Recogida de alimentos del Banco de Solidaridad

La caridad no es genérica

Todo empieza con un scooter en el suelo y un coche sin seguro. Elio conoce casualmente a un joven de Ghana. Charlan un poco y se hacen amigos…

Una tarde a finales de mayo, estando en el parque infantil con mi nieto, oí un “crash” que me sonaba familiar. Salí corriendo un poco preocupado y vi un coche dando marcha atrás y mi scooter en el suelo. Lo primero que pensé fue hacer una foto a la matrícula del coche y luego me apresuré para levantar mi scooter. Me acerqué al coche y vi a un joven negro al volante. Me dijo su nombre pidiéndome perdón, apurado por lo sucedido. Hablaba bien mi idioma. Es de Ghana y lleva aquí quince años. Trabaja como albañil y estaba en mi barrio por motivos de trabajo, pero vive bastante lejos. Me enseñó su carnet de conducir pero vi que no tenía seguro. Me puse a charlar con él y me enteré de que estaba casado, con un bebé de poco más de año y medio. Me cayó bien, aunque era bastante discreto y de pocas palabras.
Quedamos en que yo arreglaría los arañados de la carrocería y luego me los reembolsaría. Me dijo que no sabía por qué habían fallado los frenos de su viejo coche. Al día siguiente me enteré de que se le había roto un tuvo del líquido de frenos. Yo había aparcado como siempre delante de la entrada del parque. A esa hora hay un continuo vaivén de padres y niños. Por suerte, solo arrolló mi scooter. Le insistí encarecidamente en que se hiciera un seguro.
Al día siguiente me enteré de que los daños eran mayores de lo que pensaba. Le cuento al del taller lo que ha pasado y se compromete a hacer la reparación con el menor coste posible. A la semana siguiente nos vimos. Había ido a su casa a pasar el fin de semana. Quedamos a la hora de su pausa para comer. Yo quería conocerlo mejor y le pregunté por qué había dejado su país, hablamos de su trabajo y de su familia. Su mujer no trabaja y sale muy poco porque tiene miedo, solo va a la iglesia pero no se relaciona con nadie. Al cabo de unos minutos ya le veía como un amigo.
Durante esos días hablamos de vez en cuando por teléfono, incluso me pasé alguna vez por su trabajo para saludarle, y entre tanto me dio una buena noticia: había pedido dinero prestado a un amigo para asegurar el coche.

Cuando fui a recoger el scooter, reparado con piezas de segunda mano, la factura era de cien euros, que me pagó en cuanto nos vimos. Me preguntó por los arreglos de la carrocería que no había hecho, cuyo coste ascendía a casi trescientos euros, pero yo había decidido quedarme con mi scooter así.
Como no vive aquí, pensé que quizá en donde vive podía haber un Banco de Solidaridad. Recuperé un viejo contacto que me dijo que lo buscarían para ponerse de acuerdo con él y buscar la mejor manera de ayudarle. Y así fue. Mi amigo ghanés me llamó muy contento por «tantas cosas buenas» recibidas.

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En julio empezó a tener problemas con el trabajo y le mandaron a varias obras por el sur del país. Intuía que estaba un poco harto de su jefe y me puse a tantear posibles oportunidades de empleo por mi zona, aunque no es uno de los mejores momentos.
A primeros de agosto me llamó para decirme que lo había dejado. Era optimista de cara al futuro, yo no tanto, así que escribí a mi amigo del BdS para que tuvieran en cuenta la nueva situación.

Pienso muchas veces en este chico, me preocupa su vida. Mi mujer también me pregunta por él a pesar de que no ha llegado a conocerlo. He vuelto a experimentar lo que dice don Giussani en El sentido de la caritativa. Ayudar a los demás es una exigencia propia de nuestra naturaleza. Si no voy, me falta algo, y no me basta con prestar una ayuda material. Es otra cosa lo que me urge compartir. El amor, la caridad, no es algo genérico, como la lluvia que cae para todos; es a la persona concreta, al “tú” con el que te encuentras. Así la vida se vuelve interesante, llena de esperanza para mí y, espero, también para él y su familia. Pero también para el mundo, gracias a esta compañía que vive un vínculo profundo incluso con alguien que no conocemos, como un amigo del BdS de otra ciudad al que nunca he visto en persona. Un vínculo fuerte y misterioso, pero que tiene un nombre: Jesús.
Elio, Lanciano (Italia)