"Sin misericordia no es posible encontrar verdaderamente a Cristo"
Comunión y Liberación (CL) nació en 1954 gracias a la inquietud de don Luigi Giussani (1922-2005). Este sacerdote italiano abandonó su carrera como teólogo para dar clase de religión en el Liceo clásico “Berchet” de Milán al darse cuenta de que los jóvenes a los que confesaba estaban bautizados, pero la fe no tenía nada que ver con su vida. Don Giussani les propuso un método educativo que desafiaba su razón y su corazón, un camino para hacerles accesible la experiencia cristiana. Inmediatamente se reunió en torno a él un pequeño grupo de estudiantes que poco a poco fue incrementándose y difundiéndose hasta generar “un pueblo”.
Actualmente, este movimiento eclesial está presente en cerca de noventa países de todos los continentes, y sigue la guía del sacerdote español Julián Carrón, que sucedió al fundador después de su muerte en 2005. Cuando se cumple el décimo aniversario de su fallecimiento, el presidente de la Fraternidad de CL ha viajado a Madrid para presentar la primera biografía oficial, “Luigi Giussani. Su vida” (Ediciones Encuentro), escrita por el periodista Alberto Savorana. En esta entrevista con ZENIT, don Julián Carrón reflexiona sobre la figura de este carismático sacerdote italiano y desgrana los principales desafíos de Comunión y Liberación.
A diez años de su muerte, ¿qué interés suscita la vida de don Giussani?
La cosa más sencilla para responder a esta pregunta es contarte el asombro que nos ha causado la presentación de la vida de don Giussani en los dos últimos años. La participación de personalidades tan distintas y dispares de nuestras posiciones desde el punto de vista cultural, social, político o religioso ha puesto de manifiesto el interés que muchos tienen por su figura.
Pienso que a medida que pasa el tiempo se agiganta la importancia de lo que él ha hecho, el valor de la educación que él ha transmitido, y que continúa transmitiendo cuando nosotros aceptamos seguirlo.
¿Cuál es su principal legado?
El legado fundamental de don Giussani ha sido un método de comunicar la fe. El cristianismo es fundamentalmente un acontecimiento, un hecho que sucede en la vida, que tiene la forma de un encuentro y que es capaz de introducir una novedad en la vida, como ha dicho Benedicto XVI y después ha repetido el papa Francisco. No solo al principio, como nos cuenta el Evangelio, cuando los dos primeros que encontraron a Cristo sintieron que su vida se revolucionaba. Lo mismo sucede en el presente.
Unas personas me contaban ayer del encuentro que alguien tuvo con un compañero de trabajo. Al comer con él, se queda sorprendido de su modo de vivir. Cuando llega a casa, le cuenta a su mujer la comida que ha tenido con esta persona. Ella, viéndole la cara, le dice: 'Tienes que comer más a menudo con esta persona, porque solo viéndote la cara me dice lo que te ha pasado'. Cuando esta persona invita a su mujer a un gesto nuestro, donde yo hablo del comienzo del cristianismo y cuento cómo don Giussani explicaba cuando Andrés vuelve a su casa, abraza a su mujer y esta le pregunta qué le ha pasado, ella le mira y le dice: '¿Pero tú le has contado a este sacerdote lo que nos ha pasado a nosotros?' Dos mil años después sigue sucediendo lo mismo, un encuentro que cambia la vida.
¿Qué supuso para usted el encuentro con este sacerdote italiano?
Para mí, supuso fundamentalmente una revolución. Porque yo que había tenido una educación cristiana, había entrado en el seminario con diez años, vivido toda la experiencia de formación en el seminario, y llevaba ya prácticamente diez años de cura, cuando me encontré con él fue verdaderamente una sorpresa. Me ayudó a ser consciente de algunas de las cosas que ya había recibido, pero que no había captado en toda su densidad. Provocó en mí un deseo de seguirlo, de poder participar de la experiencia que me comunicaba. De tal forma que, desde ese momento, mi vida ha consistido en tratar de ensimismarme con el modo de ver las cosas y de afrontar la vida que él me ha comunicado.
Unos años después, usted ha asumido la guía del movimiento que él fundó. ¿Cómo vive esta responsabilidad?
La vivo con bastante tranquilidad, porque la desproporción es tan sideral que cualquier otro tipo de preocupación me parece que sería presuntuosa por mi parte. El movimiento lo genera constantemente Cristo, a través de lo que ha comunicado don Giussani, y yo lo único que hago es intentar seguir como puedo lo que veo que es el fruto de lo que él continúa realizando en medio de nosotros. Por eso es fácil, porque solo tengo que ensimismarme con lo que continúa sucediendo y seguirle a él.
Hoy, ¿cuál es la propuesta de Comunión y Liberación?
La propuesta parece casi banal decirla, pero consiste simplemente en tomarse en serio los factores elementales, como decía don Giussani. El Papa insiste en que hay que volver a lo esencial, es decir, al núcleo fundamental de la fe y no a doctrinas complicadas. Esto es lo que don Giussani nos ha comunicado. Él se dio cuenta de que había que empezar casi de nuevo a comunicar los elementos más esenciales del cristianismo.
Me llama la atención recordar cuando, al final de su vida en el 2004, escribe una carta al entonces papa Juan Pablo II y le dice que él no ha querido fundar nada. Él simplemente ha querido comunicar los factores elementales de la fe. Entonces, veo que la sintonía entre las palabras del papa Francisco y la percepción de don Giussani nos dice como ambos han captado la tarea que el cristianismo tiene en el presente. No se trata de buscar complicaciones varias, sino la sencillez de lo que empezó con un encuentro que cambia la vida, como había dicho ya el papa Benedicto XVI y continúa citando el papa Francisco.
¿A qué desafíos se enfrenta el movimiento?
El desafío fundamental que tenemos que afrontar nosotros, como movimiento, es uno: seguir o no seguir a don Giussani. Los desafíos sociales y culturales los tenemos que afrontar todos. No solo las personas pertenecientes al movimiento. Nosotros estaremos en mejores condiciones de poderlos afrontar, porque muchos de ellos ya los ha afrontado don Giussani. Si no tal cual aparecen ahora, con los rasgos distintivos del presente. Muchas de las cosas que hacemos ahora tienen origen en el pasado. Muchas de sus sugerencias, y el modo de afrontar los desafíos, sirven para el presente. Por eso, la verdadera cuestión es si nosotros tenemos la sencillez de seguirlo.
El papa Francisco propone insistentemente la “cultura del encuentro”. Se trata de uno de los rasgos más característicos de CL, ¿verdad?
Efectivamente. Otra cosa es que podamos haberlo vivido mejor o peor. Si uno mira en el pasado, cuándo se utilizó la palabra encuentro para definir el cristianismo. Cuándo se insistió tanto sobre la naturaleza del encuentro o sobre esta cultura del encuentro. Esto en realidad nosotros lo hemos recibido de don Giussani. Nosotros entendemos verdaderamente que es lo que quiere decir el Papa, porque él ha fundado el movimiento para encontrar a tantas personas. Se ha dado cuenta de que solo este podía ser el origen del comienzo del cristianismo, como el nuevo inicio, para tantas personas que sencillamente ya no lo han conocido o que lo habían abandonado sin más.
¿Qué aspectos destacaría de la audiencia con el Santo Padre del pasado 7 de marzo?
Ha supuesto un gesto de paternidad, de sentirnos hijos del Papa. Cuando pedí la audiencia, no quería hacer un gesto formal: ir solo a manifestar nuestra adhesión al Papa. Quería plantearle las preguntas que tenía. Precisamente para responder a los desafíos que tenemos delante a los diez años de la muerte de don Giussani, a los desafíos que tiene la Iglesia. Porque queríamos no perder la frescura del carisma.
Después de recordarnos la importancia que había tenido el encuentro para don Giussani, citando la vocación de Mateo, el Papa nos ha indicado lo mucho que don Giussani insistía en la misericordia, y cómo decía que sin misericordia no es posible encontrar verdaderamente a Cristo. Hasta el mismo mal, el mismo pecado, puede ser el lugar en el que yo me encuentro con él, como él mismo ha dicho de sí mismo.
El Papa se ha tomado en serio las preguntas que le hemos hecho y nos ha reclamado que vivamos con fidelidad al carisma, sin autorreferencialidad, y sin desear adorar las cenizas. Respondiendo a la naturaleza del carisma y centrados en Cristo, nos ha pedido que seamos las manos, los brazos, el corazón de una Iglesia que sale al encuentro de los otros. Esto es lo que queremos vivir. El Papa nos ha dejado esta indicación fundamental y nosotros la queremos seguir.
Como toda realidad, el movimiento ha tenido sus luces y sus sombras. ¿Cómo vive las críticas o las situaciones polémicas?
Lo vivo con la sencillez de uno que se da cuenta de que todo lo que hacemos es un intento irónico. Por lo tanto, es normal que existan límites y que cometamos errores. ¿Quién no los comete? A mí esto no me preocupa nada. Tampoco me preocupa pedir perdón, cuando los cometemos, incluso desde los periódicos. Porque yo quiero vivir en la verdad. No quiero vivir escondido, avergonzado. Quiero tener la sencillez de reconocer las dificultades que podamos tener o las críticas de que podamos ser objeto, para hacer que todo esto se convierta en un motivo de crecimiento, de corrección y de una mayor fidelidad al carisma que hemos recibido. Por eso, lo vivo con mucha paz.
¿Qué mensaje le gustaría trasladar a quienes lean esta entrevista?
La fascinación que el cristianismo todavía tiene en la actualidad. A cada persona que me escucha, le deseo que pueda encontrar un testigo en el que pueda ver la fascinación que el cristianismo tiene hoy para la vida. Porque esta será la única cosa que le convenza para no perderse la experiencia.