Saludo de Julián Carrón al término del Triduo pascual de GS. Rímini, 30 de marzo de 2013
Queridos amigos,
Cuántas veces pienso en vosotros, confusos ante vuestro estado de ánimo cambiante, enredados en vuestras reacciones; me invade una ternura infinita por cada uno de vosotros y me pregunto: ¿cómo harán para no acabar en la confusión, tirando la toalla?
Me anima pensar en vosotros cuando, llenos de asombro, veis surgir en vosotros una y otra vez – en medio de los cambios de humor que nadie puede evitar – el deseo de felicidad, ese ímpetu de cumplimiento que no os da tregua y que os lleva hacia un horizonte ilimitado, más allá de cualquier apariencia. Todo cambia menos eso. ¡Nadie puede impedir esta victoria sobre la confusión, ni siquiera nosotros!
Y entonces pienso: ojalá fuesen leales con ese deseo, con ese ímpetu, con el «pensamiento dominante» de leopardiana memoria, «terrible, mas valioso don del cielo»: como «torre en campo solitario, estás solo, gigante, en medio de» todas las vacilaciones. Ninguna dificultad podrá detenerlo.
«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si luego se pierde a sí mismo?». ¡Qué pasión por cada uno de nosotros rebosan estas palabras de Jesús!
Os deseo que no os detengáis nunca en la apariencia de las cosas, y que secundéis incansablemente ese ímpetu sin tregua que es vuestro mayor aliado en la aventura de la vida.
Cristo se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado para permanecer en la historia junto a nosotros y sostener a este aliado que hay en nosotros.
Cómplice de vuestro corazón,
Julián