Un Papa poco convencional
En unos momentos de ausencia de liderazgos morales, la figura de Jorge Mario Bergoglio emerge como un referente, no únicamente para el mundo católico. La semana pasada la empezó en Estrasburgo y la terminó en Estambul. El Parlamento Europeo escuchó a un Papa que denunciaba que los grandes ideales que inspiraron la UE han perdido atracción por culpa de los egoísmos de los estados y de la burocracia de Bruselas. Criticó la pasividad de los políticos ante la injusticia y la falta de valores colectivos, mientras reivindicaba la dignidad de los trabajadores y la solidaridad con los que sufren. En el avión de vuelta, un periodista le preguntó si se sentía un Pontífice socialdemócrata, a lo que Francisco respondió con una sonrisa en los labios diciendo que eso era un reduccionismo, que él hablaba por boca del Evangelio y que la doctrina social de la Iglesia es clara en este sentido, al tiempo que inspiró a los fundadores de la UE.
El fin de semana lo ha dedicado a girar visita a Turquía, un país de aplastante mayoría musulmana, donde no faltaron las amenazas del islamismo radical. No se amedrentó el Papa, que rechazó viajar por el país en coche blindado, para acabar subido a un turismo. En Turquía se ha visto al Bergoglio menos político, al Papa espiritual, dialogando con el patriarca ortodoxo de Constantinopla o rezando con el gran muftí en la mezquita Azul, un acto de distensión que resulta toda una declaración de intenciones para un mundo convulso, donde algunos aplauden las guerras contra el infiel y otros decapitan a inocentes para imponer su locura califal.
La carga ética de la voz del Papa es hoy un mensaje que no pasa inadvertido. Se trata de un Pontífice que habla distinto y que se escucha con esperanza, como una versión renovada de Juan XXIII.