El 18 de septiembre, Escocia vota su independencia.

Bruselas, con un ojo en Escocia

Luca Fiore

Lo que sucede en el Reino de Su Majestad nos obliga de nuevo a hacer un difícil ejercicio de identificación. Conviene hacerlo, puesto que lo que suceda el próximo 18 de septiembre con el referéndum por la independencia de Escocia nos afecta más que otras veces.

Nunca había sucedido algo similar en la Unión Europea. Un voto democrático podría llevar a la fragmentación de un Estado miembro y al nacimiento de una nación de cinco millones de habitantes. En la época de la globalización, unos consideran las reivindicaciones nacionalistas como un anacronismo; otros las ven como una reacción de comprensible defensa contra la degeneración de la aldea global. Pero en el contexto de la UE, tras los años de la ampliación, el caso escocés parece una verdadera paradoja.

Al referéndum de Edimburgo miran con aprensión gobiernos como el español, que se oponen a las exigencias de independencia que les llegan desde dentro de sus fronteras. Pero la gran diferencia con el caso catalán, previsto para el 9 de noviembre, es sobre todo el hecho de que las autoridades de Londres lo reconocen. El gobierno británico, aun oponiéndose a la independencia, ha declarado que respetará cualquier resultado que salga de las urnas.

Identidad y política. Pero si ganara el “sí”, ¿sería un triunfo de los euroescépticos? ¿Estaríamos delante de un modelo de referencia para los nacionalismos que se reparten por Europa? Absolutamente, no. Aquí estamos ante un caso totalmente particular.

En realidad, el escocés es un movimiento independentista sui generis. «Para entender lo que está sucediendo, debemos distinguir entre sentido de identidad nacional y preferencia política», explica John Breuilly, titular de la cátedra de Nacionalismo y Etnias en la London School of Economics: «En Reino Unido se comparte la idea de que ser escocés significa haber nacido y crecido en Escocia. Sin embargo, hay residentes en Escocia que no se consideran escoceses y que son favorables a la independencia; y viceversa, personas que se consideran escoceses y que votarán “no”».

Esto no significa que no exista una auténtica nación escocesa. De hecho, Escocia tiene una Iglesia de Estado, una legislatura propia, un sistema escolar independiente, e incluso una libra esterlina impresa con un diseño distinto. Para Breuilly, «también hay quien desea la ruptura con Londres porque, pongamos por caso, está convencido de que así aumentaría su nivel de vida, no tendría que ligar su reivindicación al nacionalismo escocés si no existiera, a priori, un sentido compartido de identidad nacional».

Sin embargo, en la historia de Escocia el sentimiento nacional no siempre ha coincidido con una abierta hostilidad hacia la Corona y el gobierno de Londres. La nación escocesa, de hecho, se implicó desde 1707, año del Acto de unión que estableció el nacimiento del Reino Unido como “matrimonio” entre Escocia e Inglaterra, en la construcción del Imperio británico junto a galeses e irlandeses. Y no solo eso: la identidad nacional británica ha crecido, según Breuilly, «sobre el rechazo común protestante del catolicismo y sobre el nacimiento de un electorado masivo por elección de la Cámara de los Comunes». En resumen, independentismo y unionismo hunden ambos sus raíces en la historia.

Por ello, las razones que han llevado al referéndum no hay que buscarlas en el pasado remoto. Los conflictos históricos, como puede suceder en Irlanda, aquí importan mucho menos. La partida del independentismo escocés se juega en el presente y en el futuro. «Lo que puso en crisis la tradición conservadora unionista escocesa, y el consiguiente crecimiento de las instancias independentistas, fueron los gobiernos de Margaret Thatcher», explica Francesca Laicata, de la Universidad de Saint Andrews: «El gran redimensionamiento del Estado social, las políticas de austeridad y el superpoder de las finanzas favorecidos por la Dama de Hierro son el espantapájaros del Scottish National Party».

Según las encuestas, solo un tercio de la población es favorable a la independencia, pero la amplia franja de indecisos no permite a los unionistas dormir tranquilos. Y si por sorpresa ganara el “sí”, ¿cuáles serían los retos del nuevo Estado escocés? «Habría que afrontar muchas cuestiones que hasta ahora han sido abstractas», explica la profesora Laicata: «Alex Salmond, líder del SNP, habla de un Estado social según el modelo escandinavo y al mismo tiempo promete un modelo impositivo báltico. Pero es evidente que eso es incompatible. Los independentismos querrían mantener la libra, mientras que Londres ya ha dicho que no se lo permitirá».

Sea cual sea el resultado, el Reino Unido no volverá a ser el mismo. La fuerza negociadora de Londres se verá redimensionada a nivel europeo en caso de pérdida de Escocia. Además, si Edimburgo no obtiene la independencia, es casi seguro que se irá en la dirección que se denomina como la devolution max: autonomía para todo, excepto política exterior y defensa. Si así fuera, también estallaría la llamada West Lothian Question, que se refiere a las competencias del Parlamento de Westminster respecto al territorio limitado a Inglaterra. De hecho, hoy asistimos al caso lógico contrario de la devolution, que ve a los parlamentarios escoceses, galeses y norirlandeses votar sobre cuestiones que interesan solo a los ciudadanos ingleses. En cualquier modo, habrá que afrontar el problema.

¿Y para la Unión Europea, qué significa el voto escocés? Para Bruselas será una situación difícil de gestionar. Sobre todo porque se pondrá a prueba, como nunca antes, la categoría de ciudadanía europea. ¿Es posible ser escocés y europeo? Si se deja de ser ciudadano británico, ¿se cesa automáticamente de ser comunitario? Según como se gestionen las relaciones con un hipotético nuevo Estado escocés, la Unión europea mostrará al mundo qué es y en qué se quiere convertir.

Una de las mayores particularidades del referéndum del 18 de septiembre es que no solo votarán los que hayan nacido y crecido en Escocia sino todos los residentes mayores de 16 años: ciudadanos británicos y comunitarios incluidos. Para entendernos: un español residente en Glasgow tiene derecho a participar en la decisión sobre el destino de una nación que no es suya. «En las encuestas, cuando preguntan si está a favor de la independencia en el caso en que Reino Unido decidiera abandonar la Unión Europea, el porcentaje de favorables aumenta», continúa Laicata: «Uno de los argumentos de Salmond es: no queremos ser expulsados de la UE contra nuestra voluntad». Pero aquí tampoco se puede generalizar, según el profesor Breuilly «en el Scottish National Party hay nacionalistas de “estricta observancia” que son euroescépticos, pero por el momento están callados por cuestiones de conveniencia».

La adhesión a la Unión Europea del hipotético nuevo Estado escocés no parece ser ni automática ni obvia. En los palacios de Bruselas hay dos escuelas de pensamiento, explica Laicata: «Unos están convencidos de que la Escocia independiente debería pedir la adhesión en la UE como si fuera Albania. Por otra parte están los que creen que en estos años se ha desarrollado una idea de ciudadanía europea que se apoya en la voluntad de los individuos y no de los estados».

«Nadie puede garantizar qué sucederá en caso de victoria del “sí”», explica el profesor Charlie Jeffery, de la Universidad de Edimburgo: «Lo que es seguro es que se abrirá una fase de negociación ya sea con lo que quede del Reino Unido o con Bruselas. Pero es muy difícil que todo quede resuelto para marzo de 2016, fecha prevista para una proclamación de la independencia».

En Bruselas parece dominar un cierto malestar. No fue así en el caso de la unificación de las dos Alemanias, a pesar de los problemas económicos de la RDA. Entonces, los alemanes del Este fueron acogidos con los brazos abiertos en la UE. Pero la petición de gran parte de los escoceses de permanecer en la UE porque ya se sienten europeos demuestra que, para ellos, al menos por conveniencia, la ciudadanía europea tiene un sentido. Piensen lo que piensen sobre la oportunidad de la independencia deEdimburgo, en medio de la tempestad euroescéptica este es un signo de cambio de tendencia. Los que desean relanzar el proyecto comunitario deberán ser tenidos en cuenta.