Alejandro Marius

Venezuela. «Una conveniencia humana para mí»

Él en Caracas, con sus cuatro hijas, y su mujer bloqueada en España al estallar la pandemia. Aquí narra su «lucha para que regresara, pero con la tranquilidad de poder vivir si eso no sucedía por un tiempo»
Alejandro Marius

«¿Cómo estar como hombres frente a esta circunstancia?», se pregunta Julián Carrón en su carta al movimiento. Esta circunstancia me tocó vivirla con el rol contrario que normalmente tengo. Mi esposa, Alexandra, estaba de viaje en España yo estaba en casa con nuestras cuatro hijas.

Me sentí dentro de una película de Misión imposible. Estuve 48 horas sin dormir coordinando para ver cómo Alexandra podía regresar a casa sin poner en riesgo su vida ni la de quienes la rodeaban. Fueron muchas las opciones que evaluamos: quedarse, avanzar... minuto a minuto se jugaban las decisiones y fue ocasión de experimentar ese «decir “sí”» a cada instante sin ver nada, pero viendo todo al mismo tiempo, simplemente obedeciendo a la presión de las circunstancias. ¡Qué vértigo!

Al principio sentí la impotencia de no poder solucionar las cosas. Juzgaba todo con mis amigos, algunos del movimiento y otros que han surgido como enviados por Dios para dar una palabra, un consejo y una ayuda operativa concreta (amistad operativa que abre la razón y el corazón). Me he dado cuenta de que tengo un gran equipo en Trabajo y Persona, porque todos esos días pude delegar muchas responsabilidades y ellos respondieron de manera increíble (conciencia de que la obra no es mía). He rezado de una manera distinta. Pedía por ella, por la familia, mis amigos y por el mundo entero, también por mí (usar razón y afecto de manera adecuada). Daba gracias por todo lo que tenía hasta el momento y, extrañamente, por lo que estaba pasando y por cómo estaba pasando; y estaba alabando a Dios porque hasta el virus es manifestación de cómo ama nuestra libertad.

Con su esposa, Alexandra

A cada minuto suspendían un vuelo y se caía un plan que armábamos. Hasta que logró llegar a Santo Domingo y cuando estaba aterrizando suspenden el vuelo para Caracas. El drama continuaba y no se nos ahorraba nada. Esa noche cuando hablamos ella no aguantó el llanto y estaba desconsolada por tanto cansancio e incertidumbre, no sabíamos qué más hacer. Le dije que Cristo jamás nos dejaría solos y que rezáramos juntos, pero ella no podía por el llanto. En ese momento me invadió una extraña serenidad. Seguí con mis contactos y logramos que se acomodara en un sitio aislada de todos, porque además tenía algunos síntomas del coronavirus.

Milagrosamente, amigos y familia de amigos venezolanos que viven allá, de manera remota, organizamos todo y logramos que tuviera alimentos, medicinas, agua, internet… hasta pudo ir a una clínica privada y al día siguiente, día de san José, le hicieron el examen de cribado. El resultado dio negativo y ahí ya no pude contenerme: para mi hija menor fue la primera vez que me vio llorar de manera desconsolada. Al principio pensaron que estaba bromeando, pero al final parecía un niño abrazado en los brazos de mis hijas tratando de consolarme.

Qué grande es Dios que permite que florezca toda nuestra humanidad dentro del drama. Cómo ama nuestra libertad y pequeñez.

Unos días después mi mujer llegó a Caracas en un vuelo humanitario (impensable), luego buscamos la manera de sortear los puntos de control para recogerla en el aeropuerto y traerla sana y salva. Por si fuera poco, una vecina que está fuera del país y tenía un apartamento vacío en nuestro mismo piso nos lo prestó para que ella pudiera estar cerca y pasar allí la cuarentena, en un apartamento a 20 pasos de nuestra puerta.

Al principio me sentía arrastrado por el ímpetu de “resolver” la situación, pero después de leer la carta de Carrón comencé a ofrecerlo todo, incluso la hipótesis de no ver físicamente a mi mujer por no sé cuánto tiempo. Todo ello aparte de estar atento a las necesidades de mis cuatro hijas, mi trabajo, ayudar a las necesidades de la comunidad con temas de medicina y alimentación, conectarme con los amigos de Italia, todo lo que podía agobiarme era como un actuar dentro del Ser. Ora et labora, literal.

Que la persona que es el objeto de mi vocación (mi esposa) tuviera que estar lejos en un momento como este, y además enferma, no me pareció banal. No creo en los matrimonios a distancia y menos si uno de ellos está enfermo. Pero tener al «dueño de la panadería» cerca me ayudó a entender. Aun remotamente comenzaba a redescubrir el valor de mi vocación al matrimonio, porque si no podíamos estar juntos eso también era para nuestro bien. La «conveniencia inesperada» era cada vez más evidente. Es extraño, porque luchaba para que llegara, pero con la tranquilidad de poder vivir si eso no sucedía por un tiempo.

Cristo es verdaderamente una presencia que me permite mirar mi pequeñez, mi angustia, la separación temporal de Alexandra, la gestión de la casa, no poder hacer mi trabajo, etc. como ocasión de conectarme con el sentido de mi vida. Porque si no es así, ser cristiano es algo accesorio y consolador para estos días de encierro.

El propósito de mi vida no lo defino yo, lo descubro en relación con todo lo que me pasa y el «dueño de la panadería» me ayuda a ver más y mejor todo, para que yo mismo haga ese camino.

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Luego de haber vivido estos primeros días de cuarentena regreso a la pregunta: «¿qué me arranca de la nada?». Necesito de una realidad así, un corazón así y amigos que sean signo de su Presencia, pero sobre todo entiendo que mi vida es una constante súplica. Antes de rezar el Ángelus consciente con los Laudes, rezo medio dormido como un primer movimiento de súplica porque quiero entregar toda mi vida a Cristo.