El papa Francisco durante su visita a la capital de Mozambique

Maputo. Ese "aquí estoy" delante del Papa

Esperando a Francisco, el deseo de seguirlo, la sorpresa de descubrir un nuevo inicio. Marta cuenta lo que le ha pasado durante la visita apostólica a Mozambique. A ella y a los que la rodean

Vivo en Mozambique desde hace siete años con mi marido e hijos. Cuando me enteré de que el Papa vendría a Maputo, a mi ciudad, pensé que no me lo podía perder. Pero hasta hace tres semanas no sabía si iba a estar. Me fui a Italia para el nacimiento de nuestro tercer hijo, pero hice todo lo posible para volver a África, aunque sin saber si podría llegar a participar en algo.

Cuando le conté a mis hijas que iba a venir el Papa, Teresa, de cuatro años, me dijo: «¡Qué bien! ¿Vendrá a cenar con nosotros?». ¿Cómo no iba a llevarla a recibirle?
Así que en la catedral donde el Papa se reunió con el clero, nos juntamos con un grupo de amigos y conocidos: mi marido y yo, nuestras hijas, nuestra babysitter, amigos del movimiento, y algún que otro colega italiano, no muy "practicantes" pero que, después de verlo por primera vez, no podían dejar de seguir al Papa.

No dejaba de preguntarme por qué estaba allí y pensaba en todas las historias que he oído estos días. La amiga que, con un corazón sencillo, aceptó inmediatamente la invitación para ser voluntaria y que me contaba su conmoción al abrir las puertas del estadio de Maxaquene al Papa. O Matheus, también voluntario, que lleva años sin venir a los gestos del movimiento y que cuando un periodista le pregunta no puede evitar presentarse como miembro de CL. Y una compañera que, siguiendo la creencia de su novio, se pasó a otra iglesia para luego, viendo que nada lograba saciar su corazón, como ella dice, vuelve a la fe católica aún más consciente que antes.

Nos llegó un mensaje de nuestro amigo portugués el padre João, de Lisboa, con el que los primeros encontraron el movimiento, que nos ayudó a ser más consciente de lo que estábamos viviendo juntos, a pesar de nuestros límites y divisiones, recordando quiénes somos mientras «os abrazáis y, cuando es necesario, os perdonáis y reconciliáis entre vosotros». Miraba luego a nuestra babysitter, Mimí, de origen católico y convertida al credo del hombre que la dejó embarazada y después la abandonó. Allí estaba, deseosa de ver al Papa con la misma sencillez que mis hijas. Tanto que me pidió ayuda para conseguir un pase que la permitiera volver a verlo al día siguiente en el estadio.

Delante de todo esto, me doy cuenta de que la presencia de Jesús es imponente, arrolladora, magnética. Pero si no estás cerca, hasta el imán más potente pierde todo su efecto.
Basta leer los mensajes de algunos amigos de la comunidad en nuestro grupo de WhatsApp, después de varios momentos de la visita. Como Carolina, que lleva un año en Mozambique trabajando con AVSI: «Estos días han venido mis padres a verme y decidimos ir a la misa en el estadio. No estábamos demasiado convencidos, nos daba un poco de miedo el follón organizativo que nos podíamos encontrar, ¿pero cómo íbamos a faltar? Es un signo demasiado grande que el Papa esté aquí para mí. a través de él, Cristo está aquí para mí y para ellos». También estaban Michel y Cheila, recién casados: «Nos hemos sentido tan bendecidos…». Beny llevaba muchos años fuera de CL: «El encuentro con el Papa ha sido un momento único, con el que el rostro de Cristo se ha acercado más a mí. Ha sido la ocasión de encontrarme con amigos del movimiento, de ese nuevo inicio al que nos reclama Carrón. Ahora siento que me urge retomar este camino que me propone el movimiento». Y luego están las palabras de Atanásia: «Cuando el Papa pasó y nos miró, me sentí mirada y preferida por Cristo. Ahora siento dentro, aún más que antes, el deseo de cultivar y vivir nuestra compañía».

Yo también, ante la bendición del Papa por la ventanilla al pasar, me descubrí volviendo a decir «aquí estoy», como Francisco nos invitó a decir todas las mañanas desde la plaza de san Pedro el día de la Inmaculada. Un "aquí estoy" que en los últimos meses me ha acompañado diariamente y que deseo reiterar no solo al Papa sino a Jesús, cada mañana, también ante el rostro de gente extraña, distinta, llena de límites como yo, pero transfigurada por la presencia de Otro que me sale al encuentro ahora. Y al que quiero permanecer pegada como un imán.
Marta, Maputo (Mozambique)