Solo ahora, solo libres
Hacer glosas a la entrevista que Fernando Palmero le ha hecho a Julián Carrón en El Mundo tiene poco sentido. Merece la pena leerla. Palmero es exponente de un pequeño nuevo grupo de jóvenes periodistas españoles, cultos, discretos, inteligentemente alejados de la estridencia de las tertulias y de los simplismos ideológicos, con abundancia de lecturas y de experiencia humana.
Sin apriorismos, el entrevistador plantea un amplio abanico de temas propios de la “agenda posmoderna” (o de la sociedad líquida, como la llaman otros): naturaleza de la crisis, yihadismo, nacionalismo-inmigración, posverdad, y un largo etcétera. El entrevistado no renuncia a abordar esas cuestiones, pero lo hace sin ese tic propio del cierto clericalismo que se refugia en lo moral o en lo “espiritual”, por no entrar en la contingencia de la historia o simplemente porque no tiene nada que decir.
Quizás de un modo subconsciente, esto es lo que más sorprende. Que leemos las respuestas de un líder de un movimiento de la Iglesia que no busca refugio en la “clásica agenda católica” (valores, vida, libertad religiosa, solidaridad). Habla de lo que hablamos todos con el acento de un auténtico laico posmoderno. La laicidad del entrevistado no es a pesar de su cristianismo, sino consecuencia de él.
Al lector le da la sensación, por eso, de que Carrón ha encontrado salida a esa trampa en la que buena parte del catolicismo español se metió con la llegada de la revolución liberal, tras la Guerra de la Independencia. Trampa que agrandó sus dimensiones en el posconcilio. El católico español moderno o posmoderno si no quería/quiere renunciar a serlo se encontraba/encuentra siempre atrapado en cómo resolver el problema de la libertad, sobre todo en el espacio público. La identidad católica exigía/exige como prioridad luchar para que se abran paso unos valores (ya en muchos casos más kantianos que cristianos) en una sociedad plural que nos los reconoce. La alternativa a esa cierta dosis de frustración y enfado, derivada del “laicismo de los otros”, podía/puede resolverse con la fórmula del “afrancesamiento”, un catolicismo anónimo.
Carrón, posmoderno entre los posmodernos, sale de la trampa: la libertad de los otros no es una fuente de mortificación, sino una riqueza. La fe no le traslada a un ángulo más o menos relevante de la historia. El autor de La Belleza Desarmada es posmoderno entre los posmodernos porque convierte el presente en criterio absoluto de juicio. Y así dice frases como las que siguen: “los valores que constituyen el mundo occidental han dejado de ser evidentes”; “la UE no ha funcionado como debiera”; “el problema de los inmigrantes no es suyo sino nuestro” que no creemos en nada; “antes un profesor tenía a los estudiantes dispuestos a aprender, ahora no”; “el problema de la educación es entrenar ahora la capacidad crítica”; “si el cristianismo es un entramado de costumbres no tendrá nada que hacer”…
No hay un frente laico y otro cristiano, un frente de izquierdas y otro de derechas que se tiran los trastos a la cabeza –mensaje esencial para una España polarizada por algunas élites mediáticas con intereses de poder–. La tradición bajo la que nos cobijábamos todos se derrumba y “ya no podemos dar respuestas prefabricadas”. Todos estamos en el mismo barco, en el barco del ahora.
Carrón es posmoderno entre los posmodernos porque en casi todas las respuestas vibra lo propio de la época: la búsqueda de una respuesta “que no limite la libertad, sino que la amplíe”. “¿A quién le puede interesar una verdad que no fuera aceptada libremente?”, se pregunta. Por eso acoge hasta lo más hondo el desafío de la Ilustración: ningún interés en fórmulas confesionales, ningún privilegio. Por eso la ley no puede imponer ciertos valores que no son reconocidos. “La cuestión no es imponer una y otra cosa, sino qué es lo que hace imposible que puedan ser reconocidos como valiosos ciertos valores”. “La naturaleza de la fe no necesita de otra fuerza que la evidencia de la belleza”, añade.
Solo ahora, solo a través de la libertad. No todas las actuales interpretaciones culturales del cristianismo pueden responder a estas dos exigencias que, por otra parte, son plenamente cristianas.
La última pregunta esconde una provocación sobre un tema que todavía es tabú en España. Se ha hecho mucho por preservar la dignidad de las víctimas del terrorismo. Y todavía queda mucha tarea para desenmascarar la mentira que acompañó a ETA. El éxito de la novela Patria de Aramburu es muestra de ello. Pero además de la justicia de los tribunales y de un relato equilibrado sobre el terror, es necesario algo más para rehacer la vida. “Algo –dice Carrón– que prevalezca sobre el horror del pasado”. Habrá quien pueda molestarse. Pero también en esta cuestión será necesario abrir la conversación en algún momento.