Un grupo de voluntarios por la visita del Papa a Bucarest

Bucarest. «Con Francisco para "correr el riesgo" de ser libres»

Ioana fue voluntaria en la visita apostólica a Rumanía. Su trabajo implicaba quedarse en la puerta de un hotel. Solo vio al Papa por pantalla. No obstante, incluso así, su presencia sirvió de puente entre ella y los que parecen estar lejos...

Enseguida me apunté con gran entusiasmo a la misa que el papa Francisco iba a celebrar en Bucarest en la catedral rumano-católica. Después de unos días, me apunté también como voluntaria, dando mi disponibilidad para colaborar en la preparación del evento.

La idea surgió del deseo de trabajar como voluntaria en el próximo Meeting de Rímini, algo que al final, por compromisos imprevistos, no podré hacer. La visita del Papa a Rumanía ha sido la ocasión de responder a ese deseo. ¡Es una gracia tener en casa a quien representa a la persona de Jesús! Con esta gratitud hice todo los trámites para la inscripción, pedí las vacaciones en el trabajo y me presenté en la primera reunión preparatoria. Había casi 300 personas, divididas por grupos. Mi grupo estaba formado por unas 15 personas, entre ellas una de Nigeria, otra de Colombia, otra de Austria y otra de Brasil. Estaban en Bucarest por distintas razones, laborales o familiares, y también querían trabajar como voluntarios. No es que dominaran mucho el rumano, pero eso no les impedía dar su contribución.
Esto me dejó impactada y me vino a la cabeza lo que leímos en la Escuela de comunidad hace un tiempo. Tenía delante de mis ojos la imagen viviente de la Iglesia universal, es decir católica. Qué real y concreto se hacía para mí y qué bonito ver que uno se concibe así –católico– y por eso da su tiempo para contribuir a construir algo que siente suyo, como si fuera su casa.

El día de la llegada del Papa me encargaron la tarea de estar delante de un hotel donde se hospedaban varias personas relacionadas con la visita. Una vez que los huéspedes salieron, me quedé allí, disponible en la entrada. Observaba al personal del hotel, en concreto a un joven con la mirada fija en una pantalla donde se podían seguir en directo todos los desplazamientos del Papa: la llegada al aeropuerto, el saludo del presidente, el encuentro con el Patriarca ortodoxo, con el Sínodo de los Obispos ortodoxos y la sociedad civil, la oración del Padre Nuestro en la nueva catedral ortodoxa y luego la misa en la catedral rumano-católica.
No pude resistirme y le pregunté al joven por qué estaba tan interesado y atento. Se llamaba Bogdan y había estado trabajando en España tres años. Es ortodoxo y en España no había una iglesia ortodoxa. Por eso, iba a la iglesia católica y allí conoció la figura del Papa. Me habló de las procesiones en las que participaba y por qué le gusta este Papa. En el hotel, estaba también Cristina, su mujer. Los dos siguieron la misa en la pantalla. Les regalé el cuadernillo que habían preparado para los peregrinos y les deseé que siguieran con la mirada fija en Aquel que puede mantenerlos unidos siempre.

Me pasé más de diez horas delante del hotel junto al personal, la policía y los de seguridad. Todos seguían los pasos del Papa. Ellos mismos se hacían peregrinos mientras trabajaban. De vez en cuando me preguntaban cómo va la visita y cuál era el programa. Desde luego no eran católicos (en Bucarest el porcentaje de católicos es del 1% aproximadamente). Durante la misa, en el momento de la paz, uno de los policías quiso estrecharme la mano. Es un gesto que no está previsto en el rito bizantino. Pero el Papa nos invita a construir puentes entre nosotros, porque él mismo "hace un puente" entre su corazón y el nuestro.

LEE TAMBIÉN «El Papa en Rumanía. "Ya nadie me es extraño"»

Al final de la misa Bogdan y Cristina me pidieron que pasara a verles en mis visitas a la catedral, que se encuentra a unos pocos metros del hotel donde ellos trabajan. Nos hicimos amigos porque miramos al mismo punto. En los días siguientes, mientras Francisco visitaba otras ciudades, me quedé en Bucaerst para responder a las necesidades de la organización, pero no dejamos de seguir sus pasos. Recordó la historia de este pueblo, una verdad que no nos enseñaron en el colegio, la de un pueblo que gracias a la fe ha resistido las distintas persecuciones. Los siete mártires greco-católicos beatificados en Blaj son testigos de esto. Si queremos aceptar esta verdad, también nosotros "correremos el riesgo" de ser libres.

El Papa volvió a casa «enriquecido de lugares, momentos y rostros». Es una experiencia que ha contagiado a todos.
Ioana, Bucarest