Volcado con España
Ayer lunes nos sorprendió a todos la noticia del anuncio de Benedicto XVI de renunciar a su alta misión al frente de la Iglesia católica. No resulta fácil resumir, en un artículo la densidad de un pontificado breve pero intenso, de amplias y profundas reflexiones, y de gestos cargados de significado.
Con el mayor de los respetos por su decisión, hay que decir que supone una actitud valiente, propia de alguien humilde que se mueve únicamente por el amor a aquello en lo que cree. Consciente de sus limitaciones, ha pensado que ceder el paso a alguien más adecuado era ahora la mejor forma de cumplir la alta misión para la que fue elegido en 2005.
Fue nuestro país el primero que visitó, en 2006, si omitimos el viaje a su país natal y al de su predecesor. Aquella primera estancia en Valencia tuvo en 2010 su continuidad en Santiago de Compostela y Barcelona, para concluir con su visita a Madrid en 2011. En ellas no cejó en definir a España como «una gran Nación que, en una convivencia sanamente abierta, plural y respetuosa, sabe y puede progresar» (Madrid, 2011), precisamente porque sabe «vivir como una sola familia» (Barcelona, 2010). Destacaba el ejemplo de nuestro país, «la noble y siempre querida España» (Valencia, 2006), que «en los últimos decenios, camina en concordia y unidad, en libertad y paz, mirando al futuro con esperanza y responsabilidad. Movida por su rico patrimonio de valores humanos y espirituales, busca asimismo superarse en medio de las dificultades» (Santiago, 2010), porque «aunque haya actualmente motivos de preocupación, mayor es el afán de superación de los españoles, con ese dinamismo que los caracteriza» (Marid, 2011).
Es precisamente esta altura de miras y este sacrificio por el bien común la gran lección que Benedicto XVI puede dar hoy en España a creyentes y no creyentes. Guardaré siempre en mi memoria la imagen de un hombre de 83 años que, en medio de un fuerte viento, en una noche de lluvia intensa, en la base aérea de Cuatro Vientos, no quiso abandonar su lugar frente a los jóvenes, como si nos invitara a ser auténticos en un tiempo de falsedad, solidarios en un clima de injusticia y esperanzados en un contexto de crisis.
Su talla intelectual, su gran bondad y su enorme humildad han acuñado un nuevo concepto de servicio y entrega. No en vano, en su encíclica «Caritas in veritatis» (2009), Benedicto XVI no dudó en definir la política como una «comunidad ordenada a la consecución del bien común». Ya en 2011, durante el trayecto en avión que le llevó a nuestro país, apuntaba que «la dimensión ética no es algo exterior a los problemas económicos, sino una dimensión interior y fundamental. El hombre debe estar en el centro de la economía y la economía no debe medirse según el máximo beneficio, sino según el bien de todos». Y lanzaba un mensaje a la comunidad política por los problemas de nuestros jóvenes, porque «si no encuentran perspectivas en su vida, nuestro hoy está equivocado». En este sentido, el mismo Pontífice recordaba a los participantes en unas jornadas de estudio sobre Europa organizadas por el Partido Popular Europeo (Roma, 2006), que debemos buscar «un modelo social que responda adecuadamente a las exigencias de una economía ya globalizada y a los cambios demográficos, garantizando crecimiento y empleo, protección de la familia, igualdad de oportunidades en la educación de los jóvenes y solicitud por los pobres». No podemos estar más de acuerdo, Santidad.