Universidad Católica de Milán.

«Nada es nuestro, todo es dado»

«La verdadera libertad es reconocer que nada es nuestro, ni siquiera nosotros mismos nos pertenecemos; pero todo nos es dado y todo nos interpela. Y entonces la vida se hace libre, hasta el punto de que ya no tiene miedo».

En los últimos días se ha producido una cantidad horrible de atentados terroristas por todo el mundo. Burkina Faso, Estambul, Egipto, Yakarta, Kabul, Nigeria... Todas las noches, en el telediario, la noticia de una masacre. Hasta el punto de que se ha ido generando en mí una especie de anestesia, una tristísima costumbre, las muertes como rutina, los asesinatos cotidianos como algo que forma parte de la jornada y que cada vez recibes con menos peso.

Existe algo peor que sentir rabia o dolor: no sentir nada. Citando una expresión de Hannah Arendt, podríamos hablar de la banalidad del mal. Creo que para el mal esta es una gran victoria, vernos ante el telediario que nos informa de un «nuevo atentado en...» y pensar: «no es el primero ni será el último; esperemos que no nos toque aquí».

Pero he descubierto que hay algo que rompe la indiferencia en la que podemos persistir incluso ante hechos tan horribles, y es dejarse conmover. Lo digo porque cuando me enteré del atentado en la universidad de Charsadda en Pakistán, el pasado 20 de enero, yo estaba a punto de hacer un examen. Estaba allí, sentado y nervioso, esperando mi turno, mientras al mismo tiempo otros estudiantes iban a ser fusilados. Hubo más de veinte muertos. A mi mente vinieron los 150 estudiantes asesinados en la masacre del campus de Garissa, en Kenia, en abril del año pasado.
Entonces me pregunté: ¿qué valor tiene el examen que estoy a punto de hacer?, ¿qué valor tengo yo?, ¿qué valor tiene mi vida? Porque podrían arrancarme todo eso si irrumpieran ahora por la puerta. Por un instante me di cuenta de que el tiempo es realmente un don: no sabes cuánto han preparado para ti, y es demasiado valioso para desperdiciarlo. Sí, la vida pende de un hilo, hoy más que nunca, y necesito ser consciente de que ese hilo no están sosteniendo a una marioneta sino a alguien que es único, que vale la pena que exista.

Me pregunté también por qué uno tiene que morir asesinado a esta edad. No lo entiendo, y el buen Dios me lo explicará algún día. Pero todo dentro de mí, al ponerme delante de estos cadáveres, se rebela ante la idea de que se pueda nacer y morir sin una razón. Así que he empezado a preguntarme cuál es esa razón, y he empezado a preguntármelo en la universidad, que es donde ahora me toca estar.

Si hay algo que te libera, incluso con violencia, de la apatía, es la conmoción. Nace espontánea, no pide permite y quizás dure solo tres segundos, pero ahí está, no puedes negarlo, es más fuerte que tú. Es solo un punto de partida, pero desde ahí puedes empezar a construir. No solo te conmueve la muerte de otros. De hecho, a veces tenemos un corazón tan duro que ni siquiera nos afecta cuando lo vemos en televisión. Me conmueve mi propia vida, lo que hago, los errores que cometo, lo que soy. Por el simple hecho de existir, aunque no es algo obvio. Existe una ternura gracias a la cual estudiar para un examen, hablar con un amigo y amar a una chica se convierten en experiencias novedosas, llenas de gratitud por el hecho de ser dadas: la vida es un recibir continuo, y esta conciencia es capaz de abatir cualquier indiferencia. Vuelve a mi mente una frase de don Giussani: «Hazlo todo como si todo dependiera de ti, sabiendo que nada depende de ti». La verdadera libertad es reconocer que nada es nuestro, ni siquiera nosotros mismos nos pertenecemos; pero todo nos es dado y todo nos interpela. La libertad empieza con este estupor. Y entonces la vida se hace libre, hasta el punto de que ya no tiene miedo.

Carlo, Milán