Papa Francisco con el gorro típico peruano

El Papa en Perú. Una escena del Evangelio en tierra «ensantada»

El reto del encíclica "Laudato si'" se hace carne, la gente encima del palco para tocar "al Señor". Y ese instante en el aeropuerto que pasa inadvertido... Imágenes del viaje de Francisco, que se ha dejado abrazar por la fe de un pueblo

«Ustedes son una tierra "ensantada"». Estas palabras del Papa el último día de su viaje en Lima han creado uno de sus neologismos para subrayar cómo desde el principio de la evangelización y hasta ahora Perú ha sido fecundado por la santidad más que otros países de América Latina. Luego, de vuelta al avión, añadió: «Creo que vuestra fe está muy arraigada en vuestro interior. Del Perú me llevo a casa una sensación de alegría, de fe, de esperanza, de ganas de retomar el camino».

Cada momento de este viaje ha estado marcado por la presencia de una multitud de gente contenta, con las manos tendidas hacia el Papa para recibir la bendición, para expresar su esperanza en Dios, su fe sencilla pero concreta, necesitada de ver, de tocar y capaz de dar amor.
Una alegría inmensa evidente en los pueblos de la Amazonía, donde ningún Papa había llegado antes. El Papa Francisco ha querido poner en el centro de su atención esta periferia del mundo, haciendo carne el reto de la encíclica Laudato Si', y ha indicado el camino para una ecología integral, apreciando el esfuerzo de la Iglesia de la Amazonía al valorar las culturas indígenas, no aislándolas, sino en un diálogo con la cultura contemporánea. En este sentido ha mencionado el centro Universitario Nopoki, que la Universidad Católica Sedes Sapientiae de Lima ha creado para responder a la petición del vicario apostólico de la Amazonía central de Perú, monseñor Gerardo Zerdin. La historia personal de este obispo es de por sí un ejemplo del amor a la gente de la Amazonía. Tras llegar como joven misionero a una comunidad de shipibos no cristianos, después de veinte años con ellos, tradujo el misal y el evangelio a su lengua, de la que creó un diccionario y un libro de gramática, además de comunicarles la fe. Alegría en esos rostros pintados y orgullosos, esperanza en sus palabras.



El Papa ha abrazado la religiosidad popular de los peruanos y se ha dejado abrazar. En la misa en Trujillo, delante del altar y de seiscientos mil feligreses, trajeron todas las imágenes principales de la devoción popular. Citando sus nombres, el Papa entraba en el corazón del pueblo peruano, que en estos signos encuentra el alimento de la fe: la Cruz de Motupe y la Virgen de la Puerta encima del altar, el Señor Cautivo de Ayavaca y muchas otras imágenes que animan una vida de fe no racionalista sino real y concreta, marcada por novenas, procesiones y peregrinaciones, en las cuales se pide y se ofrece por todas las circunstancias de la vida. La imagen de la misa en Lima delante de un millón y medio de personas vale más que muchas explicaciones. Cuando el Papa Francisco bajó del palco de la celebración donde habían puesto la imagen del Señor de los Milagros, que solo sale en procesión en el mes de octubre y el Viernes Santo, centenares de curas, tras seguir con el rabillo del ojo al Papa que se alejaba, subieron al escenario para mirar desde cerca y tocar “al Señor”, y miles de personas se quedaron abajo, en oración delante del cuadro sacro. Casi como diciendo: el Papa que hace que Jesús esté presente de forma tan concreta y fascinante vuelve ahora a Roma, pero el Señor se queda para siempre con su pueblo.
Un pueblo «ensantado»: frágil y con muchos problemas, la pobreza, la corrupción (que es la causa principal de la pobreza), pero lleno de esa esperanza que reconoce la vida como un misterio donado, donde la misericordia de Dios se hace presente y permite retomar el camino, como en estos días de cielo en la tierra.

Una última imagen, que los periódicos no han comentado. En Trujillo, cuando el Papa estaba a punto de subir al avión que le llevaría a Lima, todo estaba preparado en el aeropuerto. Los soldados alineados, la tripulación de tierra alrededor del avión, la policía y los guardaespaldas, las autoridades; cada uno en su sitio. De repente, un grupo de trabajadores del aeropuerto rompió filas para pedirle al Papa su bendición. En ese instante, el orden desapareció. Soldados y asistentes, autoridades y azafatas, todos corrían juntos hacia el Papa, tendiendo las manos para tocarle, para dejarse mirar por él, y a través de él por Jesús, para desaliento de los guardaespaldas del Papa que miraban asombrados aquella confusión. Una escena evangélica que por unos segundos borró dos mil años. Luego el Papa subió al avión, todos volvieron a su sitio, los agentes de seguridad del Papa volvieron a respirar, pero en sus rostros resplandecía una alegría de otro mundo. La Iglesia es esta alegría posible para cada uno de nosotros: «Jesús no se desanima nunca de ti».

Giovanni Paccosi, Lima