Un atractivo distinto
El cardenal Jorge Mario Bergoglio presentó la edición en lengua castellana de El atractivo de Jesucristo, de Luigi Giussani, en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Recientemente creado cardenal, monseñor Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, presentó El atractivo de Jesucristo, publicado por Ediciones Encuentro, en la Feria Internacional del Libro, considerada por el célebre escritor Jorge Luis Borges, “una costumbre de los argentinos”. El año pasado, en ese mismo ámbito, D. Javier Prades presentó otro libro de Giussani, Crear huellas en la historia del mundo, del que es coautor con D. Stefano Alberto.
La Feria se considera con razón la más grande de América Latina. Durante veinte días, un millón de personas visitan - en 25.500 metros cuadrados - los stands de más de mil trescientos expositores. Buscan conocer a un escritor de fama internacional, escuchar una conferencia sobre un tema de actualidad o encontrar una oferta interesante. El plato fuerte para la Feria del 2001 era la visita del escritor norteamericano Ray Bradbury. Pero no pudo ser degustado porque el “maestro” de la ciencia-ficción no viajó a Buenos Aires por problemas de salud. Lo mismo pasó con el best seller brasileño, Paulo Coelho.
El cardenal Bergoglio presentó el libro de monseñor Giussani en una de las salas más grandes, la cual, sorprendentemente, resultó pequeña. Era la primera vez que el arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina concurría a la Feria del Libro como conferenciante y la segunda en la que tuvo a su cargo la presentación de una obra de Giussani. En 1999 presentó El Sentido Religioso y, tal como ocurrió en aquella ocasión, Bergoglio ayudó a los presentes a reconocer en su propia historia el valor existencial de esas palabras. «Acepté vuestra invitación - explicó - por dos razones. La primera, más personal, es el bien que monseñor Giussani me hizo a mí en la última década, a mi vida como sacerdote, a través de la lectura de sus libros y sus artículos. En segundo lugar, porque estoy convencido de que su pensamiento es profundamente humano y llega a lo más íntimo del anhelo del hombre».
Haciendo honor a su costumbre, el cardenal fue escueto y claro en su alocución. La razonabilidad del Misterio; el pecado y el perdón como lugar privilegiado del encuentro; una misericordia imprevisible; un Dios que “primerea” con su gracia (ndr. el cardenal utilizó este término de origen porteño, una especie de dialecto propio de la ciudad de Buenos Aires que se conoce como lunfardo; creemos que su origen es futbolístico: “el que llega antes”, y refleja perfectamente el concepto de que el Señor se nos anticipa). En 35 minutos presentó los momentos más importantes de los diálogos de El atractivo de Jesucristo y comparó algunas afirmaciones del autor con otras de Santa Teresa de Lisieux y de San Agustín.
El público era muy variado. Había muchos compañeros de trabajo y conocidos de los amigos de Comunión y Liberación, así como otros tantos seguidores del mismo cardenal y reconocidos teólogos y filósofos. Al finalizar y como «un padre que nos ayuda a ser hijos del Padre, hijos de la Iglesia, y también a ser hijos de los testigos que el Señor pone en nuestro camino, como monseñor Giussani» - según las palabras finales del padre Mario Peretti -, el cardenal Bergoglio conversó con atención con cada uno de los que se le acercaron.
Allí, en la Feria del Libro, en el mismo lugar donde los intelectuales dicen a los jóvenes que no saben cuál es el camino a seguir, más de quinientas personas escucharon a alguien afirmar con certeza que «el camino que nos va tirando hacia lo que nos es más propio nos impulsa a adentrarnos en el Misterio».
Don Giussani agradeció al cardenal Bergoglio mediante un telegrama - que Martín Sisto leyó al comienzo del encuentro -, afirmando que su presencia allí «nos hace sentir la cercanía del Papa y de toda la Iglesia, nuestra Madre, para la que hemos sido llamados a la existencia y elegidos para acrecentar el pueblo cristiano gracias al atractivo de Jesucristo, el hombre-Dios que nos alcanzó y convenció. Tanto es así, que Lo hemos seguido, con todos nuestros límites y nuestros anhelos, ofreciéndole todo dichosos, con sencillez del corazón. Sea para nosotros maestro y padre, Eminencia, como me cuentan mis amigos de Buenos Aires, agradecidos a Su persona y obedientes a ella como a Jesús. Permítanme dar las gracias a todos los presentes, signo grande para mí de estima hacia Aquel que, a través de la fragilidad de nuestras personas se deja ver, escuchar y tocar en este mundo».
Proponemos algunos pasajes de la intervención de S.E.R. Mons. Jorge Mario Bergoglio durante la presentación del libro. 27 de abril de 2001
Acepté la presentación de este libro de don Giussani por dos razones. La primera, más personal, es el bien que este hombre me hizo a mí en la última década, a mi vida como sacerdote, a través de la lectura de sus libros y sus artículos. La segunda razón: porque estoy convencido de que su pensamiento es profundamente humano y llega a lo más íntimo del anhelo del hombre. Me atrevería a decir que se trata de la fenomenología más honda y, a la vez, más comprensible de la nostalgia como hecho trascendental. Hay una fenomenología de la nostalgia, del nostos algos , el sentirse tirado por la casa, la experiencia de sentirnos atraídos hacia aquello que nos es más propio, nos es más consonante con nuestro ser. En el marco de las reflexiones de don Giussani encontramos estas pinceladas de una real fenomenología de la nostalgia.
El libro que hoy se presenta, El atractivo de Jesucristo, no es un tratado de teología, es un diálogo de amistad; son conversaciones de sobremesa de don Giussani con sus discípulos. No es un libro para intelectuales sino para quien es hombre y es mujer. Es la descripción de esa experiencia inicial, a la que me voy a referir más adelante, del estupor que sale a flote dialogando sobre la experiencia cotidiana provocada, fascinada, por la presencia y mirada excepcionalmente humana y divina de Jesús. Es el relato de una relación personal, intensa, misteriosa pero concreta, de un afecto apasionado e inteligente hacia la persona de Jesús lo que va a permitirle a Giussani llegar como al umbral del misterio, tutear al misterio.
Todo en la vida nuestra, tanto en el tiempo de Jesús como ahora, empieza con un encuentro. Un encuentro con este hombre, el carpintero de Nazaret, hombre como todos pero a la vez distinto. Los primeros, Juan, Andrés, Simón, se descubrieron mirados al fondo, leídos en su interior y en ellos se generó un estupor, un asombro que, enseguida, los hacía sentir ligados a él y de manera diferente.
Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «¿Me amas?», aquel “sí” no fue el resultado de una fuerza de voluntad ni una decisión del joven hombre Simón sino que fue el emerger, el salir a flote de todo un hilo de ternura, un hilo de adhesión que se explica por la estima que él le tenía y, por tanto, fue un acto de razón, un acto razonable, por lo cual «no podía dejar de decir “sí”».
No se puede entender esta dinámica del encuentro que provoca el estupor y la adhesión y armoniza todas las potencias en unidad, si no está gatillada - perdonen la palabra - por la misericordia. Solamente quien se encontró con la misericordia, quien fue acariciado por la ternura de la misericordia, se encuentra bien con el Señor. Acá le pido a los teólogos presentes que no me acusen al Santo Oficio ni a la inquisición, pero forzando el argumento me atrevería a decir que el lugar privilegiado del encuentro es la caricia de la misericordia de Jesucristo sobre mi propio pecado.
Justamente frente a este abrazo de misericordia, y sigo con la línea de pensamiento de Giussani, nacen las ganas de responder, de cambiar, de corresponder, brota una nueva moralidad. Nos planteamos el problema ético, que nace del encuentro, de este encuentro que hemos descripto hasta ahora. La moral cristiana no es el esfuerzo titánico, voluntarístico, esfuerzo de quien decide ser coherente y lo logra, desafío solitario frente al mundo. No. La moral cristiana simplemente es respuesta. Es la respuesta conmovida delante de una misericordia, sorpresiva, imprevisible, “injusta” (voy a retomar este adjetivo otra vez). Misericordia, sorpresiva, imprevisible, “injusta” de alguien que me conoce, conoce mis traiciones e igual me quiere, me estima, me abraza, me llama de nuevo, espera en mí y de mí. De ahí que la concepción cristiana de la moral es una revolución, no es no caer nunca sino un levantarse siempre.
Como vemos esta concepción cristianamente auténtica de la moral que presenta Giussani nada tiene que ver con los quietismos espiritualoides de los que están llenos las góndolas de los supermercados religiosos hoy en día. Engaños. Ni tampoco con el pelagianismo tan de moda en sus diversas y sofisticadas manifestaciones. El pelagianismo, en el fondo, es reeditar la torre de Babel. Los quietismos espiritualoides son esfuerzos de oración o espiritualidad inmanente que nunca salen de sí, no conocen horizonte de trascendencia.
A Jesús se lo encuentra, análogamente como hace 2.000 años, en una presencia humana, la Iglesia, la compañía de aquellos que Él asimila a sí, Su cuerpo, el signo del sacramento de Su presencia. Uno queda asombrado cuando lee el libro y admirado frente a una relación tan personal y profunda con Jesús, pero parece difícil para uno. Y cuando le dicen al padre Giussani «¡Qué coraje se debe tener para decirle “sí” a Cristo!» o, «A mí me surge esta objeción: se ve que el padre Giussani ama a Jesús y yo sin embargo no lo amo del mismo modo». Él responde: «¿Por qué contraponer lo que vosotros no tendríais a lo que yo tendría? Yo tengo este sí y nada más y a vosotros no debería costar una pizca más de lo que me cuesta a mi decirlo. Decir sí a Jesús aunque yo previera ofenderlo mañana mil veces, lo diría». Casi textual, Teresa de Lisieux, repite lo mismo. «Y lo digo porque si no dijera que sí a Jesús no podría decir que sí a las estrellas del cielo o a vuestros cabellos...». No hay nada más sencillo: «yo no sé por qué, no sé como puede ser, sólo sé que tengo que decir sí, no puedo dejar de decirlo», y con racionalidad, o sea, a cada rato Giussani recurre en la reflexión de este libro a lo razonable de la experiencia.
Se trata de empezar a decirle Tú a Cristo, a decírselo frecuentemente. Y es imposible sin empezar a desearlo. Y solamente lo podemos desear cuando nos acaricia con su misericordia. Cuando Él nos lo hace desear. Es imposible desearlo sin pedirlo. Y si uno comienza a pedirlo comienza entonces a cambiar. Pero lo pide porque muy dentro de él se siente atraído, llamado, mirado, esperado. La experiencia de Agustín: allá en el fondo de ese sello que me tira hacia Alguien que me buscó primero, me está esperando primero, esa “flor de almendro” de los profetas, la primera que florece en primavera. Y esa cualidad que tiene Dios que yo me voy a permitir decirla con una palabra porteña: Dios, Jesucristo en este caso siempre nos “primerea”, nos anticipa.
El que encuentra a Jesucristo siente el impulso de testimoniarlo o de dar testimonio de que se encontró, que es la vocación del cristiano. El encuentro se da. Se puede probar que Dios existe pero nunca por la vía del convencimiento vas a lograr que alguien se encuentre con Dios. Eso es pura gracia. Pura gracia. En la historia, desde que comenzó hasta el día de hoy, siempre “primerea” la gracia, después viene todo lo demás.