Por un nuevo inicio
DocumentosEl pasado 29 de junio, fiesta de nuestros santos patronos Pedro y Pablo, tuvo lugar la inauguración y la bendición de los edificios que amplían nuestro monasterio. Los nuevos locales responden a las necesidades más urgentes de la comunidad (refectorio, cocina, biblioteca y algunas celdas para los monjes) y hacen posible recibir más adecuadamente a las personas que quieren compartir nuestra vida durante unos días. La Santa Misa de inauguración fue presidida por S.E. mons. Giovanni Giudici, vicario general de la diócesis de Milán. En ella participaron de corazón casi cuatrocientas personas, signo de un pueblo que ha acompañado de cerca nuestro camino y ha sostenido de diversos modos esta obra de ampliación. Al término de la Misa, el prior agradeció a todos, y de forma especial al amigo Giorgio Vittadini, su inestimable ayuda. «Esta circunstancia - dijo el padre Sergio - nos ha brindado la oportunidad de descubrir a tanta gente que nos quiere y que siente que esta obra es un signo significativo que sostiene la esperanza de todos. Ante tal milagro imploramos de Dios que se nos conceda a todos un nuevo inicio de la fe en Jesucristo». Como preparación a este “nuevo inicio”, en los meses previos a la inauguración retomamos lo que don Giussani nos dijo aquí el 12 de febrero de 1982, en respuesta a algunas preguntas acerca del crecimiento de la comunión entre nosotros. Queremos compartir con los lectores de Huellas la riqueza que se nos ofreció en ese encuentro, porque nos ayuda a recomenzar continuamente, tal como nos invita a hacer el Señor.
Los monjes de la Cascinazza
De la lectura veloz de los folios que me habéis pasado, deduzco que lo que más os apremia es la comunión entre vosotros.
Antes que nada quiero decir una cosa: ¡no nos escandalicemos nunca de nuestros defectos o límites, de los errores en los que incurrimos, porque somos como niños que deben aprender el camino de Dios! Que no nos asombre nuestra limitación, ni menos aún nos escandalice que nuestra comunión se viva poco. Muchas veces se vive poco la comunión; a veces nosotros mismos nos descubrimos en una posición que no es justa y otras muchas veces descubrimos esa posición en los demás. Si uno se escandaliza, paradójicamente es porque en ese momento no está comprometido con ella, no le apremia de verdad. Si a uno le apremia de verdad, si uno la desea de verdad, no se escandaliza por sentirse pecador. Por esto, antes que nada evitemos cualquier escándalo o asombro ante nosotros mismos o ante los demás.
Es cierto que esto podría significar indiferencia, pero yo no lo digo en este sentido. Lo que digo es que si uno está lleno de pasión por una virtud, por el valor que ésta tiene, entonces no se escandaliza al verla poco realizada en sí mismo y en los otros, sino que el dolor que supone le empuja y le estimula aún más. Esta es una premisa importante para que cuando otro falle en algo que me importa, la acusación que instintivamente surge dentro de mí no me impida crecer (ya que el error del otro es una de las formas en que Dios me invita a madurar) y no impida la relación con él, no me impida la comunión, la caridad con el otro. Decía que esto constituye una especie de premisa.
Ahora debemos decir también que vivir la comunión no es poco; es el todo de la vida cristiana, porque la vida cristiana es Cristo entre nosotros que nos vuelve un solo cuerpo. Este credo es el corazón de la tradición originaria benedictina, con la cual instintivamente ha coincidido nuestro Movimiento desde sus comienzos. Y constituye también el corazón de nuestro Movimiento, que creo es como es precisamente a causa del discipulado vivido respecto a la historia original benedictina. Por esto no es poca cosa, es el ejemplo que debe suceder.
¡Cristo presente! El anuncio cristiano es que Dios se ha hecho uno de nosotros, está aquí presente y nos reúne en un solo cuerpo y, a través de esta unidad, Su presencia se vuelve sensible. Éste es el corazón del mensaje benedictino de los primerísimos tiempos. Pues bien, esto define también todo el mensaje de nuestro Movimiento, y por ello nosotros nos sentimos incomparablemente más cerca de la historia benedictina que de cualquier otro camino. También san Francisco (y todas las demás formas cristianas) es esto, también él resalta esto. Lo que pasa es que el movimiento benedictino ha subrayado su organicidad, sus implicaciones orgánicas; lo cual quiere decir, por ejemplo, que también la realidad terrena debe situarse dentro de este Cuerpo - es la “liturgia” -, y que el trabajo humano expresa esta liturgia, la dilata durante toda la jornada. Entonces toda la vida se convierte en vida del Cuerpo de Cristo. Este es el ejemplo que estáis llamados a dar a toda la comunidad cristiana. El reclamo para los que vengan aquí es éste, deberá ser éste. ¡Por eso, no se trata de un asunto de poca monta!
Ahora quisiera recalcar algo que escribís en alguna de vuestras cartas: “la conciencia del porqué estáis aquí juntos”. Lo que siempre me ha impresionado, desde cuando debí haber ingresado en los hermanos Combonianos - en quinto de Primaria ya había solicitado entrar en los Combonianos -, lo que más me estremecía y asustaba era que debía entrar en un ámbito donde tal vez habría cincuenta personas, ¡cincuenta caracteres diferentes! ¿Qué sabe uno acerca de lo que le espera cuando entra en el convento? ¡Lo descubre después! ¡Entenderéis que la conciencia del porqué estáis aquí juntos es la cuestión verdaderamente capital!
Más de uno habéis hecho hincapié en ello; ésta es realmente la cuestión: la conciencia del motivo por el que estáis aquí. De otro modo, ¿cómo sería posible soportaros mutuamente, o mejor, cómo podría darse la comprensión mutua, el perdón mutuo (“perdón” es la palabra cristiana, “soportarse” es la mundana), la ayuda mutua? Yo lo veo en la compañía del Grupo Adulto en el que hay gente que humanamente hablando no me habría gustado, por la cual... no sé, no habría sentido simpatía alguna. Pero cuando el Señor nos junta, hasta la distancia que produce la falta de simpatía se convierte después en un afecto como el que hay entre hermanos; te importa el otro como si fuera tu hermano. Lo que quiero subrayar ahora es la “conciencia del motivo por el que estáis aquí”. Este es el contenido de esa vigilancia por la cual la memoria de Cristo se convierte en la conciencia que nos “persigue” a todas partes. En suma, es preciso que os planteéis continuamente el motivo por el que estáis junto a los otros, y el motivo es la presencia de Cristo, para que podáis dar testimonio al mundo con vuestra unidad. Si esta conciencia es sólida, entonces los problemas de la convivencia entre vosotros pueden hallar una solución, se vuelve más fácil la superación de la indiferencia y de la incomprensión. ¿Actuaría una madre con su hijo como lo hacemos a veces entre nosotros? ¡No! Trataría de entenderle. Entonces, ¿vale más la carne que el Espíritu? Es preciso perdonar lo distinto. Yo lo digo siempre, el perdón es el abrazo de lo distinto. Para que esto suceda, mucho mejor que hacernos el propósito de perdonar, comprender y dejar pasar las cosas, mucho mejor que proponérnoslo directamente, es comenzar a proponernos tomar conciencia del porqué estamos juntos, del motivo “por el cual perdonar”: si se incrementa la conciencia del motivo por el que debo comprender, no ser indiferente y perdonar, entonces se vuelve más fácil también el perdonar, el comprender, etcétera.
Y ésta es la clave. Pero debo añadir algo más. Si vuestro testimonio ante los ángeles de Dios (el primer testimonio es ante los ángeles de Dios, porque los hombres siempre pueden no verlo, o puede parecer que no lo ven, pero los ángeles lo ven siempre), si la característica de vuestro testimonio es Cristo presente entre vosotros, que os une en comunión consigo y entre vosotros, que os vuelve una sola cosa (por lo que el testimonio de esta “sola cosa” es la tarea que tenéis en la Iglesia de Dios), la salvaguardia de esta comunión es doble, tiene como dos polos.
a) El primer polo es que pongáis en común vuestra persona sin pretender del otro. Es justo: si estáis aquí es porque queréis estar aquí con personas que se impliquen en una comunión; pero sin pretender del otro - pretender en el sentido de “medir” -, porque uno puede ser capaz de poner en común el veinte por ciento ahora, y dentro de tres años pondrá en común el sesenta: se trata de ir creciendo. Debéis poneros en común vosotros mismos, vuestros juicios, etc.; en definitiva, el diálogo: el diálogo es la primera obra común. El primer polo es poneros en común vosotros mismos.
b) El otro polo - y este es el punto en el que el Misterio incide en nuestra carne - es la obediencia a la autoridad. Aunque ahora la autoridad entre vosotros es tan familiar y fraterna, no debéis perder la ventaja del valor de la obediencia, que es una dimensión de la conciencia con la que hacéis las cosas. Debéis valorar el hecho de la obediencia - y esto depende de vuestra conciencia -, porque cuando llega el momento en que surgen las discrepancias, saltan chispas o predomina el cansancio, esa conciencia os volverá más disponibles a la “reascensión”, al impulso que da la autoridad. Este segundo polo de la obediencia no lo subrayo - ¡espero que no sea necesario! - porque exista no sé qué peligro de división, sino para que tendáis a vivirla como dimensión del espíritu. Así, cuando sea necesario incluso disciplinalmente estaréis dispuestos. Porque uno no se puede escabullir de la obediencia. También los reconocimientos del obispo o de la Santa Sede son actos de obediencia, ¿no? Y creo que sobre este tema debéis enseñarme vosotros: ¡El valor de la obediencia en la experiencia de san Benito!
¡Gracias!