Primera velada del ciclo "Bajo el cielo de Europa" en Milán (Foto Filmati Milanesi)

¿De qué hablamos cuando hablamos de inmigrantes?

Primera cita del ciclo “Bajo el cielo de Europa”, organizado por el Centro Cultural de Milán, la Compañía de las Obras y la Fundación Subsidiariedad. Un diálogo sobre inmigración entre un demógrafo, un periodista y un representante de Cáritas
Maurizio Vitali

Tema muy caliente el de la inmigración cuando se habla de política europea. Un tema, por desgracia, contaminado por la notable divergencia existente entre percepción y realidad. Lo primero que hace falta es favorecer un conocimiento honesto de datos y hechos. Para empezar, los datos ofrecidos por los demógrafos. Y después, los hechos referidos a experiencias y modelos de acogida e integración que se han puesto en marcha frente a un fenómeno que ya no es solo una emergencia sino algo que ha pasado a formar parte de nuestra historia. Por tanto, la verdadera pregunta que hay que plantearse es cómo gobernar la inmigración como un recurso dentro de un modelo de desarrollo para un país.

Y esta es la cuestión que abordaron, en una velada muy instructiva organizada por el Centro Cultural de Milán, la Compañía de las Obras y la Fundación Subsidiariedad, Alessandro Rosina, profesor de Demografía en la Universidad Católica de Milán, Oliviero Forti, responsable de inmigración en Cáritas Italia, y Giorgio Paolucci, periodista experto en la materia y organizador de varias exposiciones sobre este tema. Moderaba la mesa Monica Poletto, presidenta de la CdO–Obras Sociales.

La demografía nos muestra un mundo que está cambiando rápidamente, como nunca en la historia. «Dejemos de pensar que somos seres inmortales en una realidad inamovible», empezó diciendo Rosina. En vez de esconder la cabeza bajo tierra, hay que mirar a la cara a los grandes desafíos inéditos que nos plantea el siglo XXI. Y que Rosina resume en cuatro afirmaciones: 1) nunca hemos sido tan numerosos (7.000 millones, 10.000 millones en 2050); 2) nunca ha habido tantas diferencias en el ritmo de crecimiento entre las grandes áreas del mundo (Europa está prácticamente parada mientras que el número de africanos se duplicará en los próximos treinta años: en 2050 serán 2.500 millones); 3) nunca ha habido tantos ancianos y su porcentaje aumentará cada vez más; 4) nunca ha habido tantos extranjeros: más de 250 millones de personas viven en un país distinto del que nacieron.

Alessandro Rosina

«Existe el riesgo de encerrarse a la defensiva. Se han desencadenado fenómenos de economía cognitiva», señaló el demógrafo. Es decir, frente a un problema que cuesta comprender, estamos expuestos a pedazos de informaciones hipersimplificadas cuando no erróneas, con las que parcheamos soluciones maximalistas y apresuradas. Por ejemplo, se piensa que la inmigración es sobre todo irregular, cuando sucede justo lo contrario. Estamos convencidos de que la mayoría de los migrantes son africanos, cuando en realidad son asiáticos. Ni siquiera se nos pasa por la cabeza que la mayoría de las migraciones tiene lugar dentro del mismo continente, y a veces pensamos que nos invaden los subsaharianos que llegan en patera. Tampoco es cierto que la mayoría de los que llegan venga de países pobres sino de naciones que están comenzando su proceso de desarrollo, donde aumentan las perspectivas de una vida mejor. Además, no se reflexiona sobre el hecho de que la inmigración también es una respuesta para los desequilibrios demográficos cuando adquiere cierta entidad, por ejemplo ante el grave desequilibrio numérico entre las generaciones más entradas en años y las más jóvenes, cada vez más exiguas en los países europeos.

Oliviero Forti también advirtió sobre la divergencia entre percepción y realidad. Un 75% cree que la inmigración es casi toda africana, y no es verdad. El 59% cree que las llegadas han aumentado en los últimos tres años, cuando en realidad han disminuido drásticamente: 181.000 en 2016, 23.000 en 2018 («porque otros miles viven en condiciones inhumanas en los campos libios, lo que no me deja nada tranquilo», añadió Forti). Son los efectos del clamor mediático. Cuando preguntas a los italianos cuántos extranjeros viven en su país, la mayoría responde que el 25% de la población, un porcentaje que triplica la realidad.

Oliviero Forti

La conclusión de Rosina apuntó hacia dos formas equivocadas de afrontar el problema: el no con las tripas y el sí con el corazón. El “cerrar y punto” es irrealizable, y el “abierto para todos” es muy arriesgado. De modo que habrá que utilizar otro recurso: la cabeza, es decir, disponerse a gobernar este fenómeno con el objetivo de una inclusión dentro de un modelo social de crecimiento a largo plazo. «Necesitamos atraer recursos del exterior que entren positivamente en un proceso de crecimiento del país», señaló Rosina.

Sustancialmente, eran dos las ideas de “gobierno” expuestas por Forti, en referencia a la acogida: pasillos humanitarios y amplia acogida. Los primeros reducirían la clandestinidad y las pateras, pues quitarían clientes a los contrabandistas. La segunda haría posible relaciones de proximidad e interacción, a nivel local, entre residentes y pequeños grupos de inmigrantes, como un primer paso hacia la integración.



«Los grandes centros –Oliviero Forti lo ha podido constatar muchas veces durante su larga experiencia– tienen miedo y no integran. Aíslan. Allí dentro pasa de todo». En Italia, hay 138.000 extranjeros acogidos en los CAS (Centros de acogida de emergencia) y solo 23.000 mediante el SPRAR (Sistema de protección para solicitantes de asilo y refugiados), cuando el primer modelo es para casos de emergencia, con unas condiciones casi de “prefectura” policial y de concentración, y lo segundo debería ser lo normal, el recurso habitual vinculado a las entidades y proyectos locales.

El responsable de Cáritas puso como ejemplo positivo la experiencia de Bérgamo, donde la colaboración entre el ayuntamiento, Cáritas y la Asociación de empresarios ha dado lugar a una “Academia de la inmigración” donde treinta (por el momento) inmigrantes son seleccionados para participar a jornada completa en un itinerario de cuatro trimestres, dedicados respectivamente a conocer la lengua italiana, la cultura y los hábitos cívicos, formación profesional, y realizar unas prácticas de trabajo en empresas, con posibilidades de acceder a contratos laborales al final. Todo ello con unos horarios rigurosos y un añadido extra: labor de voluntariado, para aprender no solo a recibir sino también a dar. «Hay que dar a los inmigrantes herramientas para que puedan convertirse en parte activa de nuestra sociedad», concluyó Forti.

Giorgio Paolucci también pudo contar varios ejemplos. Como la exposición “Nuevas generaciones”, que coordinó para el Meeting de Rímini y que luego pasó por numerosas localidades y escuelas italianas, que de hecho no es una exposición de objetos e imágenes sino de rostros e historias de personas concretas, mostrando todo aquello a lo que se tienen que enfrentar y lo que sienten por dentro.

Monica Poletto y Giorgio Paolucci

Uno de los rasgos más característicos de Italia es su gastronomía. De ahí nació el proyecto “Cocinar para volver a empezar”, con Cáritas, AVSI, Panino Giusto y un sinfín de entidades que han dado lugar a una escuela de vida, cultura y trabajo, bastante parecida a la academia de Bérgamo: formación lingüística, profesional, y prácticas laborales con posibilidad de contratación. Para una chica nigeriana que participó en esta aventura, «el trabajo lo es todo. No te puedes integrar si no quieres aprender. Ahora he aprendido hasta a hacer cappuccino, y a hacerlo bien y apetitoso, poniendo el corazón. Porque los ojos comen antes que la boca».

También se habló de “redes”. Una red de familias ha permitido en Milán una bonita acogida e integración a menores no acompañados. La historia empezó con unas vacaciones de Pascua a las que invitaron a un chaval de Gambia, a lo que siguió la acogida permanente de otros 25, a los que acompañaron hasta que consiguieron trabajo y autonomía. Ahora viven en apartamentos, junto a una parroquia, y se ganan la vida. «Los jóvenes tienen unos recursos formidables», le dijo una madre, «hace falta que puedan salir a la luz».

Hay experiencias similares en Rímini y Verucchio. En Catania, un senegalés que al llegar fue acogido en un centro de don Bosco llegó a ser mediador cultural y, más tarde, responsable de un proyecto de desarrollo en su propio país. Es musulmán y dice que don Bosco es un hombre de Dios, y que en el rostro de los cristianos ve a sus amigos. Otro senegalés es ahora el primer abogado africano en el foro de Milán. Hay otro que dice ser «un milanés con cara de chino». Así como otras decenas, cientos, miles de historias que Paolucci podría contar… y que, encuadradas en el contexto adecuado, como esta velada, permiten entender muy bien que no se trata de episodios buenistas de escaso o nulo valor sociopolítico. Al contrario, son procesos reales a los que la política debe mirar para comprender, aprender y «actuar subsidiariamente», señaló Paolucci, si no quiere caer en actitudes prepotentes e ineptas. Siempre que quiera proyectar modelos adaptados a la realidad y al crecimiento, y no a la propaganda.

Esta velada sobre inmigración fue la primera de un ciclo de cuatro titulado “Bajo el cielo de Europa”. Habrá más, el 25 de marzo sobre “política e instituciones”, el 10 de abril sobre “bienestar y economía”, y el 8 de mayo sobre el “futuro de la Unión Europea”.