Calles vacías por la emergencia del coronavirus

«No saldremos solos»

El bloqueo de las actividades, el riesgo del cierre, demasiadas incógnitas. En la revista Huellas, el grave impacto económico de la epidemia narrado por pequeños y medianos empresarios. ¿Cómo se podrá continuar?
Paolo Perego

Spread en aumento, altibajos en las bolsas, teletrabajo, empresas que progresivamente van cerrando establecimientos, otras que resisten como pueden en plena caída de la demanda y una facturación que quién sabe cuándo podrán cobrar… y las ciudades paralizadas. La situación de la economía y la empresa es muy incierta, se mueve entre las expectativas y el temor, con la gran incógnita de lo que pasará en el resto del mundo.

En Italia, un informe de Confindustria ya anunció a primeros de marzo graves repercusiones en muchos sectores: el 65% de las más de cuatro mil empresas participantes en el estudio había registrado incidencias negativas, sobre todo en su facturación. Porcentajes que se elevan en Lombardía y el Véneto. Más de la mitad declaró que tendría que revisar sus planes de negocio y muchas tendrán que reestructurarse.

Hemos hecho un pequeño viaje por ese mundo, para ver qué y cómo se está viviendo. Y qué puede “sostener” en una circunstancia tan dramática.

«Todo sigue parado». Francesco Monteverdi, 62 años y nueve hijos, la menor de 12 años, dirige la empresa vinícola familiar –«desde hace ocho generaciones»– en un terreno entre Lodi y Piacenza. «Nueve empleados, más algunos comerciales. En gran parte hermanos, sobrinos, primos, hijos. Una pequeña realidad con unos tres millones de facturación, orientada sobre todo al exterior». La vida era espléndida, los viñedos ya empezaban a florecer en las colinas… «Ahora nos enfrentamos a lo que está pasando». Por ejemplo, al hecho de que «todos en la empresa vivimos en Casalpusterlengo, el núcleo de la primera “zona roja” decretada para contener la epidemia, mientras la sede está nada más salir, en Borgo San Giovanni». Lo que significa que desde el principio se quedaron sin la posibilidad siquiera de ir a abrir a los camiones que debían ir a cargar y descargar. Todo bloqueado. «Nosotros no podemos hacer teletrabajo».

La revista Huellas de abril

Habla de una nueva vida, hecha de paisajes campestres y distanciado de los demás. «Mi trabajo a distancia es inconcebible, está hecho de relaciones y contactos personales. Online no es igual». Lo mismo pasa con la vida. «Hablando con mi hijo, discutíamos sobre la manera de saludarse que utilizan algunos jóvenes: con los codos o los zapatos. ¡Yo necesito abrazar! Quiero besar a mi mujer». Hoy se habla desde detrás de la puerta o entre los setos del jardín. «Me he reencontrado con gente a la que no veía desde hace años, que me busca para pedirme consejo porque saben que estoy implicado en la asociación empresarial Assolombarda de Lodi». Empresas de catering que han perdido sus encargos, actividades bloqueadas, sin proveedores ni pedidos… «Y la exigencia de que los productos cuenten con la certificación de estar exentos de virus. ¿Pero cómo? ¿Quién va a certificar a alguien que hace recambios de automóvil?».

Sin embargo, aunque pueda suponer un provocador desafío, como dice Monteverdi, «las condiciones son las que son y volveremos a empezar por donde se pueda. Pero estamos descubriendo cosas nuevas. Sobre el trabajo, la escuela, las relaciones… Hay mucha gente con la que hacer este camino que se abre ante nosotros. No logro imaginar que todo vuelva a ser como antes. La “dimensión individualista” en el trabajo está cediendo paso a una dimensión comunitaria. Porque no saldremos solos, habrá que juntarse con otros».
Hacen falta compañeros de camino «en este túnel inevitable», afirma Carlo Fabbri, hotelero riminés con actividad en Verona, Ferrara y Folgaria, en el Trentino, con dos hoteles de negocios y una instalación de turismo familiar de montaña. «Las repercusiones serán muchas, lo vemos con amigos y compañeros». El sector se vio sacudido desde las primeras horas de la emergencia para luego empeorar con el bloqueo de todas las actividades. «Con algunos enseguida surgió la necesidad de mirarnos a la cara y contarnos lo que estábamos viviendo. Pero con la mirada orientada hacia adelante».

Carlo habla de sus contactos con las instituciones, propuestas de futuro, ideas que poner en marcha cuanto antes, en cuanto acabe la epidemia. «Por poner un ejemplo, la promoción en el exterior en sinergia con las administraciones locales». Algunos colegas están desesperados, tienen hoteles pequeños y deben pagar alquileres. «Yo no estoy desesperado, ni siquiera sé si estoy en la lista de los que tendrán que cerrar, pero no estoy solo, tengo personas que me ayudan a estar delante de la realidad. Tenemos un problema. Intentemos resolverlo, buscar un camino». Habla de la compañía de sus amigos del movimiento. «Amigos en la fe que me sostienen. El otro día, en la Escuela de comunidad, hablábamos del Bautismo como el momento en que Cristo comienza su batalla por poseerte. Esta batalla también se libra ahora».

Alguien acostumbrado a luchar y volver a empezar –desde siempre pero aún más estos días– es Fabio Marabese, CEO en Seingim, una entidad véneta dedicada a proyectos de ingeniería para grandes empresas e industrias, sobre todo en el ámbito energético, que ha crecido mucho en los últimos años.

«Tenemos clientes en Italia y en el extranjero, 200 empleados en ocho sedes repartidas por todo el país». Ahora casi todos trabajan desde casa. «Lo que hacemos lo permite, en parte. Era un proyecto que habíamos empezado a contemplar y ahora nos hemos visto obligados a ponerlo en práctica». El principal problema, por el momento, son las facturas impagadas por clientes que están bloqueados. «Si los bancos no nos ayudan, ¿cómo vamos a pagar los sueldos? Yo puedo apañarme, pero otros muchos no». Sin embargo, el futuro puede ser una oportunidad. «Hay aspectos negativos que conocemos. Pero estamos redescubriendo otros valores, también en la forma de trabajar. Por ejemplo, formando equipos incluso desde casa. Desde el exterior nos miran, ahora todavía más: sabemos resolver problemas, siempre lo hemos hecho». Hacen falta movimientos decididos por parte de las instituciones «para permitirnos, ahora pero también después, ser lo que somos: emprendedores. No podemos perdernos en trámites burocráticos. Muchos se han quedado solos, sobre todo los más pequeños. Hay que apoyarlos».

Entre esos “pequeños” está la empresa Fratelli Bona Snc de Chiavari. «Somos mi hermano y yo, un amigo y un chaval que lleva poco con nosotros», cuenta Samuele, nacido en 1980. Se dedican a la reestructuración y acabado de interiores, una aventura que comenzó hace tres años «con muchísimo esfuerzo, invirtiendo todo lo que tenía». Últimamente los negocios les iban bien. «Unos cuantos clientes, muchas previsiones y proyectos». Ahora todo es una incógnita.

Para trabajar hay que ir al almacén, estar en contacto con fontaneros, electricistas… «Esta mañana nuestro proveedor ha cerrado. Y si no trabajamos, no nos pagan». La situación es complicada. «Un gran amigo nuestro está en el hospital, y también me preocupan los míos», cuenta. «Estoy acostumbrado a la incertidumbre y a la inestabilidad. En una empresa joven, ese es el orden del día, sobre todo al principio, pero nunca he renunciado a esperar algo, aunque sea ingenuo, en lo que hago». Habla de relaciones humanas con proveedores y clientes «aun a riesgo de perder algo», de amor a la realidad, aunque tengas que apañarte con un trozo de esparadrapo para arreglarte las calzas. «La gente se da cuenta. Es algo que he aprendido, que he hecho mío dentro del movimiento, pero que también se “paga” en el trabajo». Puedes ver que hay algo “para ti” incluso ahora. «Esta mañana, yendo a hacer la compra, veía que la gente ahora te mira a los ojos y hasta te sonríe detrás de la mascarilla mientras trata, con cierto embarazo, de mantener el metro de distancia. Esa parte que es “para mí” ya la estoy recibiendo».

Lo mismo le pasa también a Mario Roncaglio, 45 años, de Soresina, al frente de una pequeña fábrica en Cremona. «Hacemos cisternas de acero para la leche. A finales de febrero empezaron los problemas». Estuvo quince días en cuarentena, aislado de su mujer y sus hijos, por haber comido con una persona que estaba contagiada. «Muchos amigos y conocidos han muerto o están ingresados. Aquí es así para todos». También en la empresa, a la que volvió a entrar «como pude» hace unos días. «Todos tienen miedo, también mis empleados, por muy acostumbrados que estén a trabajar con soldadoras y mangueras a gran altura». Gente dura, en definitiva, que el otro día escuchaba en silencio las palabras de Mario, «aunque no soy de dar discursos. Cerraremos si nos piden cerrar», dijo a sus “chicos”. «Algunos pusieron objeciones, incluso de malas maneras, ¿pero qué quieres que les diga? El miedo es de todos… La cuestión es cómo estar delante de eso». ¿Entonces? «Ahora más que nunca, me levanto por la mañana y me doy cuenta de que existo, respiro. No lo puedo dar por descontado. La pregunta que reside en el miedo, en el fondo, empezando por el famoso “¿saldremos de esta?” que tanta gente repite ahora, es la necesidad de que alguien esté a tu lado. Para no “entrar en shock”, para no estallar. Anoche intentaba decírselo también a los trabajadores: “Fijaos en que el miedo forma parte de la vida, es justo tenerlo, más aún cuando pasas por debajo de veinte toneladas de cisternas. Pero hemos llegado hasta aquí, estamos todos”. Unas veces mejor, otras peor… Mirando a los ojos de la gente, cada vez me doy más cuenta de que hasta hoy alguien ha pensado siempre en nosotros, en mí. Esta certeza permite volver a empezar y ponerse en camino».

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