(Foto: Luisana Zerpa/Unsplash)

Venezuela. Un punto firme entre las olas del mar

Leonardo visita algunas comunidades de CL del interior, por primera vez desde que empezó la pandemia. La sorpresa de ver –en situaciones límite– una vida que renace

Después de más de dos años sin poder viajar debido a la pandemia, por fin pude visitar las comunidades de Duaca, El Tocuyo y Humocaro, así como el monasterio trapense de esta última localidad. Era un viaje que esperaba con muchas ganas.

Justo el día anterior a la salida, falleció por covid el esposo de Yannely, que es una de las dos personas que iniciaron la comunidad en el pueblo de Duaca. Al enterarme decidí pasar a visitarla de camino a El Tocuyo. Me acompañaban en el automóvil dos religiosas que iban al monasterio.
Al llegar, vi a Yannely evidentemente muy afectada, fue para mí el encontrarme con una gran amiga, a pesar de que nos hemos visto personalmente en pocas ocasiones. Nuestro diálogo fue muy rico; rezamos juntos e hicimos las exequias de su difunto esposo. Al regreso, en la vía una de las religiosas me preguntó: «Padre, no entiendo, ¿usted trabajó un tiempo en este pueblo?». Le respondí: «Hermana, ¿no viste que estaba perdido intentando ubicar la casa? Es la segunda vez que vengo a Duaca, y la quinta que veo en persona a Yannely». Ella no salía de su asombro, ¿de dónde nacía tanta cercanía y familiaridad? «Hermana, es la comunión». Contando esto caía en la cuenta de la potencia que tiene el carisma para generar un vínculo tan profundo entre nosotros. De hecho, Yannely llevaba un día sin comer ni descansar; al irme le dije: «¡Mujer, a comer y a descansar!», en tono de broma y de afecto. Luego me escribieron sus hermanas asombradas porque apenas me fui fue lo que hizo. ¿De dónde nace una autoridad así?

En el Tocuyo me dediqué toda la semana a visitar, casa por casa, a cada uno de la comunidad, porque no se pueden hacer encuentros masivos, y consciente del riesgo que podía representar. Fue una gran experiencia. Para mí fue impresionante ver cómo, en tanta pobreza y precariedad, se van cerrando las posibilidades de encontrar alternativas para salir adelante en términos económicos y, sin embargo, pasando por todo esto no vi a ningún miembro de la comunidad derrotado por la crisis, ni que prevaleciera la queja, sino más bien un profundo agradecimiento por la cercanía, por la comunión que se vive, por el camino que hacen en Escuela de comunidad.

Visitando la casa de una de la comunidad, me presentó a su nieta que es universitaria y ella, a su vez, a una amiga. Hablando con ellas me contaron que durante todos estos meses en que la universidad está parada y no pudiendo ir a estudiar, se dedicaron a vender comida en la cola de la gasolina (vale decir que estas personas deben hacer colas entre una semana y un mes para adquirir gasolina), y tuvieron tanto éxito que ahora les prestaron un local y los viernes y sábado venden comida, ponen algo de música, etc. Escuchando esto, de inmediato les dije: «yo quiero ir a comer con ustedes». Aproveché e invité a algunos jóvenes, hijos de los nuestros que no están viviendo la experiencia del movimiento y están terminando secundaria o comenzando la universidad, simplemente para comer juntos. Fue un bonito encuentro, porque se puso en evidencia la amistad operativa, la inteligencia de la realidad. Por ejemplo, resultado de esa cena hasta le salió un lugar para la residencia universitaria a una de las chicas, entre otras cosas. A estos jóvenes, que casi no tienen posibilidades de estudiar, les bastó una cena así para descubrir nuevas posibilidades.

Visitando el monasterio trapense de Humocaro, pedí hablar con la madre Cristiana Piccardo, que cumplió hace poco 96 años, y aunque está en silla de ruedas parece una joven madura queriendo innovar, reformar la vida. Me decía entre otras cosas: «Leonardo, el Meeting de Rímini es la única propuesta actualmente en el mundo que muestra una capacidad de encuentro, de diálogo, ¡una propuesta inteligente desde la fe, con una belleza impresionante! ¡No existe algo igual!». Y eso que por falta de internet vio solo dos encuentros.

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Por último, la hermana Rafaela es el alma del colegio La Concordia en El Tocuyo. Este colegio, en medio de ese pueblo tan deprimido y con grandes limitaciones, es un punto de vida y comunión impresionante. En este tiempo a los colegios de clase media en Caracas, se le van los profesores, allí por el contrario todavía durante las vacaciones anhelaban volver. Regresaron todos, y ganan 15 dólares al mes. La potencia de la comunión que viven, la alegría que tienen, nacen evidentemente de la experiencia del movimiento, que comparte la mayoría, y de la hermana Rafaela que la vive con tal potencia que se dilata en todo el colegio.
Luego de una visita así, a un lugar tan deprimido, donde la vida solo existe por las mañanas y por la tarde todo está cerrado, donde la pobreza campea por todos lados, donde se reducen muchas posibilidades de progresar, estudiar, etc, hay rostros y lugares que evidencian una novedad de vida, un punto firme entre las olas del mar. ¡Qué gracia tan grande la mía poder ver estas presencias vivas!
Leonardo, Caracas (Venezuela)