Una ''Cena galeotte'' en la cárcel de Volterra.

Cuando la cárcel se convierte en «un pueblo»

Silvia Guidi

«Meet at work». A veces una errata consigue decir más que un ensayo o un dossier para especialistas. Al leer esa frase subrayada en rojo en el cuaderno de apuntes del que tengo sentado al lado, pienso que eso es: el trabajo es lo que hace posible encontrarse. No solo a los demás, también a uno mismo. «Meet at work»: tras los barrotes, o fuera de ellos, en un gran edificio gris en la periferia, como es un centro penitenciario, blindado, videovigilado y rodeado de unos jardines impecables al estilo inglés.

La cooperativa romana que desde 2003 trabaja con los presos de Rebibbia se llama en realidad "Men at Work", pero el otro concepto es más adecuado, es lo que tratan de contar de las más variadas formas los ponentes de la mesa, los testimonios en video y las intervenciones de los beneficiarios directos, presos o ex presos acompañados por su tarea manual y por una mirada amiga que saca a la luz una nueva dimensión de sí mismo, una nueva forma de afrontar la vida, de juzgar el presente y el futuro, incluso de mirar el pasado, por doloroso que sea. Hasta el mal sufrido y causado.

Éramos muchos en el congreso "Para reeducar a un preso hace falta un pueblo", organizado el 23 de abril en Roma por la Alianza de Cooperativas Sociales, la CdO Obras Sociales y Forma; moderado por Alessandra Buzzetti y Giuseppe Guerini. Había políticos (como Luigi Bobba, subsecretario del Ministerio de Trabajo y Políticas Sociales; Gabriele Toccafondi, subsecretario del Ministerio de Educación, Universidad e Investigación; Edoardo Patriarca, parlamentario y presidente del Centro Nacional para el Voluntariado; o Andrea Orlando, el ministro de Justicia, que envió un saludo final), muchos voluntarios y trabajadores del sector, pero también clientes habituales de la Cooperativa Giotto de Padua que, además de los dulces y la cerveza que les proporcionan los presos de Due Palazzi, han encontrado una nueva manera de mirarse a sí mismos a sus seres más queridos.

El título del congreso se inspira en un proverbio africano citado por el Papa Francisco en su encuentro con profesores y personal del ámbito educativo, el 10 de mayo de 2014: «Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo». La ciudad que colabora en la recuperación humana y social de los presos ya existe, pero corre el riesgo de hacerse invisible; son pocos los que realmente la conocen. Un ejemplo permite mostrar las dimensiones de este fenómeno. Muchos habían visto o al menos habían oído hablar de César debe morir, la película de los hermanos Taviani interpretada por los presos de Rebibbia, ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín de hace tres años, pero no sabían cómo había surgido. Este film es la punta de un gran iceberg: el paciente trabajo educativo de miles de voluntarios que donan gratuitamente su tiempo para acompañar a los presos y a sus familias, favoreciendo la posibilidad de volver a empezar (incluso económicamente) gracias a su trabajo o a compartir la conciencia aparentemente "inútil" que recuerda a cada hombre ese verso dantesco «hechos no fuisteis para vivir como brutos».

La ley escrita en los códigos no basta, hacen falta personas dispuestas a ponerse en juego en un camino común. Aparte de los números (significativos y macroscópicos: el descenso de la reincidencia supone un ahorro de 210 millones de euros al Estado), hablaron los testimonios de los residentes de este "pueblo carcelario" que trabajan en Sicilia, en Padua, en las cooperativas sociales Men at Work, en Sant'Angelo dei Lombardi en Avellino, en la cooperativa Homo Faber de Como, en la asociación Encuentro y Presencia de Milán, en la asociación Kayròs... cientos de personas que se dedican a la formación detrás de los barrotes.

La educación en la cárcel no se puede considerar de "serie b", como dijo Gabriele Toccafondi: «Para nosotros, el resto es devolverles la dignidad, convencer a los directores y al personal administrativo de que la propuesta formativa debe ser seria y tener en cuenta las condiciones nada sencillas en que se encuentran», explicó el subsecretario de Educación. «Cada uno de los 32.000 diplomas entregados en estos seis años supone una ocasión para volver a empezar. Pude estar en la graduación de tres presos en la cárcel de Rebibbia. Uno de ellos estaba condenado a cadena perpetua y aun así decidió estudiar y graduarse, aunque su pena no tuviera fin. Eso significa reeducar poniendo en el centro a la persona».

De los panettoni de Padua a las botellas de Falanghina de Sant'Angelo dei Lombardi, de las 2.500 rosas cultivadas por los presos de la cárcel de Sollicciano en Florencia a las viejas bicicletas reparadas gracias al proyecto "A pie suelto", de las "cenas galeotte" que preparan una vez al mes los presos del centro penitenciario de Volterra (famosas por sus espectáculos teatrales) a los biscotti "made in Rebibbia". Un paseo por #villaggiocarcere rico, variado, lleno de voces distintas, plagado de potencialidades aún no expresadas. Ante esta "fiebre de vida", la pregunta directa del ministro Orlando: «La reforma del sistema penitenciario, ¿favorecerá concretamente la recuperación humana y social de los presos?».

Las cooperativas de voluntariado están preparadas para contribuir al estado general de las cárceles, siguiendo siempre la lógica que los economistas llaman del "win-win", ganar-ganar. Los datos hablan por sí solos: entre los presos que no desarrollan programas de reinserción, la reincidencia roza el 90%, mientras que entre los presos que siguen este proyecto se reduce hasta el umbral del 10%. Para ser subsidiaria, insistió Monica Poletto, presidenta de la Cdo Obras Sociales, la reforma del sistema penitenciario debería serlo desde su génesis: «Siempre hay que partir de lo que ya existe y funciona, y colaborar para entender cómo se puede desarrollar».