Monseñor Luis Alberto Fernández

Argentina. La realidad, la cruz y la plenitud de lo humano

Un diálogo con el arzobispo Luis Alberto Fernández a raíz del libro de Julián Carrón. «No podemos encontrar una respuesta sin mirar la Encarnación»
Verónica Pando

«Mirar lo que está ocurriendo... En las vísceras de la realidad, y donde la Iglesia y el mundo puedan aprender un nuevo modo de vivir, despertando nuestra humanidad». Así nos puede ayudar el libro de Julián Carrón, El despertar de lo humano, presentado para toda la Argentina desde la comunidad de Rafaela, en Santa Fe.
El encuentro tuvo lugar por zoom el pasado 16 de mayo y se desarrolló bajo la modalidad de un diálogo abierto con el arzobispo de la diócesis, monseñor Luis Alberto Fernández, y su amigo Alejandro Bonet. Para compartir este momento, ambos conversaron sobre algunos párrafos del texto que permiten profundizar en distintos ejes temáticos.
«Estamos en un tiempo vertiginoso, hemos experimentado un movimiento telúrico como un terremoto, una vibración existencial», comenzó Alejandro Bonet, para introducir al obispo de Rafaela, antes de hacerle una serie de preguntas.

Debido al contagio del coronavirus vivimos una situación sin precedentes. Monseñor, ¿cómo está viviendo este tiempo nuevo?
En estas circunstancias difíciles, la reflexión de Julián Carrón expresa muy bien la situación mundial y a cada uno de nosotros, que cuanto antes nos la queremos sacar de encima, creo que nos puede ayudar aquel pensamiento del papa Francisco que dice que «el tiempo es mayor que el espacio». Porque si el espacio va a invadir, para dar una respuesta total, creo que nos viene bien recordar este principio. Cuando Francisco nos dice que el tiempo es mayor, nos hace pensar en trabajar a largo plazo, sin obsesionarse por resultados inmediatos. Ayuda, con paciencia, a soportar situaciones difíciles y adversas, a los cambios de planes que impone el dinamismo de la realidad. Es una invitación a asumir la tensión entre plenitud y límite. Porque es verdad la realidad del límite, y el espacio que estamos viviendo, pero también es verdad que la prioridad la tiene el tiempo. Uno de los pecados que a veces se advierte en la actividad sociopolítica consiste en privilegiar los espacios de poder, en lugar de los tiempos y los procesos. Darle prioridad al espacio lleva a enloquecerse, para tener todo resuelto en el presente, o tener poder, e intentar tomar posesión de todos los espacios. Es lo primero que veo en el pensar de Julián Carrón y de Francisco. Porque es verdad que en los últimos tiempos nos envolvíamos como en una burbuja donde todo parecía que ya estaba dado. Incluso nos había impactado ese cambio total que se estaba viviendo con la ciencia, la técnica y las redes sociales. Pero la verdad es que, al lado de lo que estamos viendo, se ha quedado muy pequeño. Esto es mucho más profundo, y no nos tiene que enloquecer este virus que, en el espacio, quiere dar una respuesta última. El tiempo es mucho mayor que el espacio. El tiempo es memoria presente, pero también es futuro…

Carrón habla de «la irrupción imprevista de la realidad como un maremoto, una explosión volcánica que nos ha sorprendido inermes». Me impresiona este párrafo, porque ante lo que sucede, Carrón trata de ayudarnos a entender qué es lo propiamente humano. ¿Cómo reacciona la razón y el corazón ante lo nuevo?
Me gusta mucho cuando Carrón habla de la razón y el corazón, porque lo que define al hombre en estos tiempos va quedando más claro que no son conceptos o raciocinios. Me parece fundamentalmente importante lo bueno que es recuperar la realidad, porque –como explica Julián– a esta realidad la envolvíamos en una serie de comparaciones o interpretaciones. Pero, ¿dónde está la razón para ir al fondo de la realidad? El hombre no dialogaba con ella, y por momentos la realidad parecía dominada o por conceptualismos, o por una razón que se desviaba de su lugar, que es dialogar o asombrarse frente a la realidad. Y esto sí que nos puso en un peligro muy grande en estos últimos tiempos. Por eso, Julián Carrón nos hace poner la realidad en su lugar más justo, es lo primero que está delante de nosotros, si no, viviremos en algún tipo de burbuja, en un “da lo mismo” una cosa que otra. Aquí quiero citar al papa Francisco cuando dice que la Iglesia propone un camino que exige una síntesis entre un uso responsable de las metodologías de las ciencias empíricas y otros saberes como la filosofía, la teología y la misma fe, esto también lo menciona Carrón. Por eso, la evangelización de estos tiempos tiene que estar atenta a los avances científicos para iluminarlos con la fe y el orden natural, dice el Papa, procurar que siempre respeten la centralidad y el valor supremo de la persona en todas sus fases. En esto, la Iglesia se alegra del enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana. Lo importante es que estos avances no entren en conflicto la realidad y la razón, sobre todo porque la realidad ayuda a la inteligencia y a la razón para no dejar de asombrarse, para descubrir, y también progresar en las culturas y las ciencias.



Vemos la consecuencia de usar la razón y el corazón de una manera más profunda. Entonces aparece para nosotros esa fragilidad estructural y ese estar formado por un deseo de infinito que se ve provocado por esta nueva situación. ¿Qué es lo que se revela a la razón en la situación actual?
Desde nuestro ser creyentes, si miramos a Jesucristo, con sus fragilidades, Él nos mostró lo más grande de su entrega. Pero aquí también es bueno estar unidos en este pensar de Julián Carrón y del papa Francisco. Me impactó en estos días, cuando estábamos celebrando la Pascua, lo grandioso y central que fue ver esas imágenes suyas en soledad, en esa plaza de San Pedro que, a lo largo de la historia, albergó siempre tantas multitudes. Ver ahí a un hombre solo, queriendo decir, no solo a la humanidad sino a Dios: ¿pero qué está pasando? Aquí me gustaría recordar cómo Francisco se relaciona con Julián Carrón cuando habla de fragilidad. Él dio dos bendiciones Urbi et orbi en este tiempo, pero en una de ellas decía: «La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras, agendas, proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo hemos continuado imperturbables pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo y mientras estamos entre mares agitados, te suplicamos: ¡Despierta señor!».

También habla de la experiencia del miedo. «Cuando la realidad brota con todo su misterio, suscita miedo. Un miedo que advertimos siempre y que, sin embargo, explota cuando nuestra realidad pone al desnudo nuestra impotencia esencial».
El temor o el miedo paraliza; puede llevar realmente a aislarnos o, a veces, a echar culpas. El miedo es algo que está en la realidad, y esta realidad nos hace ver que puede haber una salida para afrontarla como un desafío. Entonces es ahí donde la razón y la realidad se tocan, y por ese tiempo que es más que el espacio uno puede dar lugar a los procesos. Como va diciendo Julián, darle salida para poder convertirlo en un desafío. El Papa también pone ejemplos del miedo. «Algunas semanas parece que todo se ha oscurecido, densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles, ciudades, se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso. Se palpa en el aire, lo dicen los gestos, las miradas, nos encontramos asustados y perdidos al igual que los discípulos del Evangelio. Pero ahí se vuelve a escuchar esa palabra de Jesús: no tengan miedo».

Vayamos al título del libro, cuando se empieza a despertar lo humano.
Como expresa Carrón, es muy importante cómo podemos transformar la cuarentena en un desafío. Sobre todo cuando entramos en esta interioridad y el hombre llega a lo más profundo, que es su conciencia, pero también en el diálogo que se tiene que ir dando con la realidad, para que nunca deje de asombrarnos, de causarnos estupor. Para encontrarnos y darnos cuenta de que podemos ayudarnos a transformar esos miedos en desafíos. Esto también lo dice Julián, citando a Francisco. En la barca estamos todos, no es que esto le ocurre a uno, o a otros; sino que en ese sentirse comunidad, pueblo y humanidad, vamos con esta razón al diálogo con la realidad, que puede transformar ese miedo en desafío, desde una espiritualidad donde nadie queda afuera. Porque en esta barca estamos todos, todos, para bien o para mal. Y el bien que queremos es este desafío, para que, saliendo de los miedos, podamos avanzar en el proceso en que el estamos, tratando de que la humanidad entera también pueda salir de esto.

Carrón plantea qué es lo que puede sostenernos en este vértigo, ante la provocación de la realidad. «Lo que puede sostenernos es una compañía humana, no extrínseca, no yuxtapuesta a la vida, que no anestesia las preguntas que urgen dentro de nosotros, que nos sostiene para mirarlas a la cara y no huir». Y pone el ejemplo del niño, donde la presencia de su madre vence el miedo. Y dice: «Dios no ha respondido al problema de la vida, de la soledad, del sufrimiento, con una explicación, sino con su Presencia».
Antes de entrar en estas frases de Carrón que son tan profundas, qué importante es lo que la realidad puede despertar en uno, la vocación. Porque esta realidad llama a esa autoconciencia, despierta esa llamada para que cada uno pueda responder, realmente, desde ese lugar único en el mundo y darle cauce. Ahora sí, con respecto a lo que acaba de mencionar no podemos encontrar una respuesta sin mirar la Encarnación del Verbo. Lo explica muy bien Carrón. Jesús no vino a enseñar sino que fundamentalmente ¡vino Él! Es la presencia de Dios en medio de nosotros. Por eso lo explica con tanta fuerza y claridad. El Verbo no son enseñanzas, no son conceptos. Lo que más asombra de esta realidad es que Él vino a ponerse en nuestro lugar, en nuestra situación. Es una presencia fundamental, que viene a salvarnos no solo de nuestros miedos o fragilidades, sino de algo mucho más profundo, que es la muerte y la existencia.

Los últimos puntos señalan cómo puede el hombre reconocer la verdad de estas afirmaciones delante de lo que sucede, que «solo se vuelven creíbles, si vemos aquí y ahora personas en las que se documente la victoria del Cristo sobre el miedo y sobre la muerte, una presencia real y contemporánea».
Pienso que allá en Europa, Julián Carrón ha encontrado testimonios mucho más fuertes que nosotros. Ya solamente el Papa habla de 150 sacerdotes que murieron testimoniando. Pero quisiera añadir que el Papa habla de compañeros de viaje, de ahí la identidad de Julián Carrón con Francisco. Ese Francisco que llama a tomar este tiempo de prueba «como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio. El tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti Señor y hacia los demás, y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues ante el miedo han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante y plasmada en generosas entregas… sin lugar a dudas están escribiendo los acontecimientos decisivos de nuestra historia; médicos enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras y cuidadoras, transportistas, voluntarios sacerdotes y religiosas, y tantos otros que comprendieron dónde se mide el desarrollo de nuestros pueblos».

Muchos nos preguntamos si quien está confinado en las paredes de su casa está llamado a la misma experiencia que el que está en primera línea.
Julián también nos da otro ejemplo, aquella nieta que le preguntaba a Dios: ¿por qué no puedo estar en este momento al lado de mi abuelo?, ya que él había contraído la enfermedad del coronavirus. Aquí Carrón alude a otra palabra, “misterio”. En nuestra vida no es algo trágico que no podemos dominar, sino que –para los creyentes– el misterio es donde se acaban las palabras y los gestos; solo queda ese abismo, que concluye en las manos del amor, de la confianza. Quisiera concluir que quien más nos enseñó de esto es el mismo Jesús en la cruz. Cuando ya no hay milagros, no hay poderes, no hay nada, está haciendo la obra más grande, que es entregarse en la cruz. Para el que no pasa por este misterio es muy difícil llegar a una plenitud desde lo humano. Sobre todo cuando uno se da cuenta de que el hombre es mucho más grande que tener o dominar. El hombre está llamado a una existencia para siempre, para el infinito, y ahí sí, hay que lanzarse con confianza.

Cuando pase la emergencia, ¿qué quedará de lo que estamos viviendo?
No hay que desaprovechar esta circunstancia que nos toca vivir, esta nueva relación con la realidad. No la avasallemos, tampoco estemos como que da lo mismo una cosa que la otra, se trata de estar realmente presente. En la razón y el discernimiento viene el diálogo para poder iluminar y entrar profundamente en la realidad, mirando las circunstancias. Todo esto es una conversión. Es algo de todos los días, que puede ir convirtiendo nuestro corazón con ese estar presente. Es mirar y discernir con mayor claridad a los que están a nuestro lado, que a lo mejor ni comparten nuestra fe pero, sin embargo, son santos de la puerta de al lado. Ese mirar las guerras y lo que humilla al hombre, pero tratando de que no haya más guerra. Y todas esas migraciones donde hay multitudes que tienen que salir de sus tierras como esclavos, mientras que en otros lugares les ponen más trabas para entrar. Es una humanidad que tiene que cambiar con sentido de conversión, un planeta que estamos destrozando, donde las futuras generaciones no van a poder vivir por lo que está sucediendo. Dios quiera que todo esto nos ayude a empezar algo totalmente nuevo. A convertir el corazón con lo sencillo y simple que tenemos cada uno para hacer el bien. Para ser honestos y buscar la reconciliación, la alegría, la paz.