Las protestas ante el Parlamento chipriota <br>en Nicosia.

Solos no nos podemos salvar

Luigi Varalli

Como la Argentina de finales del milenio pasado: un laboratorio de la crisis que será un espejo donde se refleje aquello que podremos ser en el futuro. Un cúmulo de experimentos, errores, intentos de solución…
Una interpretación apocalíptica, pero también una lectura posible de lo que está sucediendo en Chipre, de la crisis económica que está sacudiendo a esta isla perdida en el sudeste del continente europeo y de la zona euro. Dirán que la crisis de Chipre, por sus dimensiones, nada tiene que ver con nuestras grandes economías antes opulentas. Y es verdad: cuando hablamos de Chipre y de su terrible crisis económica, que sufre desde hace años, estamos hablando de un país que en 2011 tuvo un PIB de poco más de diecisiete mil millones de euros, frente a casi un billón y medio en Italia o en España. En resumen, estamos hablando de una crisis que, en términos absolutos, se puede gestionar y afrontar.
Sin embargo, Chipre nos da miedo, por lo que representa, por la superficialidad y la insuficiencia estratégica y táctica con que se está afrontando esta crisis, da miedo el retraso con el que se están tomando las decisiones a la hora de intervenir, da miedo cómo se siguen infravalorando a los motivos por los cuales hemos llegado a la situación actual, dan miedo los errores que aún se están cometiendo, da miedo la incapacidad para llamar a los problemas por su nombre y para afrontarlos por lo que son, da miedo el efecto dominó, que desde el pequeño Chipre se puede generar en el sistema económico y financiero del Viejo Continente, y desde Europa en todo Occidente, y desde Occidente al mundo entero.

¿Por qué Chipre está en crisis? Chipre es un país de la zona euro que en los últimos lustros ha experimentado una explosión económica y financiera. La isla bisagra entre Oriente Medio y Europa, conocida sobre todo por ser tierra de confrontación entre turcos y griegos, entre Europa y Oriente, se ha convertido en las últimas décadas en un paraíso fiscal para ambos mundos, con una explosión exponencial de su economía, sostenida no por un desarrollo industrial sino por el gran boom de las últimas décadas: la financiación del desarrollo. El boom de Chipre es el boom de sus bancos, con un sistema financiero que ha crecido ocho veces el PIB de la isla, apoyado sobre todo por las inversiones que llegan del exterior.
En un país del que se decía que su PIB es poco más de diecisiete mil millones, hay depósitos por setenta mil millones de euros, en su mayoría procedentes de Rusia y Gran Bretaña. A finales de 2012 la agencia de rating Moody’s calculó que los bancos rusos tenían en los institutos financieros chipriotas cerca de doce mil millones de dólares, a los que hay que añadir depósitos de empresas rusas por otros diecinueve mil millones de dólares, cifras que deberíamos tomar en consideración al hablar del papel de la Federación Rusa en esta crisis y de los motivos de su gran desinterés.
Los bancos chipriotas han realizado con estos ingentes capitales una doble operación: la primera fue colocarlos de forma “limpia” en el mercado de capitales sin controlar o verificar su procedencia, sobre la que muchos expresaron dudas; la segunda operación fue remunerar estos depósitos con altas tasas, vinculadas a inversiones temerarias, como las de la vecina Grecia. Al caer Grecia, cayó también el sueño de las inversiones fáciles altamente remuneradas con la crisis de 2007, y ahí empezaron los problemas de Chipre.
Al principio habría sido posible intervenir recapitalizando los bancos chipriotas y garantizándoles niveles de patrimonialización con una intervención de unos cuantos miles de millones de euros. Pero en estos meses hemos visto hasta qué punto las disputas dentro de la zona euro han atado las manos de todos, en último término por tacañería, por incapacidad para valorar y entender las dificultades que se presentaban, para identificar soluciones y sobre todo para comprender el alcance de los problemas. La crisis ha crecido así hasta alcanzar unos niveles preocupantes a finales de la primavera pasada, después de sucesivas reuniones europeas sin adoptar nunca decisión alguna, remitiendo siempre la decisión a la reunión siguiente. Hasta llegar a las dimensiones actuales: el rescate de Chipre cuesta casi diecisiete mil millones de euros, de los cuales la mayor parte garantiza la recapitalización de sus bancos para evitar la bancarrota y hacer frente a las fuertes pérdidas causadas por inversiones equivocadas o demasiado arriesgadas, y en parte para financiar el gasto público del pequeño Estado en los próximos tres años.

Europa ha decidido que este rescate podía tener lugar por diez mil millones de euros mediante la intervención del Mecanismo Europeo de Estabilidad, creado el año pasado para salvar a los estados, una cantidad a la que se sumarían otros siete mil millones por parte del país chipriota. Entre las medidas identificadas, destaca la de una intervención forzosa en los depósitos bancarios. Y aquí se han revelado errores tácticos además de estratégicos. En primer lugar, una intervención en los depósitos no se puede anunciar antes de realizarla para evitar que se desencadenen huídas generales, se hace y punto. En segundo lugar, como han observado muchos analistas financieros, hacer una retirada forzosa de depósitos que la legislación europea considera garantizados, como son los depósitos inferiores a cien mil euros, es una traición a la relación de confianza natural entre las dos contrapartes de cualquier contrato. En tercer lugar, ha provocado la reacción de Rusia, que ha querido así defender a sus propios inversores, aunque sean inversores privados muy extraños, puesto que llevan su dinero fuera de su país. Es como si Italia, en vez de perseguirlos, defendiera a sus compatriotas que hubieran llevado su capital a Suiza. Rusia sopla al fuego para hacer salir a Chipre del euro, es decir, para evitar que sus propios depositarios paguen para salvar a los bancos donde hasta ahora se han lucrado con beneficios de todo tipo.

¿Qué nos enseña el caso chipriota? En primer lugar, que la globalización del sistema impone la necesidad de intervenir inmediatamente incluso en el país más lejano, porque el efecto dominó existe. En segundo lugar, que hay que estar preparados para intervenir sobre las causas reales de la actual crisis de financiación del sistema, en la que se han desarrollado instrumentos financieros ajenos al control de cualquier autoridad o garantía. En tercer lugar, que es imposible en un mundo globalizado no tener instrumentos de intervención y control que sepan analizar los movimientos económicos de cualquier estado, y denunciar los efectos nocivos y bloquearlos. Es necesaria por tanto una mayor corresponsabilidad, no una retirada. Solos, hoy más que ayer, no nos podemos salvar.