El encuentro en el Centro de Congresos Juan XXIII

Bérgamo. Un camino llamado libertad

Tercera cita en el ciclo de encuentros dedicados a “El sentido religioso” de don Giussani, un recorrido de Davide Prosperi por la libertad y la razón del hombre. Y su nexo con el conocimiento
Rita Costantini

Justo lo humano o, mejor dicho, la unidad de lo humano, es el tema central de los capítulos 12 y 13 de El sentido religioso de don Giussani. De esta manera empezó Davide Prosperi, vicepresidente de la Fraternidad de CL, la tercera lección –titulada “La aventura de la libertad”– del ciclo de encuentros que arrancó el pasado mes de diciembre, organizado por la asociación BergamoIncontra en el Centro de Congresos Juan XXIII. La primera cita tuvo como protagonista a Julián Carrón para responder a la pregunta “¿Dónde está la vida que hemos perdido viviendo?”, un recorrido a través de la negación de las “preguntas últimas” del hombre y su confusión en medio de la vida cotidiana. En enero le tocó en cambio al filósofo Carmine Di Martino, profesor de la Universidad Estatal de Milán, afrontar el tema de la “realidad como signo” y las preguntas que, por ello, no deja de suscitar. De modo que era inevitable, para muchos de los cuatrocientos inscritos al curso, encontrarse con la necesidad de medirse con la palabra “libertad”, partiendo justamente de lo humano y de su “unidad”.

«Es importante entender bien este aspecto», señaló Prosperi. «Es decir, la “imposibilidad de descomposición” del hombre en su relación con la realidad». Razón y libertad no son dos polos distintos. La razón es apasionada por naturaleza, cualquier objeto que se nos ponga delante suscita una reacción con la que debemos medirnos si lo queremos conocer de verdad. Por tanto, según Prosperi, «el eje de estos dos capítulos es que don Giussani habla de la libertad en su nexo con el conocimiento». Este es el punto «crucial, original». ¿Pero qué significa? «Nosotros estamos acostumbrados a pensar que la libertad interviene un instante después de encontrarse con un hecho, pero don Giussani afirma algo radicalmente distinto y fascinante». Y lo hace vinculando la experiencia de la libertad a ese misterio que nunca acaba de sorprendernos cuando asoma desde la profundidad de las cosas.



«La palabra “misterio” indica que las personas y las cosas que amamos, al igual que nosotros mismos, tienen un destino», explicó Prosperi. Así, la libertad no solo se juega en el cumplimiento de este destino, en la lucha, en volver a levantarse después de la derrota o en alcanzar la meta. Más bien, entra en juego desde el principio, en la actitud que uno asume inmediatamente delante de lo que encuentra. «De hecho, el hombre, con su libertad afirma algo que ya ha decidido en un recóndito punto de partida». Cuando ese recóndito punto de partida es positivo, «puede generar un método adecuado de conocimiento, abierto a la búsqueda, cargado de ímpetu y curiosidad, no presa de la duda», siguió diciendo este investigador en bioética. «Por ese motivo es tan importante la “educación en la libertad”, en un momento histórico de cambios culturales como el que estamos viviendo».

Pero si es tan importante, ¿por qué nos encontramos ante una cultura que reduce esa libertad? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? «El cristianismo hizo prevalecer el valor infinito de la persona, sustituyendo al de la razón, afirmado por las culturas precedentes», explicó Prosperi. Luego, la Ilustración, aun conservando el primado de la persona, renunció al fundamento que lo había hecho posible. Para el cristianismo, el hombre, aun dentro de su nada, es infinito porque es amado por Dios y por tanto capaz de estar en relación con Él. «Si quitamos esto, se queda solo, con su libertad absoluta, es decir, carente de vínculos». Poco a poco el yo-divinidad irá ocupando cada vez más espacio. Por eso nuestro tiempo mide la acción humana con palabras como performance, éxito, fracaso… «Y si te equivocas, estás muerto. Como el famoso escalador extremo Alex Honnold, uno que se lanza sin protección por paredes de mil metros donde cometes un error y dejas de existir». Pero lo mismo vale ante la difusión del culto al selfie, que muestra un yo totalmente replegado sobre sí mismo, que ya no se abre de par en par a la realidad. Prosperi lo define como «una “mutación genética”».

El hombre contemporáneo, por tanto, tiende a concebirse cada vez más solo, sin vínculos que lo constituyan, sin ese sentimiento de sí mismo como misterio. En cambio, el yo depende estructuralmente. «No se da la vida, ni siquiera un instante. Se cumple en un Tú, necesita una alteridad, signo del infinito para el que está hecho».

Es justamente don Giussani, en los capítulos centrales de esta velada, quien muestra como evidente la dinámica de la libertad en la interpretación de los signos, es decir, en la relación con “otro distinto de mí”. En el mismo momento en que algo sucede, inmediatamente realizamos una interpretación. «¿Pero cuántas veces vemos que una información idéntica se transforma en dos hechos completamente distintos según el significado que le atribuyan dos interlocutores distintos?». ¿Cómo se puede «llegar a la certeza del conocimiento de la verdad y a esa certeza –que don Giussani llama “moral”– delante de realidades que no se pueden medir ni son tan evidentes como esta mesa que tengo delante?», preguntaba Prosperi.

Luego intentó dar un paso más. «Para alcanzar esa “certeza moral” que toda persona necesita para vivir y que implica fiarse del otro, hace falta mi libertad y mi implicación en el drama de una historia». ¿Por qué? Don Giussani no da respuestas, invita a verificarlo en la experiencia. Respecto a Prosperi, explicó que él no se sentiría estimado ni amado por alguien que no le invitara a colaborar en la “cimentación” de una relación mutua. Por eso Jesús hablaba en parábolas, según don Giussani: para provocar y expresar toda su estima por la libertad e inteligencia de sus interlocutores. «Los que tuvieron el corazón disponible, comprendieron y le siguieron, convencidos de la relación con él, de su amor», añadió el vicepresidente de la Fraternidad.

De este modo, siguiendo la alternancia entre signos de luz y de oscuridad de la que está hecha la vida, el Misterio muestra su estima por la libertad del hombre. «Lo más hermoso que podemos descubrir es que la vida nos es dada para entender qué quiere decir que somos amados, y para aprender a amar», continuó Prosperi. «La fe –no solo en Cristo, también en nuestros seres queridos, nuestros amigos…– consiste en la certeza de que la fuente de ese “bosque de signos” que llena la realidad es Uno que nos ama».

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De ahí nace esa «pre-comprensión positiva que nos abre a la realidad entera, potenciando nuestra razón y libertad». Y borra posibilidad de que el riesgo de interpretación pueda ser algo negativo o amenazante. «Al contrario, añade fascinación a la aventura de la vida. Por eso hace falta educar la libertad, una ayuda para vencer el temor del riesgo: el fenómeno comunitario, que no sustituye la libertad de cada uno pero supone la condición para que pueda afirmarse». Acababa así el recorrido de Prosperi, que concluyó reiterando que «la libertad en acto es la afirmación de esa dependencia original que nos libera del chantaje de todo lo demás». Sobre todo, del poder, que conspira para hacer caer por tierra a aquel Ícaro de Matisse que tanto le gustaba a don Giussani. «Si el corazón “tiende” y sigue tendiendo hacia Otro, el tiempo y el espacio no serán una tumba sino una ocasión de tomar impulso». Irreductible. Como la unidad entre personas comprometidas con el propio destino y siempre en lucha con el poder de todos los tiempos.