Premeeting de Loano. El asombro y la recuperación posible

Una edición especial en la tradicional cita previa al Meeting de Rímini. Cuatro días de diálogo sobre el lema, “Sin asombro, nos quedamos sordos ante lo sublime”
Maurizio Vitali

Imaginad un carrito lleno de aperitivos de degustación que despiertan el sentido del gusto y el hambre de más. O una generosa y rojiza rodaja de una sabrosa sandía de Mantua, alegría para los ojos y el paladar. Algo así ha sido para mí el PreMeeting de Loano, este año con una special edition online, naturalmente a causa del Covid, después de cuatro ediciones. El promotor de esta iniciativa es el Centro cultural “Cara Beltà”, presidido por Paolo De Salvo; y el lema, evidentemente, el mismo que el del próximo Meeting de Rímini, “Sin asombro, nos quedamos sordos ante lo sublime”.

Se abrieron las puertas con un encuentro dedicado al lema con el presidente del Meeting, Bernhard Scholz, y el capellán de las cárceles de Padua, Marco Pozza (3 de julio), para terminar con un debate sobre el futuro de Europa con el eurodiputado Massimiliano Salini y Fausto Bertinotti (5 de julio). Entre medias, testimonios de la primera línea de la emergencia Covid, relatos del frente de la caridad y un diálogo sobre El despertar de lo humano entre Julián Carrón, autor del libro, y el matrimonio Magatti, él, Mauro, profesor de Sociología en la Universidad Católica de Milán y ella, Chiara Giaccardi, de Sociología de la Comunicación.

Loano

En tres días y cinco pasos se pudo ver e intuir la excepcionalidad grandeza y la riqueza de aspectos de la realidad donde la clave del lema permitía adentrar con gusto las manos y la cabeza, estrechamente ligada a la perspectiva del “despertar de lo humano” tal como plantea el libro de Carrón.

Empecemos por el lema del Meeting: el asombro, lo sublime. Un lema concebido seis meses antes del Covid: no problema. ¿Pero viene a cuento hablar de asombro tras el flagelo de la pandemia? «Pues sí», responde Scholz. «En marzo nos lo planteamos y decidimos mantener, con una forma distinta, la gran cita de agosto y su lema». El presidente del Meeting piensa en los médicos y enfermeros que han hecho mucho más de lo que establecía su contrato, profesores que han seguido ejercitando con gran sacrificio su pasión educativa por sus alumnos, empresarios y trabajadores que han roto todos sus esquemas habituales. «¿Qué les ha movido?», se pregunta Scholz. «La percepción de algo más grande y gratuito, el deseo de bien, el estupor ante algo que nos viene dado. El asombro, ¿o no?». Por profesión y por una larga presidencia de la Compañía de las Obras, Bernhard Scholz presta especial atención a la “concreción” de la dimensión económica y social. Despeja decidido el campo del posible error de percibir la frase del rabino y filósofo polaco Abraham Joshua Heschel, es decir el lema del Meeting, como una inspiración neorromántica, espiritualmente noble pero operativamente inútil. «Si no nos sorprendemos por nuestra existencia y la de la realidad, si no partimos del deseo de bien y de un gusto consistente por la vida, entonces nos quedaremos fuera de la realidad, con la pretensión abstracta de querer dominarla para que no nos toque, y así haremos que el mundo enferme, como dice el papa Francisco». El mundo, y también nosotros. «Nos esperan meses difíciles», continúa Scholz. «Hará falta mucha energía. Si la fuerza nace del deseo y del estupor, es perseverante, tenaz, paciente, dispuesta a valorar la ocasión, a aceptar el cambio, capaz de acercarse a los hombres y reemplazar el individualismo por solidaridad y cooperación. Solos no podremos llegar a ninguna parte». No sería posible recuperarse.

Asombro y crisis económica. Asombro y confinamiento. Asombro y cárcel. ¿Será que al final el lema del Meeting va a ser profético? Marco Pozza usa un sinónimo para decir lo que solemos nombrar como recuperación o vuelta a la normalidad: “resurrección de los vivos”. Si alguien tiende la mano «incluso a quien ha cometido el más atroz de los delitos, puede darse cuenta con estupor que esa persona es más grande que su pecado». Puede captar lo sublime, que es «la voz de lo real que nos llama en este mundo con una promesa». El primer lenguaje del asombro es el silencio. El silencio en una plaza de San Pedro desierta ante el mundo entero la noche del 27 de marzo con la oración del papa Francisco por la pandemia, o la del Via Crucis, que el Papa pensó junto a don Marco, aceptando el riesgo que supone un «vacío que está lleno de nostalgia del Misterio que da sentido a todo». Asombrados por la presencia del Misterio, recibimos la invitación: «no tengáis miedo».



No tuvo miedo Ernesto Oliviero, fundador del Sermig (Servicio Misionero Juvenil), responsable de un gran movimiento de obras de acogida y caridad que tiene su epicentro en el Arsenal de la Paz de Turín. Esta organización nació para ayudar al desarrollo en el tercer mundo y hoy son miles los proyectos realizados en más de cien países. Pero Ernesto, en diálogo con sus amigos, siempre ha querido decir sí a la provocación de la realidad, ya fueran, como en 1983, los brigadistas que llamaron a su puerta o una persona excarcelada por ser enfermo terminal de Sida que tenía adónde ir. O las 1.300 personas a las que ha atendido estos meses a causa del virus. «Estamos en el camino de Jerusalén a Jericó. Debemos decidir entre fingir como si no pasara nada como los dos primeros o atender al pobre como el samaritano».

Es sorprendente cuando los que deciden ser los buenos samaritanos son chavales de 17-20 años que espontáneamente se han juntado para ayudar a ancianos y personas necesitadas durante este periodo. Han llamado a su grupo “Los anticuerpos”. Administradores locales inteligentes, como Martina Isoleri de Albenga, han sabido dar «un paso atrás» para dejarles espacio. De hecho, Martina es fan del Sermig, desde que era joven le fascina su lema, “La bondad es desarmante”.

Darse cuenta con asombro de la presencia de un bien insospechado también es la experiencia de Andrea Franchi, punto de referencia de los 250 Bancos de Solidaridad activos en Italia. Un cocinero con el restaurante local cerrado en la zona roja que se puso a cocinar gratuitamente para llevar comida a los necesitados; pescadores sicilianos que siguieron saliendo a faenar aunque ya no tenían clientes para donar lo que pescaban; los carteros de Gualdo Tadino que después de repartir el correo repartían la comida. El asombro ante hechos así les invitó a dar un paso más, cuenta Franchi: «Se trataba de comprender el valor profundo que expresan. Es decir, que el deseo de un bien no se resuelve simplemente ayudando a los necesitados, sino que muestra que todos necesitamos a alguien –¡Alguien!– que nos acoja totalmente por lo que somos, por amor a nuestro destino».



Así es posible que un ilustre médico, especialista en infecciones, de fama reconocida en el hospital Sacco de Milán, llegue a bromear con sus pacientes de Covid durante la visita, les lleve algún dulce, un papel con alguna frase de ánimo. Porque, igual que un preso no es un historial penal sucio sino un hombre, lo mismo pasa con el enfermo: no es una historia clínica, sino una persona. «Que incluso así puede sentirse querido», afirma el doctor, un hombre bastante propenso a relacionarse y hacerse amigo de todos, los pacientes a los que visita o sus colegas de un chat profesional repartido por el mundo entero; todo ello gracias «a la amistad que se me ha regalado al conocer el movimiento de Comunión y Liberación». Siempre sencillo y al mismo tiempo vertiginoso, pues ha tenido que estar al frente de la especialidad de su competencia abrumado por una situación de total incertidumbre, sobre todo al principio, donde son muchos los que no han podido salvarse.

Hace falta mirar en serio la humanidad provocada, la humanidad puesta en marcha, la humanidad que despierta. Y, si es posible, contarla, mostrarla. Greta Stella es fotógrafa y ha viajado por todo el mundo. Esta primavera volvió de Canadá porque quería estar en su país en un momento tan difícil. Quería ayudar y se apuntó como voluntaria en la Cruz Roja. Vio por televisión las imágenes de médicos, enfermeros, voluntarios como ella y colegas suyos, arriesgando su salud y su vida por el deseo de bien. «Pero costaba mucho ver lo humano. Mascarillas, medidas de protección, viseras, ambulancias, coches fúnebres. Todos los días observaba los detalles, los pequeños gestos, la expresión de los ojos, el alma en definitiva, lo profundo del corazón». Las fotos que hizo llegaron hasta Roma, al Quirinale. Y esta fotógrafa, acostumbrada desde pequeña a hacer preguntas y observar, es ahora cavaliere de la República italiana por voluntad del presidente Mattarella.

Las preguntas son lo más importante de todo camino humano. Las preguntas que en este tiempo vertiginoso se han despertado como un desafío ineludible para cada uno. Preguntas que no debemos perder ni eludir. «Yo soy el primero que no he querido guardarlas en el cajón sino, como buen español, agarrar el toro por los cuernos», afirma Julián Carrón. «Por lo demás, siempre he sido leal con las preguntas. Por tanto, he intentado tomarlas en consideración seriamente y comprobar qué hipótesis de respuesta eran válidas y resistían ante el desafío». Me he movido partiendo de una consideración de don Giussani, que decía que quien vive sin afrontar la fatiga advierte menos la vibración de su humanidad y su razón». Carrón escribió un artículo que se publicó en el Corriere y en El mundo, pero no tenía pensado escribir un libro. Lo hizo luego por sugerencia de los directores de Rizzoli, pues les pareció que era un enfoque interesante no solo para el movimiento o para los cristianos, sino para cualquiera.

El encuentro con Carrón, Magatti y Giaccardi.

Pero no se trataba solo de ver lo que había pasado, sobre todo estos meses, sino de juzgarlo, captarlo y percibir su significado. Esa es la exigencia que anima el libro de Carrón, como se subrayó claramente en el debate de Loano. Para Magatti, «el libro de Julián nos ayuda a hacer algo muy importante, como es reflexionar sobre lo que ha pasado y no dejarlo a un lado. La experiencia consiste, de hecho, en atravesar la realidad identificando el cambio que nos pide o sugiere». Según Giaccardi, «no debemos volver a empezar olvidando sino regenerándonos como personas y en nuestras relaciones. Otros desafíos inéditos y dramáticos podrán sacudirnos a través de ese gran acelerador que es nuestra globalización. Debemos asimilar que nadie se salva solo, que el individualismo es mentira, que el otro es necesario para mí, que preocuparse unos por otros no es un deber moralista. Carrón nos muestra que la experiencia no es lo que hacemos sino cómo respondemos a la realidad que nos sucede». Una realidad irreductible, como dice Carrón Un shock de realidad, como dice la afortunada expresión de Giaccardi. Que se abre paso inexorablemente, indica Magatti, porque «no es una proyección nuestra y nos desvela algo estructural del hombre, por ejemplo la fragilidad y la muerte, que nos obstinamos en eliminar del horizonte de nuestra conciencia».

¿Y la salvación, entonces? Según Giaccardi, «nos equivocamos si la confundimos con la seguridad, que entre otras cosas deriva de sine cura, una burbuja donde no haría falta ocuparse unos de otros». ¿Y la salvación cristiana? Magatti afirmó que «es verdadera porque se muestra en nuestra experiencia». A lo que siguió un precioso diálogo sobre verdad (una palabra más convincente para Magatti) y certeza (palabra en cambio indispensable para Carrón). Una conversación nada académica porque el tema era crucial desde el punto de vista existencial: si la verdad te determina de verdad, entra hasta tus entrañas. Por ejemplo, la verdad de Cristo resucitado, en la que uno puede creer, ¿consuela o no ante la muerte de una madre a la que no has podido ver ni acompañar al cementerio? ¿De qué depende? Un diálogo conmovedor porque expresaba el deseo de ambos de compartir preguntas e hipótesis de respuesta, no de exhibir opiniones ni ostentar fórmulas.

El encuentro sobre Europa

Asombro, sublime, en definitiva el despertar de lo humano. Que este punto de partida sea decisivo no solo para la autorrealización de los individuos y la construcción de parcelas de sociabilidad más acogedoras sino también el distintivo de una época es una convicción, o al menos una hipótesis claramente planteada en el debate sobre el futuro de Europa con Bertinotti y Salini, entrevistados por el presidente de la Fundación para la Subsidiariedad, Giorgio Vittadini. La Unión Europea como construcción política se ha alejado y mucho de la Europa de los pueblos, del sentido de su historia humanística y cristiana, y de los ideales de sus fundadores. «Con poco corazón y poco pueblo», dice Bertinotti. «Se ha perdido el sentido de ser comunidad», añade Salini. La deriva es inevitablemente economicista. Es el dominio del ordoliberalismo, que ni siquiera toneladas de miles de millones que invertir en sostenibilidad corregirán de verdad. Así Europa no juega ninguna partida en el damero mundial con EE.UU. y China. Europa, nuestra civilización, se debate entre la economía del papa Francisco y la economía del descarte. El rescate solo es posible si se afirma una novedad cultural y antropológica, si se afirma desde abajo, animando un movimiento que llegue hasta revolucionar la institución.

Se trata de un desafío, no de un mecanismo. Pero merece la pena afrontarlo. Ya lo estamos afrontando. El Meeting de agosto seguro que nos echará un mano.