Emilio Bellani

Brasil. «Mi misión y aquel equipe del 84»

La vida del padre Emilio en la parroquia de Salvador de Bahía, intentando educar la mirada hacia los miles de signos que percibe de la presencia de Jesús. Como las historias de Marco, Eduardo, Raquelina. Aunque no todo son “éxitos pastorales”…
Emilio Bellani

Llevo ya más de ocho años en esta barca, que salió a la mar hace diez años, en septiembre de 2008, y yo ni siquiera estaba. Diez años que hemos celebrado a lo grande estos últimos meses con tres fiestas. La primera, el 2 de septiembre, con todas las familias. La segunda con una asamblea con el obispo de Camaçari, monseñor Giancarlo Petrini, todos los que viven o participan en la parroquia. Y por último, el 14 de octubre, con la presencia de nuestro arzobispo y la familia Abbondio, amigos milaneses que han contribuido a la construcción de la iglesia y que nos siguen acompañando en nuestras mayores necesidades.

En esta primera década son realmente muchas las personas que han pasado por aquí y es muy hermoso ver cuántos, gracias a nuestra historia, han madurado una postura más adulta, un acercamiento no solo emotivo sino una auténtica estima por esta experiencia. Lo expresión con palabras muy claras el padre Ignazio, amigo y primer párroco (hoy en Macapá, en los confines con la Amazonía) ante cientos de personas que se dieron cita en la fiesta de las familias para acudir a abrazarlo. «Tengo todavía ante mis ojos el día que inauguramos la iglesia», dijo durante la homilía. «Erais muchísimos aquel día, y veníais aquí movidos por una novedad. Hoy, en cambio, es distinto, ¡estáis aquí por una historia!».

Un momento de fiesta en la parroquia del padre Emilio

A veces me pregunto qué falta hacía entonces construir una nueva iglesia, en una tierra que ya estaba pobladísima de iglesias, de todos los formatos e inspiraciones posibles. Un minuto después me respondo con una nueva pregunta, más cercana a mí: ¿qué falta hace que esté hoy yo aquí? Es así, estoy aquí porque alguien me lo pidió y yo dije sí, pero ahora… ¿por qué estoy?
No tengo problema en reconocer que me gusta. Me gusta ayudar al prójimo y realizar algún proyecto para los más necesitados, ¡pero no me siento un asistente social! Entrar en un mundo nuevo y muy diferente al mío también me gusta, descubrir cada día cosas que no imaginaba y que me enriquecen. Pero, ni de lejos, me siento un reportero. Creo que no estaría aquí si no me sucediera casi todas las mañanas “una cierta cosa”. ¿Cuál? Os la diré con palabras de una canción que todos los de mi edad conocen muy bien. Nunca había pensado poder encontrar un día a la persona que la canta, pero el verano pasado, por sorpresa, unos amigos organizaron una cena muy simpática para que pudiéramos conocernos: ellos, yo, y un tal Maurizio Vandelli. Muchas noches, cuando llego a casa, pongo el CD con las canciones del equipe del 84, añadiendo así música al ruido nocturno típico de las favelas. Hay una que me gusta especialmente escuchar y tararear, que dice: «Abro los ojos y pienso en ti, y te tengo en mi mente. Te tengo en mi mente. Cada mañana y cada noche. Y cada noche».
Por esto estoy aquí, en Salvador de Bahía, para aprender, con mi gente, a tenerle a Él en mi mente, poderlo reconocer, encontrarle y, con Él, construir una vida más humana.

Lo que le pido a mis parroquianos, en el fondo, es solo una cosa, ayudarnos a educar nuestra mirada para poder reconocer los mil signos de su presencia entre nosotros.
Un signo es Marcos, un chaval de 17 años que se inventa cien pequeños trabajos para llevar a casa algo de dinero, y que el sábado se pasó todo el día en el aparcamiento del supermercado pidiendo ayuda para la recogida de alimentos.
Un signo es Eduardo, 16 años, que nunca había pisado una iglesia y que el domingo se puso la camisa para ir a misa porque quería estar entre los treinta jóvenes y adultos que se van a preparar para recibir los sacramentos y que fueron presentados a la comunidad.
Un signo es Roquelina, madre atareada en una familia con muchos problemas (la policía le puso la casa patas arriba buscando algo…). Da clase en nuestra guardería pero siempre se ha alejado de cualquier giro religioso. Hace dos días fui a verla porque, de repente, apareció en Facebook, micrófono en mano, en una plaza, además de noche, como pregadora o evangelista (una misionera para la iglesia evangélico-protestante). Todo era cierto. Jesús ha entrado fuerte en su vida y yo rezo para que dure.

Tengo la certeza de que incluso mis no pocos fracasos son un signo de que Él me quiere cada vez más vivo. No me faltan los momentos de malestar, como cuando el otro día me enteré de que uno de nuestros jóvenes, después de un camino espectacular en nuestra catequesis (¡casi dos años!), que había recibido el Bautismo hacía unas semanas, ya había elegido otra iglesia, no católica…

Hace un rato he vuelto del cementerio, donde hemos dado sepultura a una anciana conocida por medio barrio. Delante de su cuerpo, aparte de las oraciones habituales previstas para el rito, traté de expresar el sentimiento de muchos, y lo hice modulando la voz según una cantinela típica en esta región, con palabras muy familiares para la pobre gente que acompañaba el entierro. No es fácil capturar la atención, en medio del ruido del que habla, llora, grita, va a buscar una botella de agua… En un momento en el que muchos, según las costumbres de aquí, ya han bebido (¡y no agua!). Una bonita tarea, en resumen, que me lleva a veces (aunque hoy no) a subirme a un poyete para llamar la atención de los presentes. Hoy nada ha salido mal, más de la mitad me han seguido con atención. Por eso creía terminar satisfecho con una bonita bendición, pero en el momento más hermoso aparece entre la multitud un chaval de una iglesia evangélica y se coloca decididamente delante del féretro. Y empieza a hablar, y hablar, y hablar… Y entonces todos, absolutamente todos, se ponen a escucharle, pendientes de lo que sale de sus labios. Me he sentido nada, con mis 40 años de sacerdocio y todo lo que he estudiado, delante de un joven que quizá no llegue a los 19-20 años y le han bastado cuatro meses para convertirse en pastor. Lo que se dice “fracasado” o “inadecuado”.

Pero yo sé que absolutamente todo, incluso lo que me deprime, forma parte de una misma historia que acontece ante mis ojos y con la cual, paso a paso, el buen Dios me quiere hacer crecer.
Aquí veo la gran diferencia entre el pastor evangélico con el que me cruzo todas las mañanas al salir de casa (otro más mayor, ¡estupendo!) y yo: él busca a Dios, y anima a buscarlo, entre las páginas de la Biblia que lleva siempre bajo el brazo. Yo también adoro la Biblia pero no quiero ser indiferente a los hechos que suceden delante de mis ojos. Hay una historia de la salvación que sucede ahora, y yo quiero formar parte de ella.