Joseph Weiler con sus nuevos amigos de Madrid

«¿Quién es Jesús para ti que me haces conocerle y amarle más?»

Un encuentro casual en el aeropuerto de Barajas da lugar a una serie de cenas de amigos con Joseph Weiler en Madrid. A partir de una provocación, la sorpresa de la incidencia histórica que adquiere una experiencia particular
Lucas de Haro

Hace aproximadamente un año y medio me encontré al profesor Joseph Weiler en uno de los lounge del aeropuerto de Barajas en Madrid. Él no me conocía, pero me acerqué a saludarle porque me impresionó mucho su lectura de la Biblia en el Meeting de Rímini 2013 acerca del proceso de la condena de Jesús. Aquella exposición se me quedó grabada en la memoria, creí entender que –en esencia– decía que el judaísmo es la religión con la que Dios se relaciona con el pueblo hebreo y el cristianismo con el resto de la humanidad. Cinco años después, en nuestro encuentro fortuito en Barajas, el profesor Weiler, judío, me confirmaba que eso es lo que él piensa; hablamos un buen rato mientras esperábamos nuestros vuelos y, entre muchas otras cosas, me cuenta que empezará a pasar temporadas largas en España, y así me invita a ir a cenar a su casa en Madrid con mi familia y amigos.

Desde entonces, hemos tenido la ocasión de vernos en diferentes ámbitos y de cenar varias veces para leer y comentar la Biblia; de esta manera, hemos pasado por Caín y Abel, Jacob y José y mucha política española y europea. Hace unas semanas quedamos para un nuevo biblicum, pero esta vez con un tema algo diferente: “El Jesús histórico”. Weiler quería saber qué pensábamos del libro Jesús. Aproximación histórica de José Antonio Pagola. El profesor nos circuló antes de la cena algunos artículos relativos al texto que no ahorraban ninguna polémica acerca de si Pagola niega o no la divinidad de Jesús. Los días anteriores a nuestra cita no me encontraba del todo tranquilo: trataríamos un tema complejo y conflictivo sin contar con las herramientas técnicas e históricas necesarias, ni con el conocimiento adecuado. Nos reunimos un grupo de personas aceptablemente inteligentes –por así decir– y con un cierto recorrido profesional; pero, sin duda, no éramos una selección de intelectuales ni, mucho menos, de expertos en la historicidad evangélica.

Arrancamos la conversación con un planteamiento general del problema y una invitación del profesor a afrontar la cuestión de la historicidad de Jesús; es importante, dice Weiler, conocer esta literatura ya que las personas de verdadera fe no han de tener miedo de confrontarse con este tipo de textos. Ana aceptó el envite de inmediato y sin dudarlo. Al día siguiente, retomando los Ejercicios de la Fraternidad, brinqué al leer: «La Iglesia no quiere adhesiones acríticas. Tengo que verificar si lo que ha entrado en mi vida me permite desafiar cualquier oscuridad, cualquier duda, cualquier miedo, cualquier inseguridad (…) la Iglesia no nos toma el pelo».

Mientras Charo, Eduardo y yo servimos la pizza, Weiler comparte los interrogantes que plantean los estudiosos e historiadores de la vida de Jesús: la distancia temporal entre los evangelios sinópticos y el de san Juan, la infidelidad de las traducciones al griego, la teología articulada de Juan que podría despegarse de los hechos acaecidos durante la vida de Jesús, los dos siglos que pasan antes de que se empiecen a generar abundantes copias de los evangelios, el hecho de que Jesús en los sinópticos –según los historiadores– no diga que Él es el hijo de Dios… en el fondo –diría la versión más extrema– lo que está en juego es si el Jesús de la fe es una construcción de poder de la Iglesia que no está relacionada con el Jesús histórico que vivió en Galilea. Y aquí empezamos a reaccionar, Pablo pregunta si Jesús nunca se refiere a Dios como su padre, Weiler explica que la expresión «Hijo del Hombre» en hebreo no significa necesariamente ser hijo de Dios; por ejemplo, cuando Jesús admite ante Caiphas que es el Hijo del Bendecido, se puede considerar que está utilizando una expresión común: «todos somos hijos de nuestro Padre celestial». Al terminar su primera exposición, le planteo que la historicidad de los Evangelios ha sido estudiada en profundidad por nuestro amigo José Miguel García (cuyo último libro llevaba yo bajo el brazo cual kit de emergencia) que acomete las incertidumbres de las traducciones del sustrato arameo de los textos sagrados de manera científica. El profesor conoce el trabajo de García. Igualmente, le hago notar que –al mencionar el riesgo de que la Iglesia construya una fe alejada de Jesús– caigo en la cuenta de la grandeza de la contribución de Don Giussani, quien retomó y nos dio la posibilidad de que la fe de la Iglesia no fuera una fe desconectada de cotidianeidad. Más adelante, Pablo y Cristina saltarían de sus sillas para decir que, en sus vidas, no existe diferencia alguna entre el Jesús de la Iglesia y el Jesús histórico ya que siempre les ha sido enseñado como una misma cosa.

La conversación continúa adelante con numerosas provocaciones y respuestas. Yo me conmovía al ver a mis amigos, algunos de los cuales conozco desde hace más de veinticinco años, responder con audacia y autenticidad a las complejas cuestiones que nos planteaba Weiler, otro amigo. No había un mínimo ápice de enfrentamiento, sino que se narraba y describía la vida de cada uno, dando argumentos y testimonios agudos y profundos al debate histórico que estábamos teniendo.

Joseph Weiler en el Meeting de Rímini

En un determinado momento le pregunto al profesor por qué le interesa tanto Jesús. Lo hice con muchas precauciones, pidiéndole que no se sintiera ofendido; tanto él como mis amigos ríen: «¡Si tanto aviso das, es porque tienes segundas intenciones!». El profesor sigue la espita y me toma el pelo: «En realidad me quieres preguntar por qué no soy cristiano». «¡No!» –respondo– «¡quiero saber quién es Jesús para ti!» porque –como luego le diría– «me haces conocerle y amarle más». Weiler responde que cómo no le va a interesar Jesús, el fundador de la religión más seguida en el mundo, la alianza de Dios con la humanidad no hebrea; para detallar esto me hace leer el capítulo 13 del Deuteronomio, volvemos al Meeting de Rímini 2013. Manute retoma una de las primerísimas cenas con el profesor hace más de un año y le recuerda cómo él mismo describía la diferente relación de los judíos y los cristianos con Dios; para los primeros es trascendente, para los segundos tiene también una forma humana. Se relanza la conversación, gracias a esta mención a la diferencia relacional entre la trascendencia judía y la cercanía humana cristiana, algunos de nosotros consiguen imaginar mejor el impacto que experimentarían Juan y Andrés al conocer a Jesús. No hay manera de parar el diálogo: «¿Y el islam? ¿Qué papel juega en la relación de Dios con la humanidad?». Weiler no confirma, pero tampoco descarta, que hubiera podido ser una iniciativa de Dios para relacionarse con los pueblos de Oriente durante el primer milenio. A Paloma le interesa esta cuestión, recuerda cómo –cuando iba al colegio– las monjas le hablaban de la profunda conexión entre cristianismo y judaísmo, pero no así con el islam. El profesor insiste en la importancia que para ellos tiene la relación con un Dios trascendente que, solo de vez en cuando, incumple sus propias normas para manifestarse de manera sensible; ese tipo de concepción es común para judíos y musulmanes.

Esta parte de la conversación creo que me hace entender por qué Weiler estudia con tanto interés la historicidad de los Evangelios: porque, al igual que la lectura atenta y aguda que hace de la Biblia le permite relacionarse más y mejor con Dios, nos quiere provocar a hacer lo mismo con el Nuevo Testamento. Sin embargo, esto me hace caer en la cuenta –y así se lo digo– de la grandeza y ternura de la alianza de Dios con nosotros porque, si bien es necesario conocer a fondo la verdad del Jesús histórico, nuestra relación con Dios no se acaba en la interpretación de los textos sagrados, sino que Él sigue presente en la historia como Espíritu Santo. En ese momento, no puedo dejar de sorprenderme de que las verdades de la fe que aprendí de pequeño y nunca he dejado de oír se pudieran hacer tan pertinentes para mi vida en la conversación con el maestro Weiler. Por eso mismo me conmovía oír a mis amigos hablar y testimoniar con audacia su vida moderna de fe ante los interrogantes históricos de la misma; porque sin ser exégetas, ni nada que se les parezca, su recorrido humano de décadas se manifestaba con potencia, brillantez, certeza y cercanía ante los significativos desafíos que navegamos durante la cena.

En los primeros compases de la conversación –mientras se desplegaba el planteamiento del problema del que hablaríamos toda la noche– Weiler había subrayado las razonables objeciones que suscitan las diferencias narrativas de los relatos evangélicos cuando se refieren a un mismo hecho. En aquel momento; Manute le dijo que, si transcurridos unos días, cada uno de nosotros narráramos esa cena que estábamos disfrutando en esos momentos, ninguno contaría las mismas cosas y, aun así, todos estaríamos describiendo los mismos hechos realmente sucedidos. Aquí están los que yo custodio en mi corazón.