David Horowitz

Música, belleza y esos ojos de David

Ayer murió David Horowitz, músico y compositor neoyorquino, y parte de la historia de CL en Estados Unidos. En 1997 intervino ante la ONU durante la presentación de ‘El sentido religioso’ de don Giussani. El recuerdo de un amigo
Jonathan Fields

Magnificado y santificado sea el gran nombre de Dios en este mundo que Él querrá renovar, hacer resurgir de entre los muertos, reconstruir la ciudad de Jerusalén, eliminar la idolatría de nuestra tierra, restablecer el reino del Mesías en su imperio y su gloria en ese lugar; que venga a nuestra vida y pronto a la vida de todo Israel, y decid: Amén.
Bendito eternamente el nombre de Dios, sea alabado, glorificado, ensalzado, elevado, venerado, exaltado, magnificado su Nombre santo y bendito, más allá de toda bendición, de cualquier cántico, elogio y melodía que el mundo haya oído nunca, y decid: Amén.
Que la paz verdadera, la salud, descienda del cielo sobre nosotros y sobre todo Israel, y decid: Amén.


Con esta oración judía tradicional deseo hacer llegar mi saludo a mi amigo y mentor. La última vez que vi a David fue en el funeral de mi padre, que murió el pasado mes de enero. David tocó el Kaddish que había compuesto para piano y violín con motivo de la muerte de su padre. Conmovida por la sincera belleza emotiva de la música de David, mi familia quedó muy agradecida.

Horowitz con su amigo Jonathan Fields

De profesión, David componía música para campañas publicitarias. Era algo paradójico porque David siempre decía que su música transmitía tristeza y melancolía, que no es precisamente la mejor sensación para vender productos. Sin embargo, este agudo sentido del corazón humano que tenía David, que anhelaba la belleza mediante la melodía y la infinita armonía de sus composiciones, estaba deseoso de transmitir esa emoción adaptada a toda circunstancia en que nosotros, simples seres humanos, podamos encontrarnos, desde comprarse un coche a lavarse los dientes, viajar a un lugar exótico, hacer negocios, tomar una cerveza o un refresco… Nada era tan banal y frívolo como para que David no pudiera escribir algo conmovedor al respecto, poniendo en juego toda su humanidad y genialidad.

David escuchaba y volvía a escuchar la música. Parecía que conocía todas las piezas musicales que se hayan escrito: clásica, jazz, pop, folk… En su casa, en Connecticut, tenía una sala de escucha, un santuario interior donde se sentaba a escuchar durante horas y horas.

Pasé muchas horas con él, como discípulo y aprendiz. La jornada tipo consistía en tres sesiones de grabación de música de todo tipo con los mejores músicos de Nueva York. Luego comíamos todos juntos y por la noche iba a su casa a cenar con su mujer, Jan, y los niños. Después escuchábamos música.

David era feliz compartiendo su vida y su pasión con el mayor número posible de amigos. Derramaba su espíritu generoso y su corazón en todo lo que amaba. En cierto momento, yo estaba tan entusiasmado al conocer a mis nuevos amigos de CL en Nueva York, que parecían compartir ese mismo amor por la belleza, que se los presenté a David. Él enseguida se vinculó con ellos y se puso a leer los libros de don Giussani como si lo conociera desde siempre. Hemos compartido tantos conciertos en el Meeting de Rímini, tantas cenas fantásticas, tantas risas y tanto afecto.

Una vez, él y Jan ofrecieron su preciosa casa de campo para un fin de semana de estudio de nuestro pequeño grupo de universitarios. ¿Qué otra persona de éxito en el ámbito cultural sería tan generosa con chavales que apenas conocía? Pero él quiso conocerlos a todos y se convirtió en una parte muy importante de nuestra vida.

Abrió el estudio DHMA en la “Bay Ridge Band”, que le permitía grabar con un altísimo nivel de producción. A partir de su profunda amistad con Claudio Chieffo produjo un álbum precioso, Como la rosa. Cuando Claudio murió, David y Jan lloraron con todos sus amigos.

A su manera, discreta y profunda, fue amigo y mentor de muchos de nosotros y de la comunidad de músicos de Nueva York. Habría que ver la miríada de mensajes de condolencias a Jan, Mara y Jesse.

Recuerdo a David como una persona paciente, pero a veces no, cuando intentaba corregirme como compositor. Pensaba que nunca llegaba al fondo de mis ideas y que escuchaba demasiado poco la voz interior de la creatividad. Yo era lo opuesto a David, tan instintivo y reactivo, pero él me animó a trabajar durante más de veinticinco años, y también me apoyó cuando no me iba bien. Habría podido despedirme, y tal vez estuvo cerca, pero al final siempre confió en mí y supo motivarme para no dejar de indagar y mejorar. Ni siquiera le había falta hablar. Bastaba su presencia. Probablemente, al final respondí bien, porque él motivó la parte más profunda de mí mismo, la que amaba, la excelencia y las más altas aspiraciones de nuestro oficio.

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David habló de El sentido religioso de don Giussani en su intervención ante la ONU en 1997, cuando se presentó el libro: «El arte (¡pensemos en la música!) cuanto más grande es, más abre, no cierra sino abre de par en par el deseo, es signo de otra cosa», afirmó David citando a don Giussani, para luego añadir: «Esa “otra cosa” es exactamente lo que quiero expresar, reconocer y buscar en todos los aspectos de mi vida… Es el camino del descubrimiento». Esto lo vi yo en David la primera vez que le miré a los ojos, unos ojos que me miraban pero al mismo tiempo miraban también a un horizonte lejano y bellísimo.

«Que la paz verdadera, la salud, descienda del cielo sobre nosotros» eternamente, también sobre mi querido amigo: que ahora puedas encontrar la Belleza que buscabas en cada nota y acorde que escribías.