Luigi Giussani. El anuncio cristiano en la sociedad postsecular

El saludo de Ignacio Carbajosa, responsable nacional de Comunión y Liberación en España, durante las jornadas dedicadas a don Giussani este fin de semana en Madrid
Ignacio Carbajosa

Con este saludo quiero, ante todo, aplaudir la iniciativa de Ediciones Encuentro, la Asociación Católica de Propagandistas y la Asociación para la Investigación y la Docencia “Universitas”, que han querido dedicar estos días a reflexionar sobre la figura y el pensamiento de don Luigi Giussani y, sobre todo, a profundizar en la actualidad de su propuesta educativa para un mundo convulso como el nuestro.

Don Giussani es, ciertamente, un teólogo, un gran pensador. Pero ante todo es un gran educador, uno que ha generado un pueblo numeroso que en tantos lugares del mundo ha hecho florecer el viejo tronco de la Iglesia. Mi breve saludo quiere ser un testimonio de cómo su comprensión de la fe y la razón, dentro de su propuesta educativa, han sacado de la nada a este buen representante del mundo postcristiano, que es quien les habla.

A mis 16-18 años yo estaba condenado, como toda la generación que nació en los 60 en España, al agnosticismo. La fe de mis padres no era un factor real en la vida de mi casa, mientras que los factores reales, los de la educación de un colegio liberal y los de la calle, me habían inoculado (debo decir que con gran eficacia) los dogmas fundamentales del pensamiento ilustrado: el positivismo (la realidad no remite a nada, por lo que la religiosidad natural es castrada) y la negación kantiana de que un hecho particular de la historia pudiera tener un valor universal para la razón (por lo que el cristianismo no podía pasar de mera espiritualidad y ética: no decía de la entrada de Dios en el mundo que interpela hoy a mi libertad).

La natural inquietud religiosa de mis 16 años se tiñó, pues, de drama. Complementando los dogmas referidos, Feuerbach se encargaba de recordarme que la religión no era más que la proyección de mis deseos. El casual encuentro con don Giussani, dentro de la experiencia de Comunión y Liberación, levantó la piedra del sepulcro en el que me hallaba, una piedra que yo consideraba más pesada que la de aquel otro sepulcro celebrado en la mañana de Pascua.

Al toparme con el pueblo que don Giussani había generado, pude hacer la misma experiencia que hicieron los discípulos de Jesús: como para ellos, Dios entró en mi vida «como un hombre, en forma humana, de modo tal que el pensamiento y la capacidad imaginativa y afectiva del hombre se vieron como "bloqueados", imantados por Él» . Razón y afecto atraídos. Nunca me había pasado una cosa así. ¿Qué es esto? ¿Quién es este? El dogma kantiano empezaba a resquebrajarse a partir de la misma experiencia, que dilataba mi razón.

Quedaba todavía el dogma del positivismo, por el que la realidad no era para mí más que un decorado que servía de trasfondo a la actividad del pensamiento. Siguiendo aquella experiencia que me había conquistado, tardé todavía diez años más en liberarme de aquella tara en mi relación con la realidad. Siempre estaré agradecido a cómo Julián Carrón, actual presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, miró, como hijo de don Giussani, mis dificultades, deudoras de la citada tara.

En efecto, la «clave de bóveda de nuestra forma de pensar», dice don Giussani, es el capítulo X de su obra El sentido religioso, en la que nos enseña a sorprendernos por el mero hecho de la existencia de las cosas, hasta llegar al culmen de una razón lúcida que es caer en la cuenta de que yo no me doy la vida en este instante, de que yo soy «Tú-que-me-haces».

Esta mirada nueva sobre las cosas me llegó a través de Julián Carrón y levantó el velo que me separaba de la realidad. El último dogma había caído. La realidad se desvelaba como el primer lugar de religiosidad, el primer lugar de diálogo religioso. Mi agitada historia, que yo había considerado una maldición, se trocaba en camino paradigmático para el mundo postcristiano. Me convertí en educador.

Una última observación. Con propiedad podemos decir que don Giussani pertenece ya a la genuina tradición cristiana. Ahora bien, o la gracia histórica que ha supuesto, para la Iglesia y el mundo, la persona y la obra de don Giussani sigue viva en la experiencia actual de Comunión y Liberación, o estaremos condenados a repetir mi historia: yo estaba abocado al agnosticismo, como toda mi generación… a pesar de la rica tradición cristiana a las espaldas, que hoy incluiría las palabras de don Giussani. En efecto, estas palabras serán incapaces de afrontar los nuevos retos del cambio de época que vivimos, sin unos ojos y unas manos que las hacen nuevas.

Así nos lo recordó el papa Francisco en la audiencia que concedió al movimiento en 2015: «La referencia a la herencia que os ha dejado don Giussani no puede reducirse a un museo de recuerdos (…). Comporta ciertamente fidelidad a la tradición, pero fidelidad a la tradición —decía Mahler— "significa mantener vivo el fuego y no adorar las cenizas". Don Giussani no os perdonaría jamás que perdierais la libertad y os transformarais en guías de museo o en adoradores de cenizas. Mantened vivo el fuego de la memoria del primer encuentro y sed libres. Así, centrados en Cristo y en el Evangelio, podéis ser brazos, manos, pies, mente y corazón de una Iglesia "en salida"».