Tras París, Copenhague: El desafío del verdadero diálogo
Cuando parecía que nos recuperábamos del golpe de los atentados de París, nos llegan imágenes de una nueva barbarie en Copenhague. ¿Cuál es la verdadera naturaleza del desafío que representan estos atentados?
Nosotros, europeos, tenemos lo que nuestros padres desearon: una Europa que es espacio de libertades, en la que cada uno puede ser lo que quiera ser. El Viejo Continente se ha convertido en un crisol de las más variadas culturas, religiones y visiones del mundo.
París y Copenhague documentan que este espacio libre no se conserva por sí solo: puede verse amenazado por quien tiene miedo a la libertad y quiere imponer con violencia su visión de las cosas. ¿Qué respuesta dar a semejante amenaza? Habrá que defender ese espacio, sin ninguna duda, con todos los medios legales y políticos, empezando por el diálogo con los países árabes que están dispuestos a impedir un desastre que les perjudicaría también a ellos, y por un adecuado marco jurídico que garantice una verdadera libertad religiosa para todos. Pero esto no es suficiente; y la razón es evidente. Tanto los causantes de la masacre de París, como el terrorista de Copenhague, no han llegado del otro lado de las fronteras, son inmigrantes de segunda generación, nacidos en Europa, educados y formados como ciudadanos europeos. Se trata de un fenómeno en devenir, debido a los constantes flujos migratorios y al crecimiento demográfico de las poblaciones que llegan a Europa desde todas las partes del mundo, empujadas por conflictos y pobreza.
Es un problema de Europa y el partido más importante se juega en casa. El verdadero desafío es de naturaleza cultural y el terreno de juego es la vida cotidiana. Cuando los que abandonan su tierra y llegan a la nuestra buscando una vida mejor, cuando sus hijos nacen y se hacen adultos en Occidente, ¿qué ven? ¿Pueden encontrar aquí algo que atraiga su humanidad, algo que desafíe su razón y su libertad? El mismo problema se plantea con nuestros hijos: ¿tenemos algo que ofrecerles que esté a la altura de la búsqueda de cumplimiento y de significado que tienen dentro? En muchos jóvenes que crecen en el mundo occidental reina un vacío profundo que constituye el origen de esa desesperación que termina en violencia.
Frente a los tristes acontecimientos de los últimos meses resulta estéril el enfrentamiento en nombre de una idea, por justa que sea. Hemos aprendido, tras un largo recorrido, que no hay otro camino a la verdad más que a través de la libertad. Por eso hemos decidido renunciar a la violencia que marcó algunos momentos de nuestra historia pasada. Hoy nadie piensa que se pueda responder al desafío del otro imponiéndole una verdad, sea la que sea. Para nosotros Europa es un espacio de libertad: lo que no quiere decir que sea un espacio vacío, desierto de propuestas de vida. Porque de la nada no se vive. Nadie puede mantenerse en pie, tener una relación constructiva con la realidad, sin algo por lo que valga la pena vivir, sin una hipótesis de significado.
El elemento fundamental que decidirá el futuro de Europa es si al fin se convertirá en el lugar de encuentro real entre diferentes propuestas de significado, por dispares y múltiples que sean. Ahora es cuando comienza para Europa la prueba. Espacio de libertad quiere decir espacio donde poder narrarse, solo o junto a otros, delante de todos. Que cada uno ponga a disposición de todos su visión y su modo de vivir. Esta colaboración facilitará que nos conozcamos a partir de la experiencia real de cada uno y no de estereotipos ideológicos que hacen imposible el diálogo. Como ha dicho el papa Francisco, “al comienzo del diálogo está el encuentro. De él nace el primer conocimiento del otro. Si se parte del presupuesto de la común pertenencia a la naturaleza humana, se pueden superar prejuicios y errores y se puede comenzar a entender al otro según una perspectiva nueva”. [Papa Francisco en la Mezquita Azul de Estambul]
Esta situación histórica es una oportunidad excepcional para todos: también para los cristianos. Europa puede ser un gran espacio para nosotros, un lugar donde testimoniar una vida cambiada, llena de significado, capaz de abrazar al que es diferente y de despertar su humanidad con gestos cargados de gratuidad. Pero nosotros, cristianos, ¿creemos todavía en la capacidad que tiene la fe que hemos recibido de provocar un atractivo en aquellos con los que nos encontramos? ¿Creemos todavía en la fascinación victoriosa de su desnuda belleza?