me hicieron darme cuenta de lo separado que estaba de la realidad y de las necesidades de los jóvenes».

El primer hecho sucedió en la catedral de Nairobi, donde los obispos invitaron a los jóvenes de la “Generación Z” a una misa. En un momento dado, el celebrante planteó a los presentes una pregunta que quería ser retórica: «¿Acaso pensáis que la Iglesia ha descuidado a los jóvenes?». Sorprendentemente, hubo una fuerte respuesta unánime: «¡Sí!». El segundo le tocó directamente. «A los pocos días de que empezaran las protestas, mi hija adolescente me dijo que ella también quería luchar por la justicia y defender sus derechos». Las revueltas ya no eran solo algo que salía en televisión o por las calles. Habían entrado en casa. La realidad planteaba un desafío que no se podía seguir ignorando, aunque el presidente William Ruto retirara la contestadísima ley financiera. El malestar era más profundo. La Gen Z rechaza a la autoridad: en casa, en la Iglesia, en las instituciones.

«Teníamos que entrar en diálogo con estas exigencias. Y en esto debemos dar las gracias a Davide Prosperi por su intervención Cultura: ser para Cristo. Aunque sea un texto difícil, nos ha ayudado a juzgar esta situación. Mis amigos me recordaban que la mayor revolución fue la que trajo la resurrección de Cristo». Pascal, que guía un grupo de Escuela de comunidad con muchos jóvenes, profundizó en este juicio con universitarios de CL, algunos de los cuales habían salido a la calle con sus compañeros. De este trabajo nació un documento titulado “La verdadera revolución”, firmado por “CLU Kenia”. «La primera idea era involucrar a una serie de expertos en economía –explica Pascal– pero nos hemos retado a mirar los problemas partiendo de nuestra experiencia, de lo que somos». De este modo, antes que respuestas, lo que surgió fueron muchas preguntas. «La corrupción y el mal uso de los recursos públicos están muy extendidos –señala Silvio–, la inflación y la subida de impuestos no benefician a la población. En muchos casos los sueldos no bastan para cubrir las necesidades familiares. La exigencia de una vida digna es justa, pero no justifica el odio y la rabia».

«Como estudiantes y ciudadanos de este país, sentimos la necesidad de hacer oír nuestra voz», dice el manifiesto que los universitarios repartieron entre sus amigos a finales de julio. «Queremos seguir las huellas de nuestros obispos, que han apoyado con firmeza las protestas y han hecho declaraciones que nos ayudan a comprender mejor este grito tan profundo». En una declaración de finales de junio, la Conferencia episcopal de Kenia reconocía como «válidas» las aspiraciones de la Gen Z: «Admiramos su unidad, al margen de tribus y clases sociales, que no solo es signo de un verdadero cuidado y amor, sino una fuerza poderosa que puede llevar a un auténtico cambio». Pero este manifiesto del CLU recuerda que «la verdadera libertad solo se alcanza apoyándose mutuamente en busca del bien común». «No queremos que la indignación y la venganza sean el motivo de nuestras decisiones», pues eso haría vano el «deseo colectivo de pertenecer y vivir en una sociedad más justa», de «ser responsables en nuestras decisiones» en la lucha contra la corrupción. «Cuando nos invade la rabia, nos quedamos ciegos ante la verdad y tentados de venganza por cualquier injusticia. Tentados de decir que el mal, la corrupción y el egoísmo solo están en los otros, pero somos conscientes de que también están en nosotros. Para vivir una vida justa, reconocemos que la batalla justa que hay que combatir es resistir a la corrupción y al egoísmo en nuestros corazones, para darnos cuenta de que ese podría ser el inicio de un mundo nuevo».

LEE TAMBIÉN – Egipto. Vínculos que transforman

El manifiesto llega a juzgar también la idea de autoridad que predomina entre la Gen Z. «Algunos piensan que los políticos, los padres y los líderes de la Iglesia tienen la culpa, que nuestra libertad se ve amenazada por cualquier autoridad o pertenencia. Nos oponemos a esta idea porque no corresponde a nuestra experiencia cristiana cotidiana. La libertad se experimenta cuando nuestro grito más profundo de felicidad, justicia, amor y belleza se ve satisfecho en nuestra vida cotidiana, y esto solo es posible siguiendo a alguien que ya está en camino hacia ese cumplimiento. Sabemos que ninguna autoridad humana es perfecta, pero solo experimentamos una verdadera realización en una comunidad guiada hacia el bien. Por eso compartimos las aspiraciones de los jóvenes por ser libres y vivir en un país sin corrupción, pero rechazamos la rabia, la venganza y el odio en todas sus formas. Queremos justicia, amor, felicidad y verdad, y creemos que la única manera de obtenerlo es seguir el bien total que hemos encontrado en Cristo y en la Iglesia. Esa es la única revolución verdadera».