Una presencia, no un discurso
Roma - JubileoAportación de don Giussani a la edición especial de L’Osservatore Romano dedicada a la Jornada Mundial de la Juventud.
13 de agosto de 2000
La oleada de humanidad que nos invadió a todos al escuchar el primer discurso de Juan Pablo II ante el mundo con ocasión de su elección al pontificado, no podía dejar de interesar a los jóvenes.
En la “Carta” dirigida a ellos [con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, ndr], el Sumo Pontífice afirma: «La juventud es el periodo de la vida en el que se produce un descubrimiento especialmente intenso del yo humano, y de las propiedades y capacidades a él inherentes». Es el momento en el que afloran con especial intensidad y evidencia las grandes preguntas que impulsan la búsqueda del sentido último de la vida, confiriendo a la existencia un “movimiento” especial. El corazón del hombre, siempre vivo y palpitante, grita la exigencia de una respuesta exhaustiva, en cualquier circunstancia en la que se vea obligado a vivir, incluso en la del olvido de sí mismo.
Pues el corazón espera siempre otra cosa, más concretamente a Otro.
Dicha espera comporta una actitud misteriosa que se plasma en nuestra experiencia como búsqueda de una compañía: «Os aseguro con franqueza que la aventura más bella y entusiasmante que os puede pasar es el encuentro con Jesús, el único que da un verdadero significado a nuestra vida. No basta buscar, hay que buscar para encontrar la certeza» (Juan Pablo II, Discurso a los militares italianos). Dice Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6).
El descubrimiento de la amistad de Cristo entusiasma cuando se es joven; también de viejo puede llenar el corazón de alegría: la juventud, en efecto, es una actitud del corazón. Como lo es para el Papa, que delante de una gran multitud de jóvenes revela la naturaleza y el valor de la compañía como encuentro con Jesús. No se trata de un discurso - como pasa tantas veces: los jóvenes lo escuchan y les deja indiferentes y, por tanto, solos -, sino de una presencia, como dijo el Papa en el Ángelus del pasado 30 de julio: «No se puede reducir el cristianismo a una doctrina, ni a simples principios, porque Cristo, centro del cristianismo, está vivo y su presencia constituye el acontecimiento que renueva constantemente a las criaturas humanas y al cosmos».
El acontecimiento de Cristo presente es la Iglesia, la compañía de personas que se origina por la presencia de un factor que realmente genera, aunque es invisible. La Iglesia es, por tanto, una realidad concreta, real, tangible de personas cambiadas por un encuentro. Un encuentro que suscita un tipo de vida nuevo, más alegre y más humano; es más, verdaderamente humano aun dentro de todos los límites que caracterizan la existencia de toda persona.
Todos los factores de la vida, familiares y sociales, tienden entonces a convertirse en objeto de una responsabilidad, que madura la verdad de la persona en la historia. De manera que el joven puede percibir, como provocación ideal de sus energías y de su tiempo, el contenido de la frase que sintetiza la mirada amorosa a una persona: «Era necesario que lo heroico se convirtiera en cotidiano y lo cotidiano en heroico».
Lo mismo que ha supuesto para el mundo entero la figura humana de quien guía la Iglesia hoy.