Peregrinación a Aparecida

«Hacia Aparecida, en compañía de mi soledad»

Durante la noche del 5 al 6 de octubre, las comunidades del movimiento de Sao Paulo y Río de Janeiro peregrinaron desde Guaratinguetá hasta el santuario de la patrona de Brasil. Anelise cuenta su experiencia durante el camino

La vida adulta podría suponer un montón de desilusiones cuando uno al final se da cuenta de que está solo en el mundo.
Me casé a los 24 años y enseguida me di cuenta de que mi marido no podía responder a mi deseo de totalidad. A los 25, nació mi primera hija y entonces pensé: «¡Ahora sí!». Pero llegó el segundo hijo, luego el tercero, el cuarto… y ellos, al crecer y llegar a la adolescencia, empezaron a hacerme entender que lo que quieren es hacerse mayores y salir de casa para construir su propia historia. Eso por no hablar de las decepciones con los amigos, familiares, etc. Dentro de todo eso, el trabajo de la Escuela de comunidad supone una provocación continua para “entrar” en la palabra soledad, para experimentar verdaderamente este descubrimiento que comporta la vida adulta.

«El sentido de la soledad nace en el corazón mismo de todo compromiso serio con la propia humanidad. Puede entender bien esto todo aquel que haya creído haber encontrado la solución a una gran necesidad suya en algo o en alguien; y luego esto desaparece, se va, o se revela incapaz». Con estas palabras de Giussani, introdujo Julián de la Morena nuestra peregrinación nocturna a Aparecida. Empezó haciéndonos pensar que ese camino era como la vida misma, que en varios momentos nos sentiríamos cansados, en otros más motivados, pero igualmente tendríamos que continuar.

A lo largo del camino, en medio de los campos, llevando mis intenciones y dolores, era imposible no sentirme pequeña. Sola. Sola entre casi doscientas personas, pero en la unidad de esa compañía. Allí, en medio de la noche, a veces tambaleándome, comprendí que la compañía no es mi “grupito” de amigos con los que tengo la mayor afinidad del mundo.

Dentro de la compañía, yo necesito experimentar la seguridad de poder caminar en la oscuridad, igual que aquella noche (con mi marido y con mi hija mayor), dentro de aquella unidad, no podía tener miedo de las tinieblas, de mis límites, de no estar a la altura… ni siquiera me preocupaba por cómo estarían mis tres hijos que se habían quedado en casa. Podía estar sola. Libre. Me sentía segura en mi pequeñez, en la sencillez de ir dando un paso tras otro. Allí, en medio de doscientas personas, casi sin poder ver el rostro de los demás en medio de la oscuridad, estaba segura de poder ir hacia delante, siguiendo a Aquel que hace brillar mis ojos…
Anelise, Río de Janeiro (Brasil)