Las monjas de Madre Teresa

Caritativa. Esa taza "reducida"

Un grupo de amigos va a Viena para ver a un compañero, que les habla de su caritativa con las hermanas de la Madre Teresa. Y el domingo, en lugar de visitar la ciudad, acaban sirviendo comida a los sin techo

Hace unos días fui a Viena a visitar a un querido amigo mío que estudia allí. Fui con unos amigos. Existía el riesgo de pasar allí unos días de distracción, en los que uno se relaja pero nota cómo el corazón se va estrechando. En cambio, nuestro estar juntos llevaba dentro una exigencia de totalidad, de que cada instante tuviese un significado, una plenitud que pudiera ser tan correspondiente que nuestro corazón pudiera estar en paz y que el instante después nos hiciera volver a pedir «¡más!».

Un día, provocados y asombrados por lo que nos contaba nuestro amigo, decidimos ir a su caritativa. El domingo por la tarde, fuimos con las hermanas de la Madre Teresa a servir la comida a los mendigos. Por el camino, me preguntaba: «¿Por qué hemos decidido dar el tiempo de nuestras vacaciones a unos mendigos que ni siquiera conozco y que no volveré a ver, en lugar de visitar cosas bonitas, comer bien, visitar museos?». Leyendo El sentido de la caritativa, dos cuestiones que plantea don Giussani volvieron a llamarme la atención. «Vamos a “la caritativa” para aprender a cumplir el deber de realizarnos a nosotros mismos» y «para aprender a vivir como Cristo». No sé cómo realizarme a mí mismo, pero ¡nadie me había propuesto ir a visitar los museos con una promesa tan grande! Por eso, es bonito que uno incluso durante las vacaciones pueda –sin saberlo antes– ir adonde intuye que hay una respuesta a lo que desea más que en otro sitio. He vuelto a percibir esta correspondencia última entre esas palabras y la exigencia de mi corazón.

Llegamos y en el salón, en la pared de la derecha, había colgado un cuadro donde ponía: «El cuerpo de Cristo». Y debajo, la Madre Teresa con el cuerpo demacrado de un chaval a punto de morir. Me sorprendí pensando: «Tú eres de Cristo». Este punto de memoria personal volvió a despertar en mí una conciencia que no pensaba que tuviera y cambió la forma de hacer cualquier cosa en esa hora y media. Fregaba las tazas, servía la comida, secaba la vajilla, ponía las tazas encima de las mesas y miraba a los que pasaban con un afecto por su destino inimaginable, como diciendo: «Es cierto, es verdaderamente cierto. Tenemos dos cosas en común: que somos nada y que tenemos el mismo corazón, que espera que el infinito se muestre y nos abrace».

No hemos resuelto sus problemas ni mejorado su vida: llegaron mendigos y salieron mendigos. No sabíamos alemán, así que no podía haber ningún tipo de comunicación, excepto el «danke» que algunos empezaron a decirnos ante la sorpresa de alguien que les atendía. Poder levantar la mirada y vislumbrar un rostro amigo tan comprometido con lo que estaba haciendo fue un reclamo enorme. Hasta tal punto que unos de mis amigos, que estaba sirviendo el té, en un momento dado empezó a llenar la taza por la mitad porque se estaba acabando.

Tras la enésima taza “reducida” uno de ellos, en inglés, exclamó: «I need a full cup, not a half!». Yo en mi vida también quiero que la taza esté siempre llena, ¿por qué él iba a pedir menos? Cada taza, después de esa, iba llena y, cuando superaba el "límite" que ellos se imaginaban, se les volvía a iluminar la cara con una sonrisa.

Salimos y caminamos cinco minutos en silencio. Lo que me sorprendió fue que ese silencio estaba lleno de lo que había pasado, tenía la sensación de querer más a mis amigos –o por lo menos era consciente del hecho de que existían, ¡se me habían dado!–, ver más lo que había, quererme más. Es esa experiencia de darnos para redescubrirnos colmados lo que El sentido de la caritativa define como caridad, o ley de la existencia.
Davide