Álvaro del Portillo, discreto amigo de cinco Papas
En 26 años de pontificado, Juan Pablo II visitó solo dos capillas ardientes: la del médico que le operó a vida o muerte el día del atentado en la plaza de San Pedro, y la de monseñor Álvaro del Portillo, el 23 de marzo de 1994. En lugar de rezar un responso por su alma, quizá porque no lo consideró necesario, san Juan Pablo II entonó la Salve. A la salida de la sede central del Opus Dei, cuando don Javier Echevarría le dio las gracias por la visita, el Papa respondió simplemente: «Tenía que venir». Don Álvaro era su amigo.
Visto desde el Vaticano, lo curioso de este madrileño, nacido en 1914 a dos pasos de la Puerta de Alcalá, es que se ganó el corazón de cinco Papas absolutamente distintos. El secreto puede estar en un telegrama enviado el pasado mes de marzo al prelado del Opus Dei. El Papa Francisco le invitaba a «divulgar el precioso ejemplo de su vida» y recomendaba imitar su «vida humilde, alegre, escondida y silenciosa pero, a la vez, decidida en el testimonio del Evangelio».
En junio de 1943, cuando el mundo estaba en guerra, don Álvaro del Portillo voló a Roma para hablar del Opus Dei a Pío XII en audiencia privada. Al verle llegar con el uniforme de Ingeniero de Caminos, el pelotón de la Guardia Suiza del Portone di Bronzo formó para que les pasase revista, cosa que hizo con gran naturalidad.
Pío XII se manifestó impresionado por el visitante español. Tres años después, cuando volvió a Roma vestido de sotana, el Papa comentó al recibirle: «Le recuerdo perfectamente, como si le estuviese viendo de uniforme, con condecoraciones y todo». En otra audiencia, esta vez acompañado de su madre y sus hermanos, Pío XII, que era más bien serio, le saludó con una sonrisa: «¡Hola, ingeniero!». Enseguida estableció amistad con el «número dos» de la Secretaría de Estado, Giovanni Battista Montini, de quien escribió en 1946 en una carta a san Josemaría Escrivá de Balaguer: «Realmente, da la impresión de ser un santo». Su intuición era correcta: Pablo VI será elevado a los altares el próximo 19 de octubre.
«Trabajo tenaz»
Juan XXIII le nombró consultor de la congregación que preparaba el Concilio Vaticano II y presidente de la comisión del laicado. Después pasaría a ser «número dos» de la comisión del clero y pueblo cristiano que presidía el anciano cardenal Pietro Ciriaci. El decreto «Presbyterorum Ordinis» fue aprobado por 2.390 votos de 2.394, y el cardenal Ciriaci le agradeció por carta «su trabajo serio, tenaz y amable (…) respetando siempre la libertad de opinión de los demás (…) Deseo que le llegue, con un cálido aplauso, mi agradecimiento más sincero».
Don Álvaro, como le llamaban sus amigos, fue un sólido pilar del trabajo del Concilio pero, al terminar la Asamblea, rechazó importantes cargos para poder ayudar a san Josemaría Escrivá a dirigir la expansión del Opus Dei por el mundo. Aceptó sólo continuar como consultor de la Congregación de la Doctrina de la Fe, la de Religiosos, la del Clero y la comisión de reforma del Código de Derecho Canónico… Prefería ayudar desde la segunda fila, como haría también, ya como obispo prelado del Opus Dei, durante los Sínodos. Aun así, muchos padres sinodales acudían a confesarse con él, no sólo por amistad, sino porque intuían que era un santo.
El pasado mes de marzo, cuando el cardenal Julián Herranz fue a visitar a Benedicto XVI en su residencia, el Papa emérito sabía de la beatificación de don Álvaro y comentó feliz: «¡Qué bonito! Yo lo he tenido como colaborador durante años como consultor en la Congregación para la Doctrina de la Fe: ¡Qué buen ejemplo para todos nosotros!».
Juan Pablo II le recibía con frecuencia y aconsejó a más de una persona su ayuda espiritual: «Vete a ver a Álvaro del Portillo». Su amistad era visible el día de la beatificación del fundador del Opus Dei en una plaza de San Pedro repleta de fieles. Esa plaza conserva un hermoso recuerdo suyo. Don Álvaro regaló el mosaico de Santa María «Mater Ecclesiae», instalado como exvoto de Juan Pablo II por haber sobrevivido a las dos balas de Alí Agca en 1981.