Mikel Azurmendi

Despertar lo humano

«En el encuentro no existen reglas, solo humanidad». El antropólogo Mikel Azurmendi lee, en el libro de Julián Carrón, la propuesta de la experiencia de los primeros cristianos. Su artículo publicado en paginasdigital.es
Mikel Azurmendi

Merece la pena darles una vuelta a ciertas “reticencias” del amigo Gregorio Luri ante la reciente propuesta de Julián Carrón (El despertar de lo humano) para estos vertiginosos tiempos de pandemia y reclusión social. Son reticencias que, sumadas a las del libro precedente ¿Dónde está Dios?, le producen cierto tufo de “emotivismo” doctrinal así como una sensación de “relegación de la ley” moral a favor de un “cristianismo de la experiencia”.

Mi reflexión me lleva a restablecer la pertinencia del texto de Carrón en haber fijado el encuentro como el despertador humano que le hace sonar la hora de su propia capacidad de Dios. Esta se hace creíble únicamente «si vemos aquí y ahora a personas en las que se documente la victoria de Dios sobre el miedo y sobre la muerte, su presencia real y contemporánea, y por tanto un modo nuevo de afrontar las circunstancias, lleno de una esperanza y de una alegría normalmente desconocidas y, a la vez, orientado hacia una laboriosidad indómita. Más que cualquier discurso tranquilizador o receta moral, lo que necesitamos es toparnos con personas en las que podamos ver encarnada la experiencia de esta victoria, de un abrazo que permite estar ante la herida del sufrimiento, del dolor, en las que se testimonie la existencia de un significado proporcional a los desafíos de la vida» (pg.41). En virtud de ello una buena parte del texto de Carrón se dedica a referenciar testimonios de personas que en medio de la sorpresiva reclusión han despertado al Dios que llevaban dentro.

El propio Luri reconoce indirectamente que en él mismo el hecho del encuentro es más decisivo que su filosófica fe en la ley moral, pues termina su reflexión yendo más allá de todas esas sus reticencias «para reconocer, sin peros de ninguna clase, que ninguna vale nada frente a mi admiración incondicional por la entrega entusiasta e insistente de mis amigos de Comunión y Liberación a sus hermanos». Reconoce con ello que más razonabilidad que en todo su argumentario la hay en su admiración a determinada gente por su entrega a los demás. Como no tengo presunción alguna de que exagera o miente, me tengo que preguntar por qué es así. No existe más que una respuesta: porque esa admiración de Gregorio Luri hacia ciertas personas “con las que se ha topado” nace de la autoridad que le merecen a causa de su existencia entregada.
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