Con el corazón en el trabajo 4. Todos los nombres de la realidad

La aventura de Rita, profesora de apoyo, con Marco, un chaval con una grave discapacidad que pasa de no hablar a hacer el examen estatal de tercero. «¿El secreto? Un modo de mirar lo que sucede». Algo que no se aprende: se encuentra
Paolo Perego

«Muchos dicen que he hecho algo excepcional, pero yo solo he hecho mi trabajo». La gente dice que lo que cuenta son hechos extraordinarios. «Si lo son, es solo porque el Misterio se ha podido manifestar con mi sí. Y si lo hace es para que todos le vean a Él…». Rita Forte, madre de familia y profesora de Arte, lleva doce años dando clase de apoyo en una escuela media de Casarano. «Una vocación fruto de una invitación de don Giussani en 1999 a un grupo de licenciados para que valoraran la enseñanza como una posibilidad de futuro para ellos». Había oposiciones, pero «tenía poco tiempo para estudiar porque ya tenía a mi primer hijo y estaba embarazada de la segunda». Pero Rita saco la máxima nota en la primera prueba escrita. «Todo lo que pasó después no es mérito de mis habilidades especiales ni de mis capacidades, sino que nace de la fe, es fruto de la educación y de la mirada apasionada por lo humano que he encontrado en el movimiento y en la Iglesia».

Hace tres años, por primera vez, quedó la primera de la lista interna de su escuela. «“Por fin”, pensé. Antes siempre esperaba que me tocara el puesto más complicado, pero ahora en cambio podía elegir».

Una de las herramientas de Comunicación Alternativa Aumentativa de Marco

Sin ningún problema, la directora le asigna, por fin, “los casos fáciles”. Pero tres días antes de que empezara el curso, llaman a Rita desde dirección: ha llegado un caso muy complicado y «tienes que encargarte tú». «No fue fácil aceptarlo», cuenta. Se trataba de un chaval con una de las discapacidades más complicadas que se conocen, de hecho su caso lo sigue también un equipo médico internacional. Ella se quedó un poco descolocada, con un montón de preguntas, y con un “pero”. «En medio de todo eso, resonaban en mi cabeza las palabras de Carrón en los Ejercicios de la Fraternidad de ese año: “Hay que mirar la realidad tal como es, como nos viene dada”».

El primer día de clase, Rita recibe al chaval sin dejar de pensar continuamente en esas palabras de los Ejercicios. «Bastó que lo mirara a los ojos para que todo cambiara». Los meses siguientes se convirtieron en un descubrimiento sin fin. Marco no es solo su déficit físico o su dificultad de aprendizaje: tiene una vitalidad impresionante, es enérgico, lleno de vida, alegre.

«Empecé a estudiar, a buscar información sobre su enfermedad, para encontrar un método que nos permitiera comunicarnos», algo que siempre ha buscado, desde sus primeros casos. Pero esta vez todos los caminos, todas las soluciones resultaban demasiado complicadas o tecnológicas, teniendo en cuenta que para Marco ya es un problema el abecedario. «No dejaba de repetirme: “La realidad, tienes que mirar la realidad”».

Intentó trabajar con él poniendo nombre a las cosas mediante fotos, imágenes, objetos, experiencias. «Hasta encontré un centro en Milán con una sucursal cerca donde trabajaban con proyectos e itinerarios para alumnos con problemas de comunicación. Tenía que aprender a hablar un nuevo lenguaje».

Y empezaron a suceder pequeños milagros. Empezando por la celeridad con que la escuela respondió a las peticiones de material didáctico especial. Pero no solo eso. «Un profesor donó su bonificación para comprar un equipo especial para comunicación alfabética. La realidad me estaba respondiendo…».

Un día, con un grupo de chavales, Rita estaba trabajando en un mural dentro del instituto. Se le acercó una compañera y le dijo: «¿Pero tú cómo lo haces? Creo que hay alguien detrás de ti, y no hablo solo de tu familia. Enséñamelo, quiero verlo».

Otro hecho. Durante un ingreso de Marco, los médicos le dijeron a sus padres que no podían entender cómo en una escuela –del sur de Italia, además– podían abordar problemas tan complejos. «Poco después, me invitaron a ir a Bari a contar lo que estaba haciendo durante un congreso regional».

Han sido tres años de continuo estupor, dice Rita. También en los momentos más difíciles, que no han faltado. «Por ejemplo, cuando piensas que te has equivocado en todo porque un método, una idea que surge para hacer que trabaje con el alfabeto luego no da los resultados que esperabas…». Pero la realidad no defrauda. «Un día, a principios de curso, Marco se señaló con el dedo a sí mismo. Quería que le dijera su nombre y que lo escribiera. Y luego, el nombre de su compañero, la marca de su camiseta… A partir de ese momento todo empezó a crecer. Desde su silencio, Marco intuyó que tenía un nombre, que toda la realidad tenía un nombre». Poco a poco, toda la escuela empezó a acostumbrarse a cruzarse por los pasillos con Rita y Marco que iban leyendo todos los carteles y palabras colgadas por las paredes.

Marco, inesperadamente, empezó a intentar repetir lo que Rita le decía, aunque solo fuera moviendo los labios. «La noticia corrió de tal manera que yo misma me empecé a sentir mal. “Jesús, ha sido Jesús”, quería gritar a todos». En el fondo, dice Rita, no había hecho otra cosa que estar delante de lo que sucedía. «Solo he hecho mi trabajo».

Llegó el examen de Estado, al acabar tercero, donde normalmente los alumnos con discapacidad grave están exentos. Pero Marco, con ciertas herramientas especiales, lo intentó. «Aquel día parecía que el que venía a hacer el examen era un rey. Vinieron todos: sus compañeros, muchos padres, un montón de profesores».

Después de la prueba, le pidieron a Rita que escribiera un artículo sobre lo que había pasado para publicarlo en la web de la escuela y en un periódico local. «¿Un artículo? ¿Y yo qué sé cómo se escribe un artículo?», pensó. «Me ayudó mi hija, que “casualmente” había venido a pasar unos días en casa desde la universidad».

Se lo mandó por correo electrónico a la directora para pedir su aprobación. «Le envié el texto, proponiéndole un título bastante banal, citando el nombre de la metodología que había utilizado: “La CAA en el Polo2”. Ella me devolvió el artículo cambiando el título: “En clase de humanidad”». A Rita no le gustaba, pero los demás profesores también estaban de acuerdo. «Volvieron a resonar en mi cabeza las palabras de Carrón diciendo que “otros ven en nosotros lo que nosotros no vemos”…». Así que Rita aceptó empezar así. «Es habitual que en el colegio docente al final del curso se premie el mérito y la excelencia en matemáticas y en lengua. Propuse a la directora añadir un reconocimiento al “mérito por la inclusión” a la clase de Marco, que durante esos años siempre le apoyó. Una clase de chavales iguales que lo demás pero que, junto a nosotros, los profesores, ha aprendido, paso a paso, a amar a Marco, ayudarlo, acogerlo, hasta “pelearse” por tenerlo como compañero de pupitre». Descubriendo que para ellos podía ser una riqueza, más que lo contrario.

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El 29 de junio, el claustro, compuesto por 150 docentes, premiaba la excelencia en matemáticas, lengua y deporte. Luego llegó la clase de Marco. «Se leyó la motivación del premio y algunos textos que habían escrito sus compañeros para despedir a Marco antes de pasar a la enseñanza superior». Todos se pusieron en pie para aplaudir a los chicos. «Nunca había pasado nada parecido durante los doce años que llevo en la escuela. Todos estaban “tocados, movidos”, como dice don Giussani en El sentido religioso, “por esa exigencia de humanidad común a todos y que todos buscan”».