¿Qué debemos a los refugiados?
Puede que no tengamos ninguna obligación legal con los refugiados agolpados en nuestras fronteras, o incluso que algunos esgriman la ley para poner trabas a su acogida. Pero tenemos una deuda moral pendiente con ellos y con todos a los que Francisco ha calificado como “descartados”. Personas que, compartiendo la misma dignidad, no comparten las mismas condiciones de bienestar y sufren los efectos del desequilibrio social. Quienes disfrutamos de una posición social desahogada tenemos la obligación de contribuir a mejorar la sociedad; más, cuanta más capacidad tengamos de hacerlo.
Hay tres consideraciones indispensables para abordar el conflicto y discernir la grandeza de miras o la bajeza moral de las diversas propuestas:
Primera, la respuesta a la crisis no puede eludirse. No lo hemos buscado, pero está ahí y no podemos mirar a otro lado. Decía Tomás de Aquino que “quien está obligado a hacer algo no puede descuidarlo si puede cumplirlo”. Supone una irresponsabilidad tanto negar la ayuda a los necesitados, si podemos ofrecérsela, como dejar que otros se ocupen del problema para no sufrir nosotros las consecuencias.
Segunda, la respuesta no puede ser ingenua. Proponer medidas irreales puede ser tan poco ético como negar el problema. Tan irresponsable es defender algo que no podemos cumplir como no poner los medios suficientes o no ser consciente de los efectos.
Tercera, la respuesta debe ser valiente. Decía Aristóteles que cobarde es el que, por miedo a los costes, permanece inmóvil ante los conflictos. Temerario, el que subestimando el peligro, toma decisiones sin importarle las consecuencias. El valiente, en cambio, conoce los riesgos y pone los medios para superar con éxito la adversidad. No es tiempo de temerarios ni de cobardes. Es tiempo de ayudar con valentía a los que sufren, aunque sea costoso para los que vivimos cómodamente.
La decisión que Europa tome tendrá consecuencias en su conciencia colectiva. Europa ha propuesto al mundo valores que se han tenido por universales, como la libertad, la igualdad, la solidaridad o un innegable cuidado por la persona. Estamos en un momento clave para mantener viva la identidad europea: si afirmamos que nuestros valores son universales, más vale que empecemos por aplicarlos universalmente.