El encuentro con el cardenal Pizzaballa (Foto Meeting Rimini)

«Nada es más real que el encuentro con Cristo»

La vocación y san Francisco, la guerra y el perdón, la presencia cristiana en Tierra Santa y el verdadero diálogo. Las palabras del patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, en el Meeting de Rimini

El texto del encuentro inaugural del Meeting de Rimini, titulado "Una presencia por la paz", durante el cual el presidente del Meeting, Bernhard Scholz, ha dialogado con el cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, sobre la dramática situación de Tierra Santa.

Bernhard Scholz. Agradecemos profundamente poder empezar este Meeting con una persona que se enfrenta cada día de manera dramática al desafío de lo esencial, en un lugar donde el presente está lleno de dolor y aparentemente no hay perspectivas de futuro, donde la fe pide ser acogida de un modo cada vez más radical y la esperanza se presenta como una virtud realmente heroica. Quiero dar las gracias al patriarca latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa. Gracias por estar aquí. Sabemos cómo está la situación, ya solo el viaje ha sido complicado. Eminencia, me gustaría empezar hablando de su vocación. Hace exactamente 40 años que entró en la orden franciscana. Durante la preparación de este Meeting se ha referido varias veces a san Francisco, que es tal vez uno de los santos más esenciales en su forma de vivir, capaz de valorar de un modo verdaderamente sorprendente la creación, en todas sus expresiones y hasta el mínimo detalle. Al mismo tiempo, generó una fraternidad sin límites, llegando a reunirse con un sultán en plena cruzada. ¿Qué significa para usted hoy ser franciscano?

Pierbattista Pizzaballa. Intentaré ser breve. Para empezar, toda vocación cristiana se centra en la persona de Jesucristo. Todo gira en torno a esa experiencia que te construye desde el fundamento. En segundo lugar, ser franciscano significa encontrarse con Cristo, hacer experiencia de Cristo según una modalidad, una forma que es la que mostró Francisco. San Francisco, el padre san Francisco. Diría que lo que define la identidad de san Francisco es la encarnación, la humanidad de Jesús. Es una experiencia que entró en su vida de un modo real y concreto, que redimió su forma de mirar a toda la humanidad, al mundo, la creación, todo. Yo me acerqué a él en mi juventud. Entre otras cosas empecé justo aquí en Rimini cuando era joven... me atraía esa concreción con la que san Francisco vivía su vocación a encontrarse con Cristo. Porque el peligro es siempre pensar en Jesús como una realidad abstracta. En cambio, no es así. No hay nada más real que el encuentro con Cristo. Además, se puede ver cómo voy vestido, me encuentro en una realidad distinta. Cuando vivía con mis hermanos todo esto era mucho más natural, el aspecto externo, visible, te sostenía de algún modo, más o menos. Ahora debo llevar esta experiencia de la encarnación, de la humanidad de Cristo, del encuentro con Cristo, dentro de la realidad que vivo ahora, que es la del pastor de una iglesia, la Iglesia de Jerusalén, en una situación muy particular, muy difícil y conflictiva. Por tanto, la pregunta para mí ahora es qué significa ser franciscano. Ante todo, para mí personalmente, significa preguntarme continuamente qué me dice Jesús en este momento. Debe convertirse en criterio de lectura de cada situación de dolor, de división, de fatiga, en todos los sentidos, de tal manera que lo que estoy viviendo quede atravesado por esa experiencia que sigue siendo el fundamento de mi vida. Y luego buscar, a nivel personal, la forma de transmitir esa experiencia a la comunidad, a mi comunidad eclesial. Sobre todo ayudando en este contexto tan golpeado y polarizado, diciendo: un momento, partamos de Cristo. Cualquier valoración, cualquier decisión, cualquier opción, cualquier palabra debe ser compatible con esta experiencia, con esta relación, con esta amistad. Eso es para mí ser franciscano en este momento.

Scholz. Su orden le envió en 1990 al Studium Biblicum Francescanum de Jerusalén. Además de estudiar la Sagrada Escritura, participó inmediatamente en un diálogo con otras religiones, con judíos y musulmanes. Este diálogo que usted vivió no solo a nivel académico y teológico sino también personalmente, ¿qué impacto tuvo?

Pizzaballa. Creo que ya lo dije aquí en el Meeting hace unos años. Fue un paso importante también a nivel personal. Yo vengo de la zona de la Bassa Bergamasca, donde ahora no pero en esos tiempos eras católico desde antes de nacer. ¡Allí el párroco era como el Papa, el rey y el emperador! De ahí me fui con los frailes, al seminario menor de Rimini a los 11 años. Digamos que me crie en un contexto "hiper-católico", donde la formación y la catequesis era totalmente católica. Podría decirse que estabas dentro de tu "burbuja católica". Cuando fui a Jerusalén para estudiar las Escrituras fue el primer momento en que me di cuenta de que la gran mayoría de la gente no solo no era católica sino ni siquiera cristiana. Mis superiores de entonces me mandaron a la universidad hebrea, donde era el único cristiano de mi clase, totalmente rodeado de judíos, judíos religiosos que querían estudiar la Escritura. Claramente allí surgieron las primeras preguntas: «¿Qué significa ser cristiano?»; «¿Quién es Jesús?». Por amistad, empezamos a leer juntos el evangelio y eso fue importante para mí. Creo que ese es el verdadero diálogo interreligioso. Yo, que era católico desde antes de nacer, es decir, que ya lo sabía todo de la vida, muerte y milagros de Jesús, que sabía contestar a todas las preguntas sobre el catecismo y demás, me di cuenta de que no era capaz de responder a sus preguntas sobre Jesús. Yo respondía pero ellos no entendían. Mis respuestas estaban pensadas y construidas para los que ya eran católicos pero los que no eran católicos o cristianos no entendían nada. Pongo un ejemplo. Siempre recordaré un momento muy importante para mí personalmente que refundó mi fe y mi vocación. Shulamit –con la que todavía sigo en contacto de vez en cuando–, una mujer judía, religiosa, casada con un rabino, me dijo en una ocasión: «Mira, yo tengo que trabajar por las noches y no puedo venir todas las semanas a leer el evangelio, así que debo dejarlo. Pero tengo que hacerte una pregunta ahora que hemos roto el hielo. Jesús es fascinante, el evangelio es un libro precioso, no veo ningún problema excepto algo que tienes que explicarme: la resurrección. Sin la resurrección, Jesús sigue siendo un personaje fascinante y el evangelio sigue siendo un libro importantísimo. ¿Por qué teníais que hacerlo resucitar?». Lo había entendido todo pero yo entré en crisis porque no comprendía mi respuesta. Entonces me di cuenta por su mirada de que no había entendido nada, y lo dejamos ahí pero aquello fue para mí como una termitas que me roía por dentro. Había sido incapaz de explicar la resurrección pero aquella mujer judía que no creía en Cristo me devolvió un aspecto de mi fe que no había abordado plenamente: la resurrección. Entonces comprendí que la resurrección no se explica, la resurrección se encuentra. En los evangelios no se describe la resurrección sino el encuentro con el Resucitado. Eso es para mí el diálogo interreligioso, el encuentro entre personas que tienen una experiencia de fe, aunque sea diferente, que si la compartes te ayuda a iluminar de un modo más completo lo que tú eres, aparte de conocer mejor al otro. Es una experiencia que nos hace mucha falta.



Scholz. Volveremos sobre este diálogo interreligioso. Partiendo de una pregunta sobre la actualidad, usted lleva casi 35 años viviendo en Jerusalén. Conoce como pocos sus conflictos y contraposiciones, en profundidad. Pero después de la guerra que estalló el 7 de octubre, dijo que se trata de una «tragedia sin precedentes». Y no se refería solo al conflicto armado. ¿Qué quería decir con la expresión «sin precedentes»?

Pizzaballa. También es un conflicto armado sin precedentes. Es una guerra muy larga... pero ahora no voy a entrar en la crónica militar porque me parece que lo podéis ver continuamente. Aunque estamos en un momento decisivo, diría que hay que permanecer centrados en los diálogos que se están produciendo. Debo decir que el impacto que ha tenido esta guerra en ambas poblaciones, israelí y palestina, es único, sin precedentes. Según Israel hay varias interpretaciones. No entraré ahora en ello. Pero para Israel, lo que pasó el 7 de octubre fue un shock increíble. Israel nació como un país donde los judíos se sienten seguros y en casa, y el 7 de octubre demostró que ya no es así. Naturalmente para los palestinos lo que está pasando, no solo en Gaza sino en todo el mundo, es algo nunca visto y por tanto tiene un impacto enorme que ha exasperado sentimientos que ya había y que ahora digamos que se han convertido en lenguaje común: odio, rencor, venganza, justicia entendida como venganza, una profunda desconfianza y la incapacidad de reconocer la existencia del otro. Hay un pasaje del libro de Isaías, capítulo 47, versículos 8 y 10, al que he vuelto mucho estos meses. Isaías habla contra Babilonia, la Babilonia de entonces, que decía, y ese era el motivo de su acusación: «Yo y nadie más». «Yo y nadie más» es también el nombre de Dios: «No tendrás otro Dios aparte de mí». «Yo y nadie más», decía Babilonia. Tengo la impresión de que ahora se está diciendo «Yo y nadie más». Negar la existencia del otro con un lenguaje que rechaza al otro de forma cotidiana, como se ve en las redes sociales y demás, es algo realmente dramático. La guerra acabará. Espero que las negociaciones en curso lleguen a algo, aunque lo dudo un poco... pero es la última oportunidad. Si no se alcanza un alto el fuego ahora, será realmente dramático. Estamos en un momento crucial. Se puede ir hacia un alto el fuego pero también hacia una escalada. Todo depende de los próximos días y por eso he pedido que se rece, porque es lo único que podemos hacer y porque es importante. En todo caso, de un modo u otro, la guerra acabará. Pero reconstruir esa actitud de desconfianza, de odio y de profundo desprecio supondrá un esfuerzo inmenso que nos compete a todos.

Scholz. En esta reconstrucción, ¿qué papel tienen los responsables de las distintas religiones?

Pizzaballa. Tienen un papel importante. Digamos que en este momento el diálogo interreligioso está en crisis. Esta situación supone un punto de inflexión también para el diálogo interreligioso. Es un dato de hecho que en este momento, cristianos, judíos y musulmanes son incapaces de encontrarse, al menos en público. A nivel institucional también nos cuesta hablar y eso es un gran dolor para mí personalmente. El diálogo religioso ha generado últimamente documentos preciosos, como el último de Abu Dabi sobre la fraternidad, pero es un dato de hecho que en este momento somos incapaces de encontrarnos y hablar. Todo eso que hasta ahora ha sido tan importante no lo podemos despreciar, pero tendremos que volver a empezar con una nueva fase. El diálogo interreligioso tendrá que ser, si me lo permiten, menos elitista y más comunitario, debe llegar al territorio. Si somos incapaces de entendernos, tal vez se deba también a esto. Luego, respondiendo a su pregunta, los líderes religiosos tienen una gran responsabilidad, no solo de escuchar, pienso también en mi comunidad, no solo de dar voz a su propia comunidad, sino también de ayudarla a no quedarse encerrada en su propio relato, sino a levantar la mirada, mirar al otro y reconocerlo. Un rabino de los años 60, Heschel, decía que ninguna religión es una isla y hoy, más que nunca, nadie es una isla. Necesitamos relacionarnos con todos, y eso tiene consecuencias. Reconocerse, acogerse, significa también aceptar al otro tal como es, no imponerse sobre el otro. No es fácil, no es obvio, pero es necesario. En este momento tengo la impresión de que hemos vuelto a ser un poco islas, a cuidar solo de nosotros mismos. En cambio, necesitamos levantar la mirada para entender que no somos islas.

Scholz. Antes como custodio de Tierra Santa y ahora como patriarca de Jerusalén, usted siempre ha sido responsable de comunidades que pertenecen...

Pizzaballa. Por desgracia, sí. Es más cómodo no tener esa responsabilidad.

Scholz. Lo entiendo. La cuestión es que usted ha tenido una responsabilidad aún más ardua que lo habitual, pues debía guiar comunidades formadas por personas que pertenecían a pueblos muy diversos: israelíes, palestinos y muchos más. ¿Qué significa vivir la comunión cristiana cuando se pertenece a pueblos que están divididos políticamente?

Pizzaballa. Es cierto, y en los primeros meses, desde octubre, ha habido momentos complicados para nuestra diócesis, que cubre cuatro países distintos: Jordania, Israel, Palestina y Chipre. Israel árabe pero también Israel hebreo. Teníamos gente en Gaza bajo las bombas israelíes, pero también teníamos católicos cristianos prestando el servicio militar. Es decir, frentes completamente distintos. Con esto quiero decir ante todo que el cristianismo no existe en abstracto. El cristianismo siempre es encarnado. Por tanto, hay que tener en cuenta la propia pertenencia. Un cristiano israelí es israelí, un cristiano palestino es palestino, en todo y para todo. Y cuidar esa unidad no es fácil. Quiero decir que es evidente que tú perteneces a tu pueblo, pero también hay una pertenencia a Cristo que debe ayudarte a tener una mirada distinta, diferente. No siempre es tan inmediato. Estos meses pensaba en un pasaje del evangelio: Jesús en Getsemaní con los discípulos. ¿Qué hacían ellos? Unos dormían, otros huyeron, otros sacaron la espada. Así es la tentación que tenemos: dormir, no querer ver lo que está pasando, encerrarnos en una especie de devoción sofisticada donde oración, liturgia y sacramentos sirven para no ver lo que pasa alrededor, y esa es una respuesta posible. La otra posibilidad es huir, marcharse, es decir, ver lo que pasa pero no querer afrontarlo. Y otra opción es la espada, es decir, pasar a la lucha: usar la espada sería la fase política activa, digamos, la lucha. Sin embargo, la respuesta de Jesús fue entregarse, lo que no significa que debamos entregarnos y rendirnos, sino dar la vida, entregarse a Dios, confiar. «Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad», me fío de ti. Eso es lo que estoy intentando mostrar a mi comunidad, que no tenemos respuesta para estas situaciones, pero tenemos un rumbo que es Dios. Y juntos, cada uno desde su perspectiva, cada uno con su dolor, podemos dirigir esta petición a aquedl que da sentido a todo lo que hacemos.

Scholz. Los cristianos son casi el 3% de la población en Tierra Santa, una cifra muy reducida en comparación con años anteriores. ¿Cómo se ve a la Iglesia a nivel local y qué posibilidad existe de colaborar a la reconciliación?

Pizzaballa. Digamos que, siendo sinceros, nadie espera que la comunidad cristiana vaya a resolver los problemas. Políticamente, podría decirse que somos más o menos irrelevantes. Tal vez esto pueda molestar a alguien, pero así es. Lo primero es estar allí, estar presentes. No caer en la tentación de querer desempeñar un papel en estas situaciones, sino ser capaces de decir una palabra. En primer lugar, sostener a nuestra comunidad, apoyarla y estar presentes. No podemos resolver todos los problemas, pero debemos estar presentes. Muchas veces, cuando hay una crisis o una dificultad, lo primero que te preguntan es: «¿dónde estabas tú?». La respuesta debe ser: «estaba ahí, tenía que estar». Eso lo primero. Luego, sostener, ayudar también desde el punto de vista material, no solo a los nuestros sino también a los demás. Uno de los motivos por los que, por ejemplo, nuestra comunidad, la pequeña parroquia de Gaza, con poco más de 600 personas que quedan, sigue manteniendo su dinamismo es porque no se ha encerrado en sí misma esperando el fin de la guerra, sino que trata de ayudar, con nuestro apoyo naturalmente, distribuyendo la ayuda, viviendo, etcétera. Otra palabra que el papa Francisco usa a menudo es «parresía». Nosotros no podemos, somos incapaces de resolver los problemas, pero podemos decir una palabra verdadera sobre lo que está pasando, donde la gente pueda encontrarse, pero sin convertirse en parte del conflicto. Creo que este es el papel más importante que puede tener la Iglesia.

Scholz. Usted ha dicho en varias ocasiones de que no hay reconciliación sin perdón, pero al mismo tiempo siempre ha destacado que el perdón no se puede imponer. Pero ¿es posible invitar de alguna manera al perdón, sobre todo en situaciones tan duras de injusticia objetiva?

Pizzaballa. Qué decir… no es fácil responder a estas preguntas porque no se trata de abstracciones. Para nosotros, en Tierra Santa, perdón y justicia son palabras importantes, difíciles, que tocan concretamente la carne de la vida de la gente. Por lo que hay que tener cuidado cuando se habla de ello. La fe cristiana no puede ir separada de la idea de perdón. La fe cristiana es el encuentro con Cristo, y es un encuentro que te salva y te perdona. En el encuentro con Cristo, en el encuentro con Dios, lo primero que experimentas es que eres pecador. Pero esa conciencia de ser pecador no es una condena, sino un anuncio de salvación. Tu pecado ha sido salvado, redimido, ya no tiene valor frente a Dios. Ahora bien, a nivel personal, perdón y justicia son casi sinónimos. Jesús en la cruz no esperó a que se hiciera justicia para perdonar. Perdonó. En la historia ha habido personas que, incluso ante el pelotón de ejecución, aun siendo inocentes, perdonaban. Son experiencias muy fuertes, bellísimas. Por tanto, a nivel personal, justicia y perdón no se pueden separar del todo, son casi sinónimos, cuando están iluminados por la fe. A nivel comunitario, las dinámicas son diferentes. A nivel público y comunitario, la comunidad se rige también según otras palabras como dignidad o igualdad, que son constitutivas de la vida de una comunidad. Por tanto, perdonar sin que haya dignidad e igualdad no es un gesto que dé dignidad e igualdad, sino que significa justificar el mal que se está cometiendo. De modo que el perdón debe estar presente, pero las dinámicas son completamente distintas, llevan tiempo. Supone ante todo un proceso de curación, de acogida y reconocimiento del mal, de la injusticia cometida, y necesita una palabra verdadera sobre lo que está pasando. Porque sin verdad, sin decir las cosas claramente, ¿qué es lo que perdonas? Pero eso debe darse a nivel comunitario, con dinámicas muy diferentes. En Sudáfrica, después del apartheid, hubo una comisión que tuvo que trabajar durante años para recuperar, reconocer, entender, valorar, sanar, etcétera. De modo que no es fácil. Como pastor, me encuentro siempre en una situación compleja. Perdonar hoy, para un palestino, perdonar hoy significa justificar lo que está pasando, y no puede hacerlo, tiene que esperar. Pero como pastor no puedo decir: «oye, es verdad que tienes que pedir justicia, pero recuerda que la justicia sin perdón acaba solo en recriminaciones, arrinconando a la persona». La justicia puede acabar en venganza. La finalidad no es encerrarse, decir una verdad y culpar al otro, sino superar esa situación. Pero eso solo puede hacerlo el perdón. La comunidad cristiana, la fe cristiana, debe hacer esa aportación, debe llevar esta posibilidad al debate público. Tal vez en este momento no sea posible. Tendremos que esperar, tendremos que trabajar personalmente, en grupos pequeños y demás, pero habrá que tender hacia un momento en que se pueda hacer, porque es la única vía para superar este impasse.

Scholz. Para seguir ahondando en este tema tan complejo, existencialmente complejo, quisiera hacer una pregunta. Hay muchos relatos, muchos odios que tienen raíces muy profundas, casi inextirpables. En este sentido, el papa Francisco ha pedido también una memoria penitencial y usted mismo ha usado la expresión «purificación de la memoria». ¿Qué entiende por purificación de la memoria?

Pizzaballa. Respondo brevemente. Cuando era niño, me enseñaron a hacer examen de conciencia. Estas cosas ahora ya no se hacen, por desgracia, pero cuando era niño me enseñaron a hacerlo. No sabía lo que era pecado, pero las monjas me lo pedían: «¿y qué tengo que decir?». Los pecados que había cometido. Pero era una formación, una educación para tomar conciencia de que en la vida no todo es límpido, bello, claro y sano. Por tanto, purificar la memoria significa ante todo tomar conciencia. Hoy, con casi sesenta años, soy consciente de que ciertas cosas que hice hace veinte, treinta o cuarenta años no debería haberlas hecho, eran un error, pero entonces no me daba cuenta. Purificar la memoria significa tener conciencia de que siempre necesitamos releernos, releer nuestras relaciones a la luz de nuestras nuevas relaciones, de la conciencia que vamos adquiriendo, y tomar conciencia de que puedo estar equivocado. Puedo tener una lectura del pasado que tal vez justifique ciertos gestos que hoy en cambio han quedado superados. De modo que tomar conciencia, purificar la memoria no significa borrarlo todo, no significa renunciar o anularse. No es eso. Sino tomar conciencia de que necesito releer continuamente mi historia a la luz de la conciencia que tengo ahora. Eso puede ayudarme en mi relación con el otro, sobre todo cuando tocamos temas de relación con el otro a lo largo de la historia, es decir, nuestra relación con el judaísmo, por ejemplo, en el pasado. Ahora hemos tomado conciencia de cuánto mal hemos causado. Eso no significa anularnos, no nos anulamos. Pero tomar esta conciencia me ayuda ahora a releer y reconstruir esas relaciones siguiendo un modelo distinto, que no es el del pasado. Y tenemos que hacerlo continuamente. Si permanecemos encerrados en nuestros relatos, que es lo que suele pasar hoy en Tierra Santa, replegados sobre nuestros relatos cerrados y excluyentes, no saldremos nunca. Hoy en Tierra Santa los relatos son excluyentes, uno contra otro, no van lado a lado, sino en contra. Por eso necesitamos purificare esta memoria, lo que no significa borrar nuestra historia, sino releerla de tal manera que me ayude ahora a vivir de una manera distinta en relación al pasado.

Scholz. Respecto a esta «purificación de la memoria», todos pensábamos, y si no todos la gran mayoría, que ya se había purificado, incluso a nivel laico, un fenómeno histórico tan dramático y trágico como el antisemitismo. Pero lo estamos viendo reaparecer. No es solo una crítica al gobierno israelí sino antisemitismo real, que vuelve a aflorar también en muchos jóvenes. ¿Cómo explica este fenómeno?

Pizzaballa. El antisemitismo es algo dramático. Una cosa es criticar la política de un gobierno, que es legítimo. Otra cosa es decir que no puedes ser judío. Eso es inaceptable y hay que condenarlo. Aquí también hay, como decía antes, relatos excluyentes, pro Palestina o pro Israel, donde lo uno excluye lo otro. La responsabilidad de los religiosos –aunque el antisemitismo actual tiene una impronta más política que religiosa– es importante para evitar manipulaciones. Debemos crear una cultura de relaciones, de acogida mutua, donde nadie quede excluido. El antisemitismo es una especie de test para entender sobre qué modelos se sostiene y construye una sociedad. La civilización se construye con, no contra.

Scholz. En muchas imágenes que nos llegan de esta guerra, sobre todo de Gaza, hay algo que, cada vez que lo vemos, nos plantea una pregunta a la que no sé si puede responder, hablo del sufrimiento de los niños. Ver niños sin agua, sin comida, sin padres, traumatizados… ¿existe respuesta ante el sufrimiento inocente?

Pizzaballa. No. Últimamente, estos últimos años, a veces parece que hemos reducido la fe a una especie de panacea, una fe que resuelve todos los problemas, una pertenencia a la Iglesia como comunidad perfecta, y no es así. La fe cristiana sigue siendo un elemento trágico pero que permanece, que pervive. Nuestras preguntas son las mismas de todos: ¿por qué? Lo sabemos. Es la maldad del hombre que comete estas acciones. No tiene sentido que Dios tenga que darse cuenta de lo que hacemos, eso no resuelve el problema, el drama, el elemento trágico de la fe. En la fe solo podemos orientar esta pregunta a Dios. Permanecer dentro de esta pregunta, que te sostiene y te ayuda para hacer todo lo posible para que esto no suceda, para que con gestos de amor se pueda compensar, en la medida de lo posible, ese dolor trágico que vemos en las imágenes de Gaza y en tantas otras partes del mundo. Pero la fe no es una respuesta a todas las preguntas. La fe es una relación dentro de la cual todas las preguntas encuentran espacio.

Scholz. Gracias, muchas gracias. Quiero dejar que estas sean sus últimas palabras también como invitación a nuestra propia conversión porque entre una sensación de impotencia y una sensación de omnipotencia, usted nos ha invitado mirar estos conflictos tan dramáticos con otra luz. No porque haya una solución, sino porque hay una esperanza contra toda esperanza y usted nos la ha mostrado hoy, lo que le agradezco muchísimo.

Pizzaballa. Gracias a vosotros.