Un imprevisto es la única esperanza

EncuentroMadrid

En un tiempo en que muchos piensan que la Iglesia es una reliquia arqueológica perfectamente previsible, Benedicto XVI dijo que por el contrario es una realidad viviente, que se transforma permaneciendo fiel a su propia naturaleza, porque su corazón es Cristo.

Los acontecimientos de los últimos días demuestran la verdad de esta afirmación.

Esta edición del EncuentroMadrid 2013 ha puesto de manifiesto a través de numerosos testimonios esta dimensión esencial del cristianismo, que no es deducible, que no es resultado de un plan ni puede reducirse a un conjunto de reglas y de principios. Por el contrario es un acontecimiento que sucede siempre de nuevo y así vuelve a despertar nuestra humanidad.

En un mundo que, como decía Péguy, “ya no es cristiano”, hemos querido mostrar cómo ese acontecimiento del Señor presente a través de las personas que cambian irrumpe en el escenario de la historia. En el ámbito de la economía (golpeada por una severa crisis), de la educación (reducida tantas veces a mero manual de instrucciones), del servicio a los más necesitados (confundido con asistencialismo), de la atención a los enfermos o a través de la literatura o la música, el acontecimiento cristiano irrumpe como una chispa capaz de encender un camino nuevo.

El pueblo cristiano nace continuamente de esa forma imprevista en que el Misterio de Cristo resucitado hace su entrada, generando personalidades llenas de atractivo, a través de la debilidad y el límite de todo lo humano. Y así surgen continuamente comunidades y obras donde se puede ver y tocar una promesa que los hombres de esta época no pueden dejar de escuchar. Una promesa cuyo cumplimiento puede verificarse a lo largo de un camino que estos días se nos ha hecho patente de muchas formas en el EncuentroMadrid.

Al finalizar estas jornadas nos sentimos impulsados a seguir construyendo junto a toda la Iglesia lugares donde sea posible hoy encontrar este Imprevisto que rescata lo humano.Lo haremos bajo la guía del Papa Francisco, en cuya elección reconocemos de nuevo el soplo del Espíritu Santo que jamás deja de conducir la Iglesia.