La campana toca en el Cascinello (foto: Marina Lorusso)

Todos los “sí” del Cascinello

Una convivencia entre tres familias en la Bassa milanesa que comenzó hace diez años. Hoy, como al principio, siguen un hecho tras otro, abiertos a todos y a todo. «No ha pasado nada de lo que pensábamos, sino mucho más»
Paolo Perego

Delante de cada puerta, es lo primero que se ve al salir de casa por la mañana. Un olivo, justo detrás de la casa, con tres ramas que salen del tronco y luego otras más delgadas. «Ese tronco es un don. Y los frutos son los muchos “sí” que cada uno está llamado a decir cada día», dice Andrea Franchi, “Branco”. Por eso, cada mañana, la vida en el Cascinello San Luigi de Abbiategrasso empieza precisamente con un “sí”, el de la Virgen, recordado en el Ángelus que todos rezan juntos antes de irse al trabajo, al colegio, a la universidad… Allí están los Franchi, Andrea y Cristina con cuatro hijos. Y los Buratti, Andrea “Bura” y Clementina, con tres hijos. Luego están Luca “Pelo” y Paola Ballabio, con otros cinco. Pero también Luciano, el padre de Branco, y Gianni, un amigo, profesor jubilado.

Todo empezó hace diez años. O un poco antes. «Vinimos a vivir aquí el día siguiente a que nos montaran las ventanas, el 9 de agosto de 2009», cuenta Bura. Ese “aquí” es un pequeño caserío remodelado a la entrada del pueblo, en el corazón de la Bassa milanesa. El campo de arrozales comienza pocos metros después de la puerta. En la sala, como suele suceder, una mesa enorme preparada para cenar todos juntos. «En torno a 2005 empezamos a vernos más asiduamente», cuenta Buratti. «Por la vida de la comunidad de CL o por pasar unas vacaciones juntos, porque nuestros hijos eran compañeros en el colegio». Tenían el deseo de estar “más” juntos, «pero luego cada uno hacía su vida, su camino».

Un domingo de enero de 2007, las tres familias se encuentran «casi por casualidad» en un almuerzo en la parroquia. «Solo habíamos ido porque a Cristina y Branco les pidieron dar un testimonio, para hacer un poco de bulto. Luego comieron todos juntos». Un par de charlas y enseguida sale a relucir una casa en ruinas que se vende, no muy lejos. «Fuimos a verla». Solo había una parte de lo que hay ahora, la otra parte se había caído, y donde ahora está el salón grande no había nada.

«¿Una “idea romántica”? Quizás al principio lo era. Aunque nunca fue una idea». Lo que le preocupaba a cada uno de ellos era tomar en serio el trabajo que Carrón, tras la muerte de don Giussani, había empezado a proponer al movimiento. Lo explica Branco: «En cierto sentido, durante años habíamos vivido en el movimiento de una manera un poco superficial. Carrón nos lanzaba un desafío al que no podíamos sustraernos: “¿Pero tú qué deseas realmente?”. En este punto ya estábamos juntos antes del Cascinello».



«Vivíamos una hermosa amistad, pero no sentíamos la necesidad de una convivencia». Sin embargo, ante aquella casa abandonada… «Empezaron a suceder cosas, una tras otra. Y poco a poco los obstáculos ya no eran insuperables». La opción de compra fue aceptada contra todo pronóstico, y los permisos concedidos «a pesar de que estábamos en época electoral y el padre de Cristina era candidato a alcalde en oposición a la junta». Todos los signos indicaban un camino. Luego llegó aquella recomendación de Carrón: «Si lo hacéis para ser más amigos entre vosotros, estáis perdiendo el tiempo. Pero si el problema es vuestro afecto a Cristo, entonces se abrirá un mundo mucho más interesante». Cada uno dijo su sí. Incluso a la hora de poner dinero, «nunca con la preocupación de calcular al detalle la parte de cada uno», recuerda Bura. «Me sorprendí con una medida nueva, mi deseo. Era liberador. Entonces, igual que hoy, cada cosa que pasaba llevaba dentro esta posibilidad». Cuenta Luca: «Cuando entramos era un patio. No había jardín ni valla. Los niños jugaban a recoger clavos del suelo. Pero había alcantarillado, aunque no parecía demasiado hondo, pues cuando llovía teníamos que montar pasarelas para salir de casa».

No les importaba demasiado. Pronto empezó a acercarse gente al Cascinello para comer, cenar, incluso dormir. «También aquí la realidad acabó con todas las ideas», cuenta Cristina. «En principio habíamos quedado en que una noche a la semana cenaríamos todos juntos y podíamos invitar a alguien. Intuíamos que al menos debíamos reservar una noche para mirarnos a la cara». «Al final, sigues lo que sucede. Y siempre hemos acogido todo como un don», añade Branco. Hasta el punto de que hoy, bromeando aunque no demasiado, tienen una lista de espera «de amigos que quieren venir a vernos».

Todo vivido como don. «Lo contrario de la “idea”», continúa Branco. «Los amigos, las cosas que pasan, si las miras con la curiosidad de descubrir qué tienen que ver con lo que deseas, siempre te indican un camino». Y tú lo sigues. «Cuántas cosas. Desde la empresa de construcción que fracasó a la ayuda de algunos con préstamos y donaciones. O aquella foto de hace años con un establo del que nadie se acordaba, justo al lado de la casa, que por casualidad encontró en el registro Sandro, un amigo arquitecto que murió hace unos años. «Nos daba derecho a restaurar la estructura. Una de nuestras mayores preocupaciones era no tener un espacio común donde estar juntos. La casa estaba casi preparada pero no teníamos dinero, ya estábamos endeudados. Pero aquella foto era un signo. La Providencia hizo el resto». En la gran sala, hoy «se vive la vida como llega»: las cenas de los Bancos de Solidaridad, por ejemplo, cuyo presidente es Branco, con más de setenta personas de todo el norte de Italia; las veladas con amigos, las fiestas de los hijos, el estudio de los chavales… «En verano se hace todo en el jardín, a la sombra de un gran sauce».



«Construir esta ala de la casa nos permitió conseguir el estudio donde hoy vive Gianni». Profesor de Filosofía en el liceo de Abbiategrasso, Gianni empezó a visitar el Cascinello desde el principio con los bachilleres a los que acompañaba. «En enero de 2010 tuve un aneurisma. Al volver del hospital, me acogieron aquí para echarme una mano, al menos durante la convalecencia». Dos semanas con los Buratti, tres meses con los Franchi, dos años con los Ballabio. «Llegó un momento en que pensé que lo adecuado era marcharme». Pero no: «por todo lo que había vivido con ellos, pedí quedarme».

Durante la cena se ríe pensando que su amigo Eugenio, cuando vino a bendecir la nueva casa, les dijo: «no os metáis enseguida en proyectos de acogida, “vivid la realidad”. Ante este desafío, acabamos “adoptando” a Gianni…», dice Paola. «Era un reclamo para no partir de un proyecto sino estar pegados a lo que sucediera». Porque la acogida no es una dimensión especial que uno elige sino «la vida cotidiana de todo cristiano», concluye Branco. «Tú acoges lo que Dios ha preparado para ti. Siempre partimos, como hace diez años, del hecho de que seguir el designio de Dios es lo que hace hermosa la vida».

De ahí nació también la acogida a los bachilleres que, en grupos de treinta, se reunían allí para estudiar y rezar mientras Gianni estaba enfermo. «Y había que darles de comer…», dice Cristina. En diez años se han cruzado con un montón de gente. En enero de 2009, por ejemplo, cuando «un amigo nos habló de una pareja que tenía bastantes problemas. No vivían cerca de nosotros». Les invitaron al Cascinello. «Y empezaron a venir cada vez más a menudo, incluso a “colarse” allí donde nosotros íbamos… Un tiempo después, ya tenían una hija, nos dijeron que estaban pensando en separarse. Nosotros les estuvimos acompañando, pero no para “resolver” su problema sino solo porque nos habían sido dados. Pocos meses después se mudaron a cincuenta metros de aquí. Siguen juntos y han tenido dos hijos más. Para nosotros, son un verdadero testimonio».

Tras una operación por una grave enfermedad, el pequeño Tommaso estaba convaleciente cuando su padre, Iván, se quedó sin trabajo. A través de un amigo común la historia le llegó a Branco. «Una noche me llamó y me contó. Le dije que intentaría echarle una mano. Después de hablar con unos y otros llegó a casa Francesco, sin previo aviso, como suele suceder con tantos amigos». Una cerveza y Francesco, que se dedica a la gestión de restaurantes y bares, le cuenta que se ha despedido uno de sus empleados que dirigía un local. Branco piensa entonces en Iván. «No, necesito a alguien que sepa hacer este trabajo», replica Francesco. Branco llama a Iván: «Perdona, ¿tú qué hacías antes?». «Lo único que he hecho en la vida ha sido trabajar en bares…». El lunes Iván empezó a trabajar para Francesco. «Pocas semanas después invitamos a Iván para conocerlo, y también a su mujer y a su hijo. Nos hemos seguido viendo muchas veces». Una vez, durante una comida con unos cincuenta amigos, Iván hizo un anuncio: «Francesca y yo queremos casarnos». Todo el mundo se quedó en silencio. Todos pensaban que ya estaban casados… A los pocos segundos, y después de un brindis, Francesca empezó a explicar: «Nos enamoramos y hace dos años empezamos a vivir juntos. Luego llegó Tommaso, con sus problemas. Fueron años duros para nosotros. Cuando se curó, Iván perdió el trabajo y las tensiones entre nosotros aumentaron, así como las dificultades. Ahora estamos aquí y nunca hemos estado tan bien. Pero nos hemos dado cuenta de que algo nos falta: “¿ese algo no será ese Jesús del que tanto hablan estos amigos?”. Si fuera Él, entonces vale la pena casarse». Un año después, Iván hizo otro anuncio: «Estamos esperando un niño». Otro brindis, pero Iván añade: «Después de Tommaso, hicimos un juramento: basta de hijos. ¿Y si también nace enfermo? En cambio, cuando a uno le estalla el corazón de plenitud, no puede desear otra cosa más que dárselo a todos, también, si Dios quiere, a otro hijo».

«Hay decenas de encuentros e historias así», explica Branco. «Nosotros estamos con ellos, los buscamos e invitamos porque para nosotros son la posibilidad de recordar Quién nos mantiene en pie y nos ayuda en esta aventura de vivir juntos». Porque el paso entre acogida y convivencia es muy corto. «Aparte de los espacios comunes, la planta baja de nuestras casas está abierta. Quien quiera puede entrar sin llamar. Solo hay que pedir permiso para subir a las habitaciones. Así, si estás cansado después de una jornada de trabajo y te apetece sentarte en el sofá a relajarse, resulta que te encuentras con tus hijos, o con otros, que aparecen a tu alrededor. No es un error que tú quieras liberarte pero delante de ellos resulta más interesante preguntarte qué tienen que ver con lo que tú deseas. Puedes decir sí o no. Pero esa pregunta ya lo cambia todo».

Es la posibilidad de un reclamo continuo a esta dimensión. Desde el Ángelus de la mañana, ese que Clementina reza sola en el coche, pensando que en casa están rezando, porque ella sale la primera, ya que trabaja lejos. «Si no, es imposible volver a empezar». También sucede con las tareas del Cascinello, las cenas, los encuentros, que implican a todos. Los mayores a cocinar y los pequeños a servir. «Porque es muy bonito», dicen Pietro y Elena, de 8 y 6 años. «A veces, quizás te escondes un poco. Piensas que necesitas un “respiro”, como lo llamamos nosotros», cuentan las tres mayores, que hacen el primer curso en la universidad, Verónica, Teresa y Sofia. «Pero lo que aquí experimentamos, la amistad que hay entre nosotros, es algo distinto de todo lo que vivimos fuera. Es un punto de referencia». «Es cierto, pero no es fácil», dice Giacomo, que estudia tercero de Ingeniería. «Aunque yo, en cuanto puedo, invito a mis amigos. Algunos de ellos se han aficionado y ya forman parte de esta historia».

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También hay algunos que no son de la familia, como Greta, 30 años, que llegó al Cascinello como babysitter y luego, con altibajos y un paréntesis en África con Cáritas, volvió. «Esta es mi casa. Porque, con todos mis límites, errores y fatigas, aquí hay alguien que me quiere tal como soy». Lo mismo con Lucia, Ambrogio, Giuseppe, Michele, Anna. Y Maria, en cuarto del liceo científico: «Lo que veo entre mis padres y estas familias, su mirada, su amistad… lo deseo para mí, la alegría de esta manera de vivir. Les veo felices, y yo también quiero ser feliz».

«Debes decidir quedarte en cada momento», continúa Paola. «El mayor fruto de esta vida son precisamente los muchos sí de cada uno de nosotros». Es difícil, añade Branco, «aunque solo sea la idea de que otro corrija a tus hijos… Puedes aceptarlo de vez en cuando, pero aquí sucede todos los días. Es una lucha cotidiana entre la afirmación de uno mismo, de lo “mío” y lo que Dios elige para ti». Esto hace pedazos la “idea romántica”. «Si miro esta historia y lo que hoy es, incluso con todas las dificultades y caídas, veo que esto ha sucedido. Y está sucediendo ahora. No ha pasado nada de lo que tenía en mente cuando vine aquí, sino mucho más. La realidad te desafía para que te des cuenta de quién eres. Es lo que decía María: “Les veo y yo también quiero ser feliz”. Pero eso no es el Cascinello, es el cristianismo».